Es un crío espigado y rubio que recorre el mundo viviendo múltiples aventuras con boina y madreñas. Se llama Pinín y es uno de los personajes de ficción más importantes de la cultura asturiana, aunque los niños de ahora ya no lean sus historias. Su figura, como la de sus tíos Pinón y Telva, está representada en murales, figuras e incluso en una escultura que encarna su vehículo habitual, el madreñogiro, instalada en el aeropuerto de Asturias. Su creador fue Alfonso Iglesias, quien este año habría celebrado su 110 cumpleaños. Si no hubiese fallecido en 1988, su fiesta de cumpleaños habría sido multitudinaria.
Alfonso Iglesias López de Vívigo nació en Navia en 1910. Estudió Químicas, pero dedicó su vida a la ilustración. Previo paso por los periódicos Región y La Voz de Asturias, empezó a publicar sus viñetas en La Nueva España, que inició su andadura en 1936. En 1940 nació la pareja formada por Pinón y Telva: él de Oviedo con boina y paraguas y ella de Gijón, vestida con el traje regional con pañoleta en la cabeza incluídas. Ambos calzados con madreñas [un zueco de madera propio de la tierra], por supuesto. En 1943 llegó Pinín “que de Pinón ye sobrín”, cuyas primeras historias se publicaron en forma de hoja dominical en el suplemento infantil del diario.
Javier Cuervo, periodista de La Nueva España y autor de la biografía Alfonso, cronista sentimental de Asturias (1995), explica a elDiario.es que: “tuvo un éxito enorme entre los lectores de la posguerra. Varios niños encarnaron a Pinín en desfiles multitudinarios, el primero a partir de las aventuras del periódico cuando ‘regresó’ en su helicóptero llamado ‘madreñogiro’ y fueron a recibirle a la estación del Norte de Oviedo, coincidiendo con el final de su primera aventura”. Fue un acto similar al que se realizó en Bruselas con Tintín a su vuelta de El país de los Soviets.
“Hay varias coincidencias sorprendentes entre Pinín y Tintín. Tintín es de 1929, anterior, pero veo muy dudoso que Alfonso Iglesias pudiese conocer el personaje de Hergé en Oviedo cuando aún no había llegado a España. Las aventuras de Pinín son muy viajeras y disparatadas”, afirma Cuervo.
El ilustrador y viñetista Alfonso Zapico coincide con Cuervo en que el sobrino de Pinón y el reportero belga tienen parecidos con matices: “Pinín es una especie de Tintín a la asturiana, un Spirou con boina, y sus aventuras destilaban menos sutileza. Pinín todo lo hacía por las bravas, a puñetazo limpio, volaba en un madreñogiro, se echó una novia famosa, no se detenía ante nada. Como Alfonso no dibujaba sus historietas en formato de álbum francobelga, sino que solo disponía de una tira de tres viñetas, no estaba la cosa para sutilezas”.
El autor de Dublinés y la serie La Balada del Norte –entre muchos otros títulos– nació en el pueblo asturiano de Blimea en 1981, así que por generación no vivió la época de esplendor del personaje. Pero, como para casi todos los asturianos y asturianas, forma parte de su educación sentimental. “Cuando empecé a leer cómic leía Tintín, no las tiras de Alfonso Iglesias que se publicaban en La Nueva España de la posguerra. Pero Pinín ya estaba incrustado ahí, en la sociedad asturiana de la época”, comenta a elDiario.es
“Era un personaje que aparecía pintado en los muros de los merenderos de carretera camino a la playa, en las paredes de los chigres, en los cuadros que adornaban la sede de una peña de fútbol o de un sindicato. Así que, curiosamente, puede decirse que Pinín ha estado casi tan presente en mi juventud lectora como Tintín, aunque no pudiera leer sus aventuras (luego las leí)”. En 2013, Zapico ganó el Premio Alfonso Iglesias de Cómic en lengua asturiana por su trabajo Cuadernos d'Ítaca.
¿Por qué tanto éxito?
Esa familia retratada por Alfonso Iglesias se convirtió en todo un icono, gracias a la capacidad del autor para hacer que el público se viese reflejado en sus viñetas. Se hicieron figuras gigantes para desfiles y un montón de objetos que hoy se llamarían merchandising. Telva tuvo su propia marca de jabón, como una influencer de la época, y la empresa de chocolates La Cibeles lanzó con sus chocolatinas una colección de cromos coleccionables con las primeras aventuras de Pinín en color que hizo furor entre los más pequeños.
