Cuando Whit Stillman paseó por Barcelona
Hace 20 años, España era un lugar inquietante para los yanquis que la visitaban. Y no digamos si, en lugar de simples turistas, se trataba de currantes buscando hacerse hueco en ella como país de adopción, u (horror de horrores) oficiales de la VI Flota acostumbrados a pisar el Mediterráneo como terreno conquistado. Al menos, esa era la opinión de Whit Stillman, un cineasta que conocía la Península Ibérica de primera mano. En Barcelona, el filme que estrenó hace 30 años, este señor tan fino nacido en Washington DC ofreció un impagable retrato de la Ciudad Condal en los años postolímpicos. Y se ganó un lugar lo bastante grande en nuestro corazoncito para que ahora le aclamemos –sin ambages- como uno de los mejores directores más olvidados del mundo.
Los protagonistas de Barcelona (Taylor Nichols, pazguato liberaloide, y su primo Chris Eigerman, militarote de modales cuestionables) se odian desde la infancia. Y también se ajustan al perfil que Stillman lleva definiendo desde sus comienzos en el cine: individuos en mayor o menor crisis existencial, nacidos y criados en el seno de la alta burguesía estadounidense. Cual un Alan Rudolph (Elígeme) menos vintage, pero igual de obsesionado por el estilo, nuestro director probó desde su debut Metropolitan (1990) que su ambiente natural era el de la clase alta cosmopolita, y con cierta propensión al peterpanismo. En aquel caso, y pese a una financiación precaria mediante sablazos a familiares y amigos, la jugada salió bien: el debut de Stillman fue nominado al Oscar al Mejor Guión, amén de llevarse el Independent Spirit Award al mejor debut. Pero no convenía echar las campanas al vuelo.
No convenía, decimos, porque parece que los personajes de Stillman no son los únicos aquejados del Síndrome de Peter Pan. El director, al menos en lo artístico, también sufre dicho mal en un cuadro agudo: aquel que impide centrarse en una única actividad, pensando que la auténtica dicha siempre está en otra parte. Stillman ha dirigido una agencia de ilustración, ha hecho sus pinitos en el periodismo y la edición literaria y también ha sido agente de ventas para distribuidoras españolas en EE UU. Esto último le permitió trabajar en dos ocasiones como actor para Fernando Colomo: en la neoyorquina (y reivindicable) La línea del cielo (1984), su conversación con un Antonio Resines que no sabe pronunciar “Thornton” resulta inolvidable. Gracias a este conocimiento, Barcelona se alza por encima de esas películas que pretenden hacer pasar por cuadros de costumbres lo que sólo son postales de pintoresquismo. Sí, señor Woody Allen: esto va por usted, y por su París.
En todo caso, las criaturas del mundo Stillman acaban cayendo, tarde o temprano, presas de ese monstruo que se alimenta de niños que no quieren crecer: la nostalgia. Si te decimos que nuestro cineasta nació en 1952, y que (por temperamento y aficiones) el rock y el punk no le pegan ni con cola, entonces entenderás que uno de sus mejores filmes se titule The Last Days of Disco (1998). Si Barcelona evoca con precisión una ciudad mutante a través de su vida nocturna, las andanzas de Chloë Sevigny (sustituta de última hora para Winona Ryder), Kate Beckinsale y Chris Eigeman (otra vez él) por los garitos de la Nueva York seventies resultan una crónica impagable sobre los años pioneros del clubbing. Y también sobre el ascenso del yuppie como engendro mitológico y sociológico: de las ruinas del Studio 54, parece decirnos Stillman, habría de surgir el Patrick Bateman de American Psycho, tan hambriento de bienes materiales como ajeno a cualquier idea de diversión, o de comunidad.
Sólo nos queda una parada para finiquitar este viaje al planeta Whit Stillman. Pero tal vez sea la más importante, porque nos referimos a las chicas. Ah, las chicas de Whit Stillman... Estamos hablando de un señor capaz de convencernos, en Barcelona, de que Mira Sorvino y la londinense Tushka Bergen son catalanas de pro (nunca acaba de colar del todo, pero se lo perdonamos) y que, tras un hiato de trece años en su carrera, regresó con un filme de esos cuya mala suerte comercial resulta inexplicable. Se trata de Damiselas en apuros (2012), donde nuestro hombre se prueba capaz de competir con otros dos niños pijos a quienes podría dar alguna lección que otra: Wes Anderson y Sofia Coppola. Humorismo delicado y deadpan, el catarismo como pretexto para el sexo anal e hipotéticos suicidios universitarios se cuentan entre los pilares de una película que deberías estar viendo ya mismo.
En resumen: hace 20 años, un director estadounidense aprovechó sus recuerdos de joven viajero, y sus propias paranoias sociopolíticas, para rodar una cinta muy revisitable titulada Barcelona. Y ya: Stillman está a otras cosas, principalmente literarias (Love & Friendship, su segunda novela, se publicará el año que viene) y su filmografía tiene pocos visos de ser considerada como algo más que una nota a pie de página en la historia del cine indie. Pero, sobre todo si ya no cumples los 35, tal vez te convendría volver a echarle un vistazo a ese filme, aun a riesgo de acabar entonando aquello de Cómo hemos cambiado cual la yeclana Sole Jiménez. Y, si perteneces a una generación posterior, también resulta aconsejable una aproximación a la obra de Whit Stillman: tal vez así experimentes un anticipo de esa sensación que, el día de mañana, te invadirá cuando pienses en Instagram, Tumblr y el Primavera Sound.