Espacio de opinión de Canarias Ahora
Enseñanzas de Pepe Alemán que evidentemente no aprendí
Entendió Canarias. La entendió tan bien, que se inventó un lenguaje para expresarla, y para protegerse de lo peor de ella. Lo ensambló con el habla de la calle y un humorismo que era su forma de la crítica, como en Alonso Quesada, aunque el humor de Quesada es hacia el temperamento de sus congéneres en el microclima insular, y deja un regusto amargo, y el de Pepe Alemán es una sátira de las intrigas, los rituales y las fatigas de los dueños del tinglado, de los que dice que “son como niños”, que siempre fue su forma de decir que son unos caciques malcriados.
Entendió mejor que nadie que el humor es una cosa muy seria. La risa es la justicia poética de los sometidos. La única baza de Calibán frente a Próspero. Se hizo periodista perfeccionando los oficios de la ironía, el doble sentido, el sarcasmo con que sortear la vigilancia de la dictadura. Supo antes que nadie que seguirían siendo mañas indispensables en la democracia para sortear las barridas del panóptico caciquil. Porque, si algo distinguió a Pepe Alemán, es el conocimiento de la Historia, no como una afición erudita o dominical, sino como un saber práctico de lo que permanece y se repite, primero como tragedia, y luego como farsa.
Entendió que la única forma de hacer un periodismo crítico en Canarias, y no morir en el intento, es ensamblarse un lenguaje propio. El suyo lo hizo con material encontrado en la calle, además de con jallos dejados por las mareas del idioma. Mucho antes de las novelas que han puesto de moda el español que se habla en los barrios urbanos de Canarias, Pepe Alemán ya escribía su columna diaria de actualidad política y sus Crónicas para cuasi cuarentones con un lenguaje eminentemente oral. Lo más anti-periodístico que se despachaba.
Lo opuesto a la lengua de palo de políticos y periodistas. Una columna diaria cuyo lenguaje fluye con la naturalidad de una conversación socarrona en un cafetín. En sus “dos folios de vellón” (como llamaba a su entrega diaria) hay más análisis de las estructuras del poder, y de mayor enjundia y esclarecimiento, que en toda la perorata técnica de la politología y la demoscopia hoy predominantes en el periodismo. En sus columnas, lo más lúcido se expresa con la mayor sencillez, como si nada tuviera importancia. Y quizá sea eso lo más valioso que Pepe Alemán nos enseña como sociedad: que todo el engolamiento y la solemnidad de que se reviste el poder encubre una falta de chicha bastante risible, si se la observa con la mirada y la voz adecuadas. Tuvo que saber, porque lo padeció con el cierre de la revista Sansofé, que, en una sociedad de estructura caciquil, con o sin democracia, la libertad de prensa siempre está en el alero.
Pepe Alemán no escribió para ser reconocido, influyente o poderoso, que es a lo que se supone que aspiran los periodistas con talento, sino que asentó su influencia en un lenguaje propio, único, para garantizarse que seguiría escribiendo, siendo intocable para los poderosos y sus malas mañas.
En una época en la que los periódicos de Canarias se escribían como los de Madrid, porque todo el mundo, de una u otra forma, confesable o inconfesablemente, queríamos acabar triunfando en Madrid, que era la medida de todas las cosas, Pepe Alemán escribió como él solo, con su propia voz y un oído para el habla de la calle como no ha habido otro en el periodismo en Canarias. Fue uno de los primeros, si no el primero, en tener un contrato de escritor asociado en el periodismo en Canarias. Ser escritor asociado era ser intocable.
En La quimera del islo, una novela portentosa de 1986, despliega el mundo de Puerto Escondido como un espejo de los antagonismos que atraviesan la historia de Canarias marcada por el colonialismo y el caciquismo, una historia que entendió como nadie. Llevó el pulso periodístico a su obra literaria y ensayística. Su libro sobre el pleito insular se lee como un reportaje trepidante. Otra de sus enseñanzas, la de escribir literatura como si fuera un género periodístico más, una visión que lo sitúa en un lugar aparte de las tendencias vanguardistas de la narrativa canaria de los 70, quizá solo compartido con otro gran periodista, Alfonso García-Ramos.
Se me hace raro llamarlo Pepe Alemán, ya que apenas lo traté. Una adquiere una familiaridad extraña con los maestros a los que no ha conocido. Tuvo que ser un goce ser un pibito en una Redacción con Pepe Alemán como jefe. Supongo que el edadismo también habrá alcanzado irremisible a esta profesión, la única en la que la experiencia (todavía) no es intercambiable por un Máster y toda la energía de la juventud.
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