En ese costumbrismo plasmado en sus historias hay mucha crítica a las injusticias que se vivieron en la posguerra, pese a que sus ideas no eran precisamente de izquierdas. Javier Cuervo recuerda que: “Alfonso era de derecha, había jurado los principios del Movimiento y lo recordaba si alguien quería atribuirle algún antifranquismo. No hacía proselitismo, pero tenía la mentalidad de su época, que cada año se hace más incorrecta. Sus chistes de guerra tienen la ferocidad de los órganos de propaganda en tiempos bélicos, pero cuando acabó la guerra 'desmovilizó' el humor y lo llevó a la cotidianeidad”.
Reflejó la pobreza, la suciedad, el hambre e hizo especial hincapié en la denuncia al estraperlismo: “representado en el gordo que se beneficia con el gran tráfico, no en la mujer que vende unos huevos fuera del racionamiento. Pero también en un judío estereotipado de la manera más antisemita”, esclarece su biógrafo, que añade: “Además, hacía bromas con símbolos políticos como el yugo y las fechas o con la legión, porque era poco solemne, no porque fuera contrario. El periódico que las publicaba era entonces el diario de Falange. Si llaman la atención es por lo que abundaba la solemnidad entonces con esos símbolos”.
Pinín se fue despolitizando con el tiempo y Alfonso –firmaba solo con su nombre de pila– se centró en captar la esencia de su pueblo. Para Macario Iglesias, uno de sus nietos, es sorprendente la capacidad que tenía su abuelo para entender y plasmar la realidad de sus coetáneos pese a su timidez. “En sus memorias habla de sí mismo como una persona solitaria, que no tenía amigos íntimos. Pero le gustaba mucho perderse para dibujar sus acuarelas y en las aldeas conversaba con la gente, era una persona cercana y sociable en ese sentido. Decía que sus amigos eran la gente del pueblo y los niños”, comenta a elDiario.es.
En la década de los 50 se mudó a Madrid por motivos de salud de su mujer, Tina. Allí siguió trabajando incansablemente, dibujando para periódicos como Arriba o Pueblo y a partir de los 60 para TVE. En Madrid no consiguió el renombre que tuvo en su tierra, al menos con el cómic, aunque sí estrenó algunas obras de teatro que tuvieron buena acogida, afirma su nieto.
Él tenía 12 años cuando Alfonso Iglesias falleció en Oviedo, después de algunos años con problemas de salud, así que sus recuerdos son un poco vagos. Le evoca como una persona muy imaginativa y a la que le gustaba mucho jugar: “Nos fabricaba y nos regalaba como escenografías hechas de pasta de papel, paisajes y construcciones para nuestros juegos y para nuestros muñecos. A mi prima Irene y a mi, que somos más o menos de la misma edad, nos hacía mucha ilusión que por nuestros cumpleaños o por las navidades nos regalase cosas creadas por él”. Y aunque era pequeño, llegó a percibir en persona el cariño que la gente tenía por él en Asturias: “No podías ir con él por la calle porque todo el mundo lo paraba y hablaba con él. Atravesar la calle con él no era posible porque no avanzabas”. Para Cuervo, su fama es comparable a la de Víctor Manuel o Quini [el futbolista] en su momento.
Más allá de la familia de Pinín
Precisamente en una de esas calles ovetenses captó al vuelo un comentario que originó la idea del Día de América en Asturias, que actualmente ostenta el título de Fiesta de Interés Turístico Nacional. A finales de los años 40, Alfonso Iglesias escuchó a un fabricante de gigantes y cabezudos valenciano decir que la calle Uría [en el centro de Oviedo] era una de las más bonitas de España para desfiles y cabalgatas. Así, se le encendió la bombilla y diseñó un desfile en homenaje a aquellos asturianos y asturianas que habían emigrado a América para ganarse la vida.
Muchos hicieron dinero y volvían de vacaciones con coches enormes, que popularmente empezaron a llamarse haigas –se decía que cuando iban a comprarlos pedían “el más caro que haiga”–así que el espectáculo incluía más de 50 de esos automóviles decorados con lazos y banderas, bandas de música y ocho carrozas. Estas, diseñadas también por Alfonso Iglesias, representaban la despedida, la travesía en barco, la llegada a los países de destino (México, Argentina y Cuba), la vuelta en avión ya con fortuna amasada y la acogida de su tierra de origen.
