'Shootball', el incómodo documental que da voz a las víctimas y al pederasta de los Maristas
Lo que parecía ser un simpático profesor, inventor de un deporte llamado Shootball, en realidad era la punta del iceberg de la mayor trama de abusos a menores descubierta en España. Joaquín Benítez supuestamente forzó sexualmente a niños durante décadas mientras otros profesores del colegio religioso Maristas de Sants-Les Corts (Barcelona) le imitaban y encubrían. En la actualidad, a pesar de que más de 40 exalumnos denunciaron hechos similares, dos docentes reconocieron estar implicados y Benítez confesó los abusos a menores, solo él será juzgado.
Se trata de una realidad desagradable, pero a la vez llena de matices e implicados que toman forma a través de Shootball, un incómodo documental dirigido por Fèlix Colomer que estará disponible en Cineteca de Madrid los días 4, 5 y 6 de diciembre en el marco del III Festival de cine y derechos humanos.
Pero el reportaje no solo se centra en las víctimas, sino que da voz a otros dos grandes protagonistas del 'caso Maristas': Manuel Barbero, padre de uno de los niños y responsable de hacer pública la trama; y el propio Joaquín Benítez, que admite a cámara cómo sometió a una veintena de niños. “1980, un chaval de nueve años; 1983, de 13 años; 1983, dos de 12 años y uno de 14; 1985, de 11, 13 y 14 años”, enumera Barbero hasta llegar a 2011 y un total de 18 denuncias de varones menores de edad.
“Lo primero que hicimos fue quedar con Manuel y grabar cómo llamaba a Benítez, el pederasta de su hijo. Al tener este material tan potente ya empezó todo y estuvimos año y medio grabando”, explica a Colomer a eldiario.es. El cineasta continúa diciendo que esta no es solo “la historia de un pederasta abusando de niños, que ya es muy fuerte”, sino también la de cómo “las instituciones lo han encubierto directamente, ya fuera por negligencia o pereza”.
De esta manera, como aparece en el documental, al encubrimiento del propio colegio se sumó la ineficacia de los Mossos d'Esquadra, que en teoría sabían de ello desde 2011 y frenaron la investigación porque el centro “se negó a facilitar información” según recogió el juzgado de instrucción. Además, Benítez permanece en libertad con cargos con la única prohibición de salir de España y tener contacto con menores de edad. “El juicio será en marzo, pero él está en su casa en libertad provisional porque el juez considera que no es ningún peligro, algo que no entienden ninguna de las víctimas”, critica Colomer.
Dar voz o no un presunto pederasta
Shootball cuenta con algo insólito: un pederasta hablando a cara descubierta que no tiene reparo en saludar con un “hola campeón” a un niño que pasa durante la entrevista. Joaquín Benítez confiesa que tenía “una enfermedad” que era el resultado de una infancia en la que, según este, sufrió abusos de “un tío 3 o 4 años mayor”. Pero, a pesar de admitir haber abusado de menores, este no se siente como “el típico pederasta”. “No era violación. En absoluto. Porque yo cuando iba con un niño y hacía este acto yo le comentaba: ¿Te importa que te haga esto? Siempre con mucho respeto”, responde el acusado ante las incisivas preguntas de Colomer.
“Muchas veces es intentar buscar una excusa, porque si no verías de verdad que eres un monstruo. Y claro, nadie quiere serlo”, analiza el cineasta. Precisamente por ello, por lo que podría implicar incluir el testimonio de Benítez, Colomer reconoce que dudó de si añadir lo que podría parecer “un espacio para que él simplemente hablara”. Aun así, finalmente decidieron que era una pieza fundamental para comprender la raíz del problema. “Creo que es importante que nos centremos a ver cómo son los pederastas, qué les ha pasado para llegar ahí y cómo se puede solucionar antes de que pase algo”, mantiene.
Además, Shootball cuenta con varios recursos para recordar al espectador que no se trata de una historia de ficción, sino de un documental con una gran carga sentimental que afecta incluso a su propio director. “Al principio no quería salir personalmente, pero era necesario para contar lo que pasó con las instituciones y transmitir al espectador que yo estaba con ellos y que sabía que ese tipo era despreciable”, afirma Colomer.
Joaquim Benítez, según el director, no aparece para generar empatía, sino para lo contrario: “Todos se han indignado con él. De hecho, mucha gente nos ha dado las gracias. En muchos documentales solo aparecen las víctimas, y conocer el punto de vista del pederasta, que es quien inicia el problema, es también importante”.
Cinco minutos convertidos en una vida de horror
Pero, para Colomer, lo más duro no fue entrevistar durante dos horas al pederasta confeso, sino dialogar con las víctimas: “No imaginaba que cinco minutos en un despacho podían convertirse en un trauma que quizá dure toda la vida”. Por lo que aparece en el reportaje, el modus operandi de Benítez era casi siempre el mismo: elegía a un alumno, le hacía ir a su despacho para tratar una lesión aprovechando que era fisioterapeuta, cerraba el pestillo y comenzaban los tocamientos.
Era el inicio de una pesadilla que el propio acusado reconoce, pero a la que quita importancia: “Todos los traumas se pueden superar, el que diga que no es porque no lo ha intentado”, dice mientras mira a los ojos a Colomer. En esos momentos no es fácil mantener el temple, pero, como el director asegura, “había que aguantar la entrevista sin empezar a gritarle, ya que de lo contrario se terminaría”.
La rama judicial tampoco queda exenta de polémica. El juez ha archivado 13 de las 17 denuncias contra Joaquín Benítez porque tuvieron lugar en las décadas de los 80 y los 90. Estos delitos prescriben entre cinco y quince años después de que el joven haya alcanzado la mayoría de edad, pero el inconveniente es que, según los expertos, gran parte de las víctimas no confiesan hasta entrar en la treintena.
“Hay una frase muy buena que me dijo una víctima: 'Los delitos para los pederastas prescriben, pero sus traumas no caducan nunca'”, rememora Colomer. Ahora, después de haber viajado por medio mundo presentando el documental, llega por primera vez a Madrid no sin antes sortear algunos obstáculos. “A veces nos encontramos muy solos. Nuestro objetivo era pasarlo por las televisiones españolas y por ahora no hemos podido”, lamenta.
Aun así, parece que la película sí que está consiguiendo parte de lo que buscaba: se va a utilizar como prueba judicial y como método de terapia para reclusos. “Fui a la prisión de Quatre Camins en Barcelona y se la pusimos a 12 pederastas. Se emplea en prisiones para que se vean reflejados y sientan el dolor que hacen a las víctimas”, apunta Colomer. Un pequeño halo de esperanza ante una problemática en la que, según el cineasta, “todavía hay que trabajar mucho”.