Ley de partidos

Estamos aún lejos de los próximos procesos electorales -salvo que reviente, cuando menos se espere, la presión política y mediática y Pedro Sánchez se vea obligado a disolver las Cortes y convocar  nuevos comicios-, pese a lo cual algunos analistas y observadores están poniendo el foco en la reforma de la Ley Orgánica de Partidos Políticos (LOPP), comúnmente conocida como Ley de Partidos, aprobada en junio de 2002, tras los informes favorables del Consejo General del Poder Judicial y del Consejo de Estado. La aprobación de la norma se plasmó con los votos a favor de PP, PSOE, la extinta Convergencia i Unió (Ciu), Coalición Canaria y Partido Andalucista: en total 304. Hubo dieciséis votos en contra y ninguna abstención. 

En la exposición de motivos de la Ley, se indica que su objetivo es “garantizar” el funcionamiento del sistema democrático… “impidiendo que un partido político pueda, de forma reiterada y grave, atentar contra ese régimen democrático de libertades, justificar el racismo y la xenofobia o apoyar políticamente la violencia y las actividades de las bandas terroristas”.

El caso es que quienes abogan por una revisión de la LOPP se centran en otros aspectos de la política cotidiana, acaso contrastando realidades próximas que llegan a hacer dudar del buen funcionamiento del sistema. En ese sentido, alguno de los defensores de una reforma inmediata llega a afirmar que la misma no puede esperar. En su opinión, sin acceso libre a su afiliación y participación, sin transparencia, sin  primarias abiertas, sin rendición de cuentas y foros sectoriales abiertos, los partidos seguirán siendo máquinas de poder considerablemente desconectadas de la ciudadanía, tal es así consideran conveniente recordar las demandas del 15M y exigir una poítica al servicio del interés común y no de intereses particularizados. Algo de eso dijo el rey Felipe VI en su último mensaje de Navidad.

Siendo realistas -mejor, pragmáticos-, viendo como sigue evolucionando el panorama ‘político partidista’, cuando la política es pura foto, mensajería intercambiable de ocurrencias -cuando no, de insultos y descalificaciones-, participación capitidisminuida, supresión de debates, arrinconamiento ideológico y redes atiborradas de alardes audiovisuales, es difícil imaginarse una aproximación a los territorios del párrafo anterior. ¿Foros sectoriales abiertos, rendir balances, primarias abiertas? Pero, ¿sabemos bien de lo que hablamos? Señor: si algunas sedes locales permanecen cerradas. A estas alturas, la madurez de las organizaciones políticas debería medirse por algunos de esos parámetros que funcionarían casi mecánicamente. 

Y no se han dado cuenta de las amenazas que pululan y conviven ahí mismo. Cómodas y dentro del mismo sistema. Importan más los liderazgos caudillistas y las redes clientelares. Pero, ¡viva la democracia!