Aunque a la Sociedad Ovetense de Festejos (SOF), de la que Iglesias era directivo en ese momento, no le hizo mucha gracia por el dinero que iba a costar, al final lo consiguió. El evento se celebró por primera vez el 23 de septiembre de 1950 y todavía se sigue haciendo hoy en día, el 19 del mismo mes, dentro de las actividades de las fiestas locales de San Mateo. De hecho, es una de las citas más destacadas de su calendario pero el desfile es ahora también un reconocimiento a quienes llegan desde otros países para instalarse en Asturias. Sigue habiendo carrozas, bailes, bandas de música, gigantes, cabezudos y jolgorio.
Es un ejemplo de hasta dónde podía llegar su imaginación. Además de viñetista, fue autor de obras de teatro, pintor de acuarelas, cartelista y dibujante, casi todo inspirado en Asturias. Su nieto Macario es un arquitecto especializado en la construcción con materiales naturales para interpretar las técnicas tradicionales y explica que: “Mi abuelo tiene un libro fantástico sobre los hórreos, dibujó mucho sobre la arquitectura tradicional porque era un tema que le interesaba mucho. Y me ha pasado el estar trabajando en los planos de un hórreo que se va a reconstruir y que algún compañero me mandase las fotos de su libro, de sus investigaciones, sin saber que eran de mi abuelo”.
Pero quizás los carteles sean lo más destacable de su trabajo fuera de las tiras cómicas. Para Macario: “tienen por un lado su valor artístico porque son hermosos, pero también el de plasmar lo que ocurría en una época en una sola pieza. Hay muchos y muy variados. Además, a nivel personal yo me crié con ellos, estaban en mi casa”. Ahora, muchos se encuentran en el Muséu del Pueblu d'Asturies, en Gijón, que en total tiene un fondo de 291 trabajos de Alfonso Iglesias, de los que 236 fueron depositados por la familia. Una de las últimas donaciones fue el conjunto de figuras que representan a Pinín, Pinón y Telva a tamaño real. Son obra de su nieta María Iglesias, que es escultura y las creó en 2010 para una exposición que conmemoraba el centenario del nacimiento de su abuelo.
Joaquín López Álvarez, director del Muséu, comenta que desde la institución también han comprado más carteles firmados por él. Como cartelista sí tuvo un éxito considerable fuera de su tierra y se encuentran en el mercado: “Ahora mismo tenemos uno que todavía no presentamos y que es buenísimo, de promoción turística de Asturias. Lo acabamos de conseguir en Nueva York. Está editado por Wagon Lits, la compañía de coches cama y la empresa que quebró hace poco, Thomas Cook. El cartel está impreso en Madrid pero editado por estos, que ofrecían excursiones por Asturias porque tenían una agencia en Oviedo en los años 50 ¿Qué hacían esas dos compañías aquí? Lo desconozco. Cada día que te encuentras una cosa de estas es una sorpresa que te llevas”.
En el archivo también tienen cromos de La Cibeles y libros de Pinín y es uno de los pocos sitios en los que se pueden ver. Aunque sus viñetas se reeditaron en diferentes ocasiones y con éxito, ahora solo se localizan en el mercado de segunda mano (o quizás olvidadas en algún rincón de la casa de los abuelos). “El cómic es un arte popular, se hace para ser publicado, distribuido, leído, releído, compartido. Su lugar no está en la pared de un museo, y por eso las historietas de Pinín no se encuentran hoy en casi ninguna parte, salvo en los recuerdos de la gente que las leyó”, afirma Zapico.
En 1986, el autor asistió a la inauguración de una escultura en su honor realizada por Felix Alonso Arena e instalada en el Campo de San Francisco en Oviedo. Es uno de los reconocimientos a su trabajo que ha obtenido pero ¿ha recibido todo los que merece? Para Alfonso Zapico, Iglesias: “disfrutó [en vida] de lo máximo a lo que puede aspirar un autor de cómic: el reconocimiento, la fidelidad y el cariño de sus lectores”. Cuervo opina que ese apoyo por parte del público le garantizó también el de algunas instituciones, aunque matiza que: “lo del merecimiento es complicado desde que el cómico Jack Benny dijo: 'No merezco este premio, pero tengo diabetes y tampoco la merezco'. Una romería en su nombre como a las que iban Telva, Pinón y Pinín sería un detalle después de toda la vida pintando anuncios de fiestas”.