Lo primero que hizo Albert Camus tras ganar el Premio Nobel de literatura fue comprarse una vieja y pequeña casa en Lourmarin, en la Provenza francesa. Un antiguo criadero de gusanos de seda que se encargó de reformar para convertirlo en un hogar del que afirmaría: “Por fin he encontrado el cementerio donde seré enterrado”.
Murió no demasiado lejos de allí. Volvía a París tras pasar la Nochevieja del 59 en esa misma casa. Su familia viajaba en tren mientras él iba como copiloto junto a su editor, Michel Gallimard, al que acompañaban su mujer y su hija. En una carretera recta y larga de Borgoña, Gallimard pisó el acelerador y, a gran velocidad, algo hizo estallar una rueda del vehículo.
El coche se salió de la carretera y dio tres bandazos hasta colisionar con un platanero. Camus falleció en el acto, con el cráneo fracturado y el cuello roto. Gallimard lo haría en un hospital cinco días después. Las familiares del editor sobrevivieron con alguna magulladura.
En el maletero del coche descansaba intacta una maleta de cuero. Dentro, un ejemplar de La gaya ciencia de Nietzsche, dos cuadernos ajados y 144 páginas escritas a mano y agrupadas bajo el título de El primer hombre. Ese era todo el equipaje de Camus, pero ahí estaba su última e inconclusa novela. La que él aseguraba que se trataría de una historia épica con tintes autobiográficos, una suerte de Guerra y paz ambientada en la Argelia ocupada por los franceses. Aquel manuscrito llega ahora convertido en una espectacular novela gráfica, publicada por Alianza Editorial, traducida por Isabel Soto y dibujada por Jacques Ferrandez.
Un milagro hecho novela
El primer hombre sobrevivió al accidente de coche que acabó con la vida de quien lo había escrito de su puño y letra. En el verano de 1961, Francine Camus, mujer del fallecido escritor, inició el arduo trabajo de dar forma al manuscrito, mecanografiando la en ocasiones ilegible letra del escritor, estructurando todos los apuntes y atendiendo a los cambios de nombres de personajes y giros que había planeado.
Pero su círculo de allegados la convencieron para que no lo publicase, pues resultó que ni un Nobel te hacía inmune a las presiones políticas. La novela narraba la historia de un hombre que intentaba descubrir la vida de su padre, campesino en la Argelia ocupada por los franceses. Pero resultaba que iba a ver la luz justo cuando los argelinos recuperaban su tierra, como escaso tiempo antes lo habían hecho los marroquíes con el Protectorado español, tras una cruentísima guerra contra la colonización del territorio realizada por Francia.
Además, se sabía que en aquella novela Camus había vertido parte de sus memorias. Y el escritor de obras como El extranjero y El mito de Sísifo se había ganado la antipatía de determinados sectores de la alta alcurnia europea, llegándose a especular sobre si el accidente de coche que acabó con su vida no había sido tan accidental.
Según unas notas del escritor checo Jan Zabrana -cuyos diarios se encuentran en nuestro país publicados por Melusina editorial-, este tenía conocimiento por un contacto de la inteligencia soviética de que Albert Camus había sido asesinado en una operación especial del mismísimo KGB. Entre las razones que podrían haber motivado lo que no deja de ser pura especulación se encontraría su pública condena a la invasión soviética de Hungría o su apoyo a Boris Pasternak para el Nobel.
La suya era una voz inquieta e incómoda. Y eso hizo que la novela tardase 34 años en ver, finalmente, la luz. Catherine Camus, hija de Francine y Albert, consiguió reconducir el proceso de mecanografiado y superar las trabas editoriales de quien no quería hablar de la guerra de la Independencia de Argelia y consigue publicar el libro de su padre en 1994.
Así que, como sostiene la doctora en literatura francesa Alice Kaplan en el prefacio de la novela gráfica que ahora llega a nuestras librerías, “la existencia de El primer hombre es un milagro: un milagro nacido de una terrible tragedia”.
Una novela convertida en cómic
El dibujante y escritor Jacques Ferrandez no tenía, en absoluto, una tarea fácil por delante cuando decidió convertir El primer hombre en una novela gráfica. El material original -publicado en España por Tusquets- del que partía ya era polémico y estaba inconcluso.
Más aún teniendo en cuenta que el estilo literario de Camus no es fácil: el monólogo interior y las digresiones filosóficas, así como las narrativas en su ensayos, son parte de su espíritu. Es realmente complicado convertir la 'acción', los hechos que cabe imaginar entre viñeta y viñeta, para construir una sucesión lógica y atractiva. Y en esta novela, además, parecía haber querido ir más lejos que nunca con una escritura casi automática que combinaba frases inacabadas con otras que se alargaban durante páginas y páginas sin dar respiro al lector.
Sin embargo, Ferrandez ya se había probado con la prosa de Camus en El extranjero, una novela gráfica aquí publicada por Norma Editorial. Entonces lo hizo con un estilo pausado y evocador que solía invadir las páginas, eliminando en ocasiones la frontera de la viñeta en pos del paisaje, y convirtiendo al silencio en un personaje más.
Con El primer hombre, sin embargo, alcanza una nueva cota de excelencia en su concepción arquitectónica de la imagen, que juega a superponer constantemente los paisajes interiores y exteriores de los personajes.
Ferrandez, nacido también en la Argelia ocupada, parece saber distinguir perfectamente cuánto de personal y de ficción habita en la novela maldita de Albert Camus. Comprende el tempo y estructura con pericia el texto. Y, además, sabe inferir el alcance de un tono en absoluto nostálgico, crítico con el pensamiento reaccionario que abundaba en el pasado colonial.
Todo sin olvidar una habilidad portentosa para captar el detalle mágico en contextos crudos y sobrios. Lo hace mediante la superposición de escenarios y personajes de distintas épocas en una sola ilustración, mezclando pasado y presente como un estímulo constante.
El resultado es un cómic bello y en apariencia sencillo que consigue reivindicar la figura de Camus sin rendirle pleitesía. Que hace grande una de las novela más olvidadas del Premio Nobel. Y que, en el fondo, tiene mucho de un manuscrito en el que Camus vertió parte de su historia personal: una búsqueda constante de “razones para envecejer y morir sin rebeldía”, como reza la frase que sobrevuela el mar dibujado en la última viñeta de El primer hombre.