Los protagonistas de Los reyes del mundo nunca habían visto el mar. No sólo es que no hubieran cogido un avión en su vida, es que ni siquiera habían salido de Medellín. Su llegada al Zinemaldia Festival de San Sebastián fue un torbellino. Aquí llegaron para presentar la película en una aventura que ha acabado con una merecida Concha de Oro. Gana una de las grandes obras de una sección oficial más que notable y lo hace la tercera mujer consecutiva, Laura Mora. Para seguir con los datos, es la primera vez que una película colombiana lo logra.
Tiene sentido que San Sebastián premie a una directora que ellos mismos descubrieron hace años con Matar a Jesús y que se ha consagrado con este filme donde narra, de nuevo, la violencia de su país. Lo hace saliéndose de convencionalismos y tópicos y aportando una mirada poética que alterna lo bello y lo rabioso. Los reyes del mundo es casi un estado mental. Mora retrata la vida de estos niños perdidos en una visión salvaje de Peter Pan donde unos pandilleros de Medellín viajan a la selva para pedir unas tierras heredadas por uno de ellos al morir su abuela, víctima de los desplazamientos forzosos por la guerrilla. Es una película atravesada por la historia de Colombia, por su violencia, su brutalidad, pero en la que la mirada de Mora se eleva para lograr escenas que ponen la piel de gallina.
La directora confesaba a los medios que, cuando llegaron los chicos hace unos días, le dijeron que se iban a llorar a ese mar que no habían visto nunca, pero que no lo lograron. Quién sabe si este premio hace que esas lágrimas de emoción por fin se derramen. Su presencia en el escenario, recogiendo el premio más importante del certamen, es una imagen contundente, importante como referente y como muestra de otras vidas donde el cine no suele mirar. La película no sólo ganó la Concha de Oro, sino que también se llevó el Feroz Zinemaldia que entregó la Asociación de Informadores Cinematográficos y el premio Signis.
La directora se acordó de su padre, asesinado en Colombia hace 20 años. “Hoy ya llevo la mitad de la vida viviendo sin él y reflexionando acerca de lo aporreados que hemos estado como nación. Espero que esta película sirva para entablar un diálogo y ojalá podamos pensar en un mundo más justo”, dijo Mora. También le agradeció a los jóvenes protagonistas haberle enseñado que “la desobediencia es necesaria en un mundo tan difícil”. Su productora pidió un futuro para los jóvenes como sus propios protagonistas y que el cine visibilice sus historias y agradeció a sus madres, que han criado a esos chicos solas, en una vida dura, y que confiaron en ellas para esta película. “Gracias por abrirnos el corazón a estas historias”, le dijo a su directora en un discurso emocionante.
Un palmarés que dejó a los grandes nombres de esta edición sin premio. Ni Ulrich Seidl, ni Hong Sang Soo, ni Sebastián Lelio, los directores más conocidos de la Sección Oficial, rascaron mención de un jurado que también fue un choque de realidad para el cine español. A pesar del buen recibimiento de la crítica a las propuestas españolas, sólo La maternal, el filme de Pilar Palomero, logró un premio, fue el de Mejor interpretación para la joven Carla Quílez (el FIPRESCI que entrega la crítica internacional fue para Suro). En su segundo año sin distinción de género en los premios actorales, el jurado optó por un ex aequo que hizo que también se llevara el galardón Paul Kircher por Le Lycéen, de Christophe Honoré. A efectos prácticos hubo un premio de mejor actriz y otro de mejor actor. Una pena que una propuesta tan madura, sutil e inteligente como La consagración de la primavera no haya encontrado hueco en el palmarés.
Donde no hubo duplicidad fue en la categoría de interpretación de reparto, donde la joven Renata Lerman, hija del realizador Diego Lerman, ganó por su pequeño papel en El suplente, dirigida por su padre. Un premio que deja clara la intención del jurado de apostar por las nuevas generaciones pero que pocos entendieron, sobre todo teniendo en cuenta que había interpretaciones como la de Ángela Cervantes en La maternal, mucho más contundentes y complejas.
Ese cambio generacional por el que apostó el jurado se notó también en el resto de premios, que fueron para primeras películas. La Concha de Plata a la Mejor dirección fue para el japonés Genki Kawamura, famoso por su labor como productor de clásicos de la animación nipona reciente como Belle, pero que en su primer trabajo tras la cámara ha ganado el segundo premio en importancia gracias a 100 flowers, un retrato de la demencia con mucha sensibilidad.
También una ópera prima era Runner, trabajo con ecos de Días del cielo de Terrence Malick que logró el Premio Especial del jurado. Una propuesta pequeña que basa toda su fuerza en una puesta en escena casi pictórica de planos fijos que descuida la relación entre sus dos jóvenes protagonistas. Una apuesta por el futuro de Marian Mathias como directora. El mejor guion fue para la película China, A Woman, mientras que sorprendió la mención a la fotografía de Pornomelancolía, trabajo de Manuel Abramovich -que también realiza la labor premiada- que venció a labores mucho más potentes, como la de Ari Wegner en The wonder. El jurado se dejó fuera del palmarés las propuestas más arriesgadas, como el Sparta de Ulrich Seidl, una mirada a la pedofilia que trajo la polémica al certamen, pero también una de las películas más contundentes.
Una 70 edición que culmina con la mejor Concha de Oro posible. Cada edición del Zinemaldia surge la misma pregunta, para qué sirve ganar un festival. Para Laura Mora significa su consagración en un certamen de clase A con una segunda película, para sus reyes del mundo quizás haya cambiado su vida durante unos días. Más que suficiente.
Palmarés Oficial
Concha de Oro: Los reyes del mundo
Concha de plata a la mejor dirección: Genki Kawamura, por 100 flowers
Premio especial del jurado: Runner
Mejor interpretación protagonista: Carla Quílez, por La maternal y Paul Kircher, por Le Lycéen
Mejor interpretación de reparto: Renata Lerman, por El suplente
Mejor guion: Dong Yun Zhou y Wang Chao, por A woman
Mejor fotografía: Manuel Abramovich, por Pornomelancolía