'La Tribu', denuncia y violencia en lenguaje de signos
La imagen de una chica abortando impacta lo suficiente como para no necesitar aderezos sonoros. De la misma forma que la pasión de una escena de sexo no reside en las palabras, o el odio de un adolescente alienado se transmite a través de los ojos y no de las cuerdas vocales. La discapacidad en el cine se suele mostrar desde un prisma condescendiente que roza la vulgaridad con sus licencias ficticias. Por eso ha sido necesaria una película muda -y de una violencia demencial, dicho sea de paso- para admitir que los sentimientos anteriores no requieren subtítulos.
La Tribu presenta un internado mixto de sordos que convierte a Los niños de San Judas en el paraíso de la golosina. Sergey es la nueva incorporación de este centro regido por el típico grupo macarras que establece las jerarquías mediante un retorcido juego de pruebas. Para hacerse un hueco en la tribu y librarse del acoso constante, nuestro antihéroe tendrá que incurrir en todo tipo de crímenes, desde el robo hasta la prostitución de sus compañeras. Sergey pagará esta sumisión irracional cuando se enamore de una de las chicas a las que está corrompiendo. Ahí es cuando se sucederán las escenas de sexo sin adornos románticos, las palizas silenciosas y los entresijos de la trata de blancas. Un viaje de ida y vuelta a la perversión donde, como reza el subtítulo de la película, “el amor y el odio no necesitan traducción”.
Myroslav Slaboshpytskiy concibió La Tribu después de conocer el sucio filón que encuentra la mafia ucraniana en los jóvenes con discapacidad auditiva. Su trabajo como periodista de sucesos le permitió adentrarse en el mundo de las drogas y el proxenetismo, aunque los suburbios de Kiev le habían visto crecer desde su más tierna infancia. “De pequeños solíamos pegarnos con los chavales sordos del colegio de enfrente”, nos revela el director desde una cafetería ucraniana. Con apenas 11 años, y superadas las rencillas de la edad, quedó fascinado por la complejidad de la lengua de signos.
La idea de plasmar esa coreografía manual en el celuloide tomó forma en su primer corto, Deafness. Años después, este prólogo de once minutos sería el entrenamiento perfecto para desarrollar un thriller mudo sin doblajes ni subtítulos. La cinta se convirtió enseguida en el fenómeno de 2014 desde su paso por el festival de Cannes. Ahora, La Tribu llega a nuestras pantallas con dos años de retraso y un guión en blanco que pega más fuerte que cualquier diálogo grandilocuente.
Un vistazo a la “mafia de la sordera”
El espectador agradecerá una preparación psicológica antes de enfrentarse a este pozo negro de violencia. Myroslav no quiso tratar con piedad o compasión a las pobres almas que viven en el internado ni a los desgraciados que asisten a su microcosmos. En cambio, el director nos permite situarnos en un cómodo puesto de voyeur a través de sus elegantes planos secuencias y del seguimiento a Sergey en tercera persona.
“La historia es su conjunto es ficción. Pero todas las escenas, por individual, están basadas en situaciones reales de personas con discapacidad”, nos cuenta por Skype. El cineasta recibió montones de llamadas de socorro en forma de vivencias que merecían encontrar su hueco en el metraje. La “mafia de la sordera”, como él la llama, es un problema todavía vigente en Rusia y en su país, donde los explotadores se aprovechan de una comunidad desprotegida por la ley ucraniana.
Volviendo a los personajes, Anna es la silenciosa Julieta de Sergey en este romance shakesperiano con tintes camorristas. Su parte de la trama hace un llamamiento sobre el negocio de la prostitución con chicas sordas que se popularizó en la Europa del este. Las jóvenes eran vendidas por los mafiosos como un objeto exótico y discreto por el que exigir una paga extra. En este sentido, Myroslav presume de una carga política que se lanza sin filtros durante las dos horas y cuarto que ocupa su majestuosa lección social.
Para hacer llegar ese mensaje, el director pone a prueba los nervios de la audiencia a través de dos elementos muy intencionados y, en ocasiones, desesperantes: una crueldad exacerbada y unos eternos diálogos mudos. “Mi concepto de la violencia está muy alejado del que idealizan en Hollywood. Yo muestro la violencia tal y como se vive en mi país. Y nadie ha dicho que sea agradable de ver”. La tensión de La Tribu encaja como un guante con el momento político que vivía Ucrania durante el rodaje. Como si fuese una parábola de las protestas lideradas por los estudiantes en la plaza Maidan y en cuyo clímax se derrocó al presidente electo Víktor Yanukóvich. “Mi película ha sido la más exitosa de la Ucrania independiente”, recuerda Myroslav orgulloso.
Un cásting diferente
La intención última de la cinta, sin querer sonar trillada, es dar voz a quienes no la tienen. Conocer sus reglas y comprender a un grupo de personas cuya discapacidad les ha relegado a los márgenes de la sociedad.
Y nadie mejor para poner rostro a esta problemática que sus propios protagonistas. “Quería hacer un homenaje al cine mudo. Pero no a esas pantomimas del género clásico, sino una película sobre la vida de los sordos, para lo que necesitaba sordos reales”, reconoce el director.
El resultado es tan brutal como La Ola en versión todavía más nazi. Pero todo podría haberse ido al garete por el empeño de encontrar a jóvenes amateurs que viviesen según las leyes de la calle. “No es tan fácil como llegar a una agencia de cásting y pedirles que te proporcionen a diez actores sordos”. De hecho, Myroslav tuvo que llamar personalmente a cada colegio de integración de Ucrania e investigar en profundidad en diversas plataformas para reunir a un grupo de apenas 300 personas.
Después convocaron una especie de “campamento” con trabajadores sociales y especialistas en la lengua de signos para preparar a las futuras estrellas. “Organizábamos talleres para ensayar las escenas de una forma menos tediosa y, cuando estaban listos, rodábamos el plano de una sola vez”, revela. También es cierto que un “actor natural” no se suele enfrentar a este tipo de high school movie en sus primeros días de filmación. No hay escalas de grises en las escenas de bullying ni, por supuesto, en las de sexo. Estos jóvenes se enfrentaban a tremendos planos sin ropa donde el erotismo era un elemento tan improbable como las palabras.
Aunque La Tribu ha sido reclamada en casi 40 países, estas provocaciones han generado más de una charla con los productores extranjeros. “En Francia, por ejemplo, se llevan bien con el sexo, pero no tanto con la violencia. En cambio, en Estados Unidos me dijeron la violencia era estupenda pero que las escenas de sexo podían poner en peligro el contrato de distribución”, confiesa Myroslav a modo de anécdota.
Lo cierto es que el ucraniano habla con la tranquilidad que le otorga su ruta de premios por Cannes, Karlovy Vary, Londres, Milán y Fantastic USA. No en vano, este pionero ha logrado una deconstrucción de los prototipos cinematográficos con su propuesta valiente. Desde el abordaje de la discapacidad hasta su formato innovador, Myroslav demuestra que el abandono, la furia y el amor forman parte de un mismo lenguaje universal.
Actualización: Ante la petición expresa de una organización y la polémica surgida entre algunos lectores, hemos cambiado el término 'sordomudos' por sordos en todo el artículo.