'The love witch': una experiencia estética de muerte, amor y feminismos
Hace cerca de una década, la polifacética artista Anna Biller debutó en el campo del largometraje con Viva, un acercamiento a la revolución sexual de los años 70 que se inspiraba en el estudio del cine sexploitation aportándole una perspectiva femenina. Con The love witch, sube la apuesta mediante una propuesta sorprendente, desconcertante, conceptual y estéticamente arrebatadora.
La protagonista del filme, Elaine, es una bruja que huye de la ciudad después de que su marido muera en circunstancias extrañas. Se instala en una pequeña población californiana, dispuesta a vender sus productos artesanales en una tienda local. Por encima de todo, está decidida a perseguir nuevas oportunidades de amar. Porque, como ella misma dice, es una adicta al amor.
Biller firma una propuesta difícil de clasificar, sensual y estética, pero también política. Replica de manera artesanal los colores pastel del Hollywood que, en los años 50 y 60, filmaba la guerra de sexos en forma de comedia androcéntrica con tonos Technicolor. Y añade a la ecuación unas gotas de gusto por los espectáculos de variedades burlesque. Se trata de ofrecer “una experiencia cinematográfica placentera”, en palabras de la autora, que a la vez trata de asuntos “extremadamente oscuros”: la mujer enamorada se entrelaza con la femme fatale, el deseo lo hace con la obsesión y la muerte. Y sí, en esta ocasión podemos hablar (quizá más que nunca) de una autora. Porque Biller se multiplica como productora, guionista, diseñadora de vestuario e interiores...
La cineasta nos transporta a un mundo con tecnología moderna y estilismo retro. La audiencia viaja a una extraña realidad paralela en la que se diría que la cultura hippie triunfó. Cultos alternativos, como el de las brujas, se han asentado como una presencia underground pero cotidiana dentro de la sociedad.
Las ocurrencias, orientadas a desconcertar y solazar a la audiencia, se entrelazan con las cargas de profundidad. Quizá la autora solo juega con el público al diseñar un presente fifties de tonos Technicolor, con salones de té donde suena música de arpa. Pero también hace emerger las contradicciones internas de películas como The wicker man. Ese pequeño clásico de Robin Hardy, estrenado en 1973 e hijo del choque cultural entre hippies y conservadores, trataba de un aparente matriarcado gobernado por un hombre.
En The love witch, por su parte, se nos muestra un culto que trabaja la soberanía femenina a través de la brujería, liderado por un maestro paternalista y que se cree con derecho a tocar a sus discípulas. La crítica es evidente, y Biller la ha explicitado en declaraciones públicas: la revolución sexual le parece un fenómeno asimétrico, y androcéntrico, que no liberó a las mujeres de la manera prometida. A través de la letra de su película, y también de la manera de filmar situaciones y cuerpos, la autora camina por el alambre del sexploitation. Y consigue una mirada propia que se distancia del cine terrorífico que usaba (y usa) el desnudo femenino como simple reclamo.
Víctima del amor
The love witch no es una película de terror al uso, ni tampoco una comedia satírica como mandan los cánones, sino una rareza agridulce y rica en diálogos-debate sobre las diferentes concepciones del amor, los sexos y los géneros. Su protagonista tiene algo de versión hipersensual e inquietante de las hechiceras enamoradas de ficciones más cándidas como Me enamoré de una bruja. Añade, eso sí, muchas dosis de sexualidad, humor negro y acidez.
Entre bromas y veras, Biller lanza alguno de los dardos más evidentes al amor romántico y sus peajes. Elaine quiere amar, no importa a quién, y cree que para amar debe ser la persona que su amante desee, sin que tampoco importe qué papel deba acabar representando. Su empoderamiento mediante la magia y el uso del cuerpo es solo aparente, porque se basa en la sumisión a la mirada de un otro.
Eso no implica que esta bruja del amor sea conformista. Sus amantes le resultan siempre decepcionantes. Es algo comprensible, porque los personajes masculinos parecen una parodia de los héroes del macartismo: galanes de madera con evidentes difícultades para gestionar sentimientos complejos. De alguna manera, aunque quizá no sea la voluntad de la creadora, también pueden verse como víctimas del sexismo. Estar acostumbrados a un reparto marcado de roles, a una masculinidad poco sentimental y más bien lacónica, les convierte en seres desbordados por el arrollador amor mágico de Elaine.
Ante una realidad frustrante, la protagonista sigue buscando ese amor intenso, único, irrepetible, que prometen los cuentos de hadas y que nadie parece capaz de darle. No hay enemigos malvados que obstaculicen voluntariamente el camino de la protagonista. No estamos ante una de esas películas que guiñan el ojo a los feminismos pop con empoderamientos basados en el ejercicio de la violencia, y que encuentran su catársis en la muerte de monstruos que pueden ser dioses (como el Ares de Wonder Woman) u hombres (el Immortan Joe de Mad Max: furia en la carretera). Quizá porque Biller es consciente que no existen los monstruos, sino dispositivos de creencias que facilitan la comisión de actos monstruosos. Y porque su protagonista no solo es una víctima del amor romántico, sino también una verdugo llevada por el narcisismo más extremo.
Por el camino, sea en forma de homenajes directos (Hitchcock), citas (diversas músicas que Ennio Morricone compuso para películas de terror) y ecos (como el folk horror británico de desnudos rituales), The love witch regala elementos para seducir a una parte de la cinefilia con su envoltorio formal. Pero no nos ofrece un cóctel de referencias sin discurso concreto, en la linea de algunos exponentes de la escuela tarantiniana.
Las imágenes rodadas por Biller, como las bebidas que sirve la bruja protagonista, incluyen un hechizo en forma de discurso feminista. Un discurso controvertido, abierto a interpretaciones, que fricciona con los modelos cinematográficos de los que parte. Y que nace para generar debates animados sobre nuestras maneras de vivir, amar... y contradecirnos.