Un reportero de guerra trasforma el gris de los campos de refugiados en ilustraciones a todo color
Entre 2013 y 2017, el ilustrador de reportajes alemán Olivier Kugler viajó al Kurdistán iraquí, Grecia y Francia para conocer y hablar con refugiados sirios, con la intención de llamar la atención sobre su situación.
Había sido una idea de Médicos Sin Fronteras (MSF), que le acompañó hasta los lugares en los que ellos, junto con otras organizaciones e instituciones, trabajaban por intentar ayudar a personas de toda condición y clase.
En sus viajes conoció a multitud de personas a las que entrevistaba, fotografiaba y luego dibujaba. Muchas no se dejaron retratar por miedo a que la proyección mediática les generase problemas a sus parientes en Siria con alguno de los muchos bandos implicados en la guerra. Las personas que sí accedieron a contar su historia forman parte de Escapar de la guerra y de las olas: una magnífica colección de reportajes y encuentros ilustrados con pericia y empatía por Kugler, que llega a nuestras librerías de la mano de Turner Libros.
Tiendas de campaña en la nieve de Domiz
“En diciembre de 2013 viajé junto con Julien Rey, de MSF, al campamento de refugiados de Domiz”, cuenta Kugler en Escapar de la guerra y de las olas. “Nos encontramos con personas abiertas que nos invitaron a sus tiendas y casas y, ante una taza de té, nos contaron sobre su patria, la huida de Siria y las condiciones en el campamento”.
Domiz está en la región autónoma del Kurdistán en Irak, hogar de 40.000 refugiados a escasos 60 kilómetros de la frontera con Siria. Una zona en la que en invierno se suele bajar de los cero grados y en la que, como informaba Unicef, la mayoría de familias desplazadas viven en viviendas con sistemas de calefacción deficientes o en tiendas con escasa protección contra el frío.
Allí, Kugler conoció a Muhamed, un carpintero de 55 años que regentaba un carrito de té, y que le ofreció una taza gratis al verlo tiritando en la entrada vigilada del campo. Él y su mujer vivían en Damasco y escaparon por los pelos de un bombardeo que acabó con su hogar.
También a Habib que le confiesa que, al ser kurdo, ya se sentía refugiado en su propio país antes de la guerra. Era músico en Damasco pero ahora arregla todo tipo de aparatos electrónicos durante jornadas maratonianas a cambio de la voluntad. Dice que no le gusta la televisión pero que a sus hijos les encantan los dibujos animados, especialmente Tom & Jerry. Así que si alguien no puede pagar nada por arreglarles un televisor, no les pide nada.
En Domiz, Kugler también se reunió con el equipo de psicólogos de Médicos Sin Fronteras, que le contaron que muchos habitantes del campo se niegan a recibir asistencia y ayuda de psicólogos, por desconocimiento o desconfianza.
“También tuve problemas en mis intentos de entrevistar o fotografiar a mujeres”, cuenta. “Me hubiera gustado reflejar el atareado ir y venir en un salón de belleza, a las jóvenes mujeres que se maquillaban y peinaban para una boda apunto de celebrarse, a la señora mayor que encadenaba un cigarrillo tras otro y que trabajaba como comadrona... lamentablemente todos mis requerimientos fueron rechazados”.
Dormir en el suelo rodeado de turistas
A principios de julio de 2015, Olivier Kugler viajó a la isla griega de Kos en el archipiélago del Dodecaneso -a 160 kilómetros de Rodas-, para conocer de primera mano la situación de los refugiados sirios encallados allí. Su proximidad con Turquía y la presencia de aeropuerto con el que en 45 minutos se está Atenas y en 25 en Rodas, la convierten en una de las islas más turísticas de mar Egeo.
Algo que contrasta fuertemente con las condiciones de vida de los refugiados allí. “Las autoridades locales no les ofrecían alojamiento”, cuenta Kugler, “ni siquiera duchas o servicios para refugiados, sino que los mandaban a un hotel decrépito y saturado fuera de la ciudad, donde un pequeño grupo de MSF se ocupaba de ayudarlos”.
“Durante mi estancia en Kos pedaleé a menudo hasta las playas a las que llegaban personas agotadas en sobrecargados botes de goma”, describe en Escapar de la guerra y de las olas. “Después de registrarse, se les informaba de que no podían acceder directamente al siguiente barco hacia Atenas, sino que tendrían que esperar durante semanas a que llegaran los documentos que les permitieran proseguir el viaje hacia el norte de Europa”.
Allí, sin embargo, sí pudo retratar a mujeres como Meran, oriunda de Homs (Siria), que se quejaba de que tenían que dormir en el suelo y eso perjudicaba gravemente su salud y la de su hijo, asmático de nacimiento. O a Sherine, que era psicoterapeuta en Alepo y hacía cuatro días que esperaba sus papeles junto a su padre y su madre, con la esperanza de coger un Ferri que les llevase a Atenas, para luego conseguir llegar a Alemania.
Hasta el país germano también quería llegar Rezan, cuyo retrato ilustra la portada del libro de Kugler. Es un diseñador de moda que huyó de Kobane cuando fue invadida por el Estado Islámico. En su regazo descansa Rocca, su sobrina de 8 años, que cuenta que su tío no se separó de ella durante la travesía en bote hasta Kos.
De la jungla en Francia, al oasis en Birmingham
La conocida como Jungla de Calais es el mayor campamento de refugiados de Europa. En 2016, a pesar de haber realizado un desmantelamiento de emplazamiento a la fuerza y con 278 detenidos -más de la mitad menores-, aún se encontraban 700 migrantes atrapados en la localidad del norte de Francia.
“En comparación con los otros dos campamentos, aquí resultaba más difícil encontrar a personas que se dejaran entrevistar y fotografiar”, cuenta Kugler. “En aquel momento, el campamento estaba sometido a la presión mediática, y es posible que muchos refugiados se sintieran cada vez más soliviantados por las cámaras dirigidas ininterrumpidamente sobre ellos”.
Sin embargo, allí pudo hablar con dos jóvenes sirios que compartían una pequeña cabaña construida por un inglés que trabajaba para MSF. Uno era técnico informático y se ganaba la vida reparando móviles y portátiles, y el otro era profesor de inglés en Siria. Ambos tenían intención de llegar a Inglaterra a través del Eurotúnel, y tenían familia en Londres y en New Castle.
No así en Birmigham, donde Kugler conoció a Wisam y Hadya. “Counterpoints Arts, una organización que apoya proyectos artísticos realizados por refugiados, me ayudó a conseguir una beca en el Arts Council England con la que pude trabajar en este libro”, cuenta el reportero alemán. Ellos le pusieron en contacto con la pareja siria.
Wisam fue alcanzado en la pierna por un tiroteo y estuvo escondido en casa de sus vecinos recuperándose hasta que pudo volver a caminar. Entonces viajó a Jordania y después a Egipto, donde se reencontró con Hadya y sus dos hijos Mohamad, de 11 años, y Ranem, de 8.
Con su larga travesía termina el libro del ilustrador de reportajes. Su historia aporta algo de luz, un aliento de esperanza al conjunto de una obra que, por lo demás, es tan dura de leer como sorprendente por su emocionante estilo.
La empatía de Olivier Kugler, su excelente trazo y concepción caótica de la arquitectura de la página, convierten Escapar de la guerra y de las olas en un maravilloso ejemplo de las enormes capacidades expresivas del periodismo en cómic más actual. Uno que utiliza el dibujo para acercarse, escuchar y retratar esas historias que de tan rotundas y reales, raras veces leemos las páginas de un libro.