'Sandman', la cumbre de Neil Gaiman que introdujo a los jóvenes en el nihilismo
El próximo 5 de agosto se estrena en Netflix el primer capítulo de la esperada adaptación televisiva de The Sandman. La expectación que ha levantado evidencia la condición de cómic de culto del material original y la existencia de una base de fans que ha acompañado al personaje en todas sus manifestaciones, que ha propiciado el ascenso del guionista Neil Gaiman de joven promesa a estrella del medio.
La génesis de Sandman se halla en la labor de la editora de DC Comics Karen Berger, joven talento que, tras ser asistente del histórico editor Paul Levitz, comenzó a trabajar, a partir de 1984, en una nueva dirección: la revisión de personajes olvidados del fondo de armario de la editorial en manos de jóvenes escritores ajenos al género y provenientes, en su mayor parte, del cómic británico. Siguiendo la estela, principalmente del trabajo de Alan Moore en La Cosa del Pantano (1984-1987), Berger encarga al joven guionista Neil Gaiman el relanzamiento de Sandman, un héroe pulp creado en 1939, que en los setenta ya fue reinterpretado en clave superheroica. Como recogen los especialistas Elisa McCausland y Diego Salgado en su libro Sueños y fábulas: historia de Vertigo (ECC, 2022), Berger le indicó a Gaiman: “Preserva el nombre. El resto es cosa tuya”. A partir de entonces, Neil Gaiman trabajó en un universo propio, que incorporara todos los mitos y todas las historias de su interés, a través de un personaje carismático, poderoso pero vulnerable: su Sandman sería Morpheus, rey del Sueño, uno de los siete Eternos, encarnaciones inmortales de las pasiones humanas. La serie arranca en 1989 con el dibujante Sam Kieth como primer compañero de viaje, aunque nunca llegó a sentirse a gusto. “Me sentía como Jimi Hendrix tocando en los Beatles”, llegó a declarar. Sin embargo, suyo fue el diseño de Morpheus como un espigado gótico con el pelo a lo Robert Smith de The Cure, vestido de riguroso negro y con una expresión burlona en la cara que otros autores matizarían. Según algunos comentarios de entonces, Kieth se inspiró en el propio Gaiman para dar forma al personaje.
Gaiman gozó de una libertad creativa infrecuente en la industria del comic-book de la época, y pudo mantener bastante control sobre la serie, que se organizó en diferentes arcos narrativos a lo largo de sus 75 números, más algún especial. En algunos, ofrecía historias en las que el protagonista pasaba a un segundo plano; en otros, viaja a su pasado para ir componiendo un cuadro cada vez más complejo de Morpheus o de alguno de los muchos personajes que formaban el rico elenco de la serie. Sandman, puro sincretismo posmoderno, mezclaba sin complejos criaturas de las mitologías griega, egipcia o germánica, con personajes del folclore o las novelas victorianas, e incluso con personalidades reales, como el escritor Gilbert K. Chesterton, cuyo aspecto físico adoptaba “El Campo del Violín”, residente habitual del reino del Sueño. Algunos de estos personajes eran reinterpretaciones de algunos ya vistos en otros cómics de la editorial, como los hermanos Caín y Abel, o Destino, el hermano mayor de Sandman; otros, eran creación del guionista: el cuervo Matthew, Rose Walker o la popular Muerte, hermana pequeña de Morpheus, que sería protagonista de dos miniseries. Gaiman tuvo la suerte de verse acompañado de una pléyade de dibujantes que contribuían a la variedad de tonos de la serie, desde el terror gótico que trazaban los asfixiantes Mike Dringenberg o Kelley Jones hasta el clasicismo de Bryan Talbot, pasando por el modernismo art decó de P. Craig Russell o la fuerza expresiva y minimalista de Marc Hempel. Entre todos ellos, destaca la labor de Dave McKean como portadista durante toda la serie, trabajo en el que realiza todo tipo de fotomontajes y experimentos.
Sobre el éxito de Sandman, McCausland y Salgado destacan “la habilidad con la que Gaiman retoma motivos de la cultura clásica y los reinventa al gusto de los lectores y las lectoras de los años noventa. Ese poso latente de lo clásico en un relato innovador, en sintonía plena con el espíritu de los noventa, es lo que otorga a este cómic una vigencia que trasciende su tiempo”. La serie conectó, sobre todo, con adolecentes y jóvenes adultos y atrajo la atención de personas poco interesadas en los cómics de superhéroes, así como muchas lectoras. “Leer Sandman te hacía sentir moderno y, al mismo tiempo, te permitía interrogarte sobre facetas universales e intemporales de la condición humana. No queremos hacer spoiler pero conviene recordar que Sandman es al fin y al cabo la crónica de un fracaso vital, algo por lo que en cierto modo todos pasaremos antes o después”, reflexionan McCausland y Salgado.
Desde sus comienzos, y empezando por el ya mencionado aspecto del protagonista, The Sandman estuvo muy relacionado con la cultura gótica tan en boga entonces, algo que podía apreciarse no solo en la estética, sino también en la abundancia de citas musicales de esa escena, además de la cercanía personal de Gaiman con figuras como la artista Tori Amos. “Es un producto ligado cien por cien a la escena post-punk y gótica de finales de los ochenta y principios de los noventa. Reinaba por entonces en la cultura popular una sensibilidad mórbida y nihilista que cristaliza de modo inmejorable en Sandman”, explican McCausland y Salgado. Tal vez por eso, Gaiman consideró fundamental tratar ciertas cuestiones muy poco habituales en la ficción mainstream de su tiempo. Entre ellas destaca, sin duda, la diversidad de género, con un buen número de personajes LGBTIQ+ que rompieron con los estereotipos que a menudo podían verse en otras obras, y que está por ver cómo se traslada a su adaptación televisiva, más de treinta años más tarde.“Sandman abordó cuestiones de género, sociales y metafísicas desde perspectivas inéditas. Pero nuestro presente cultural es incapaz de reformular con credibilidad esas características en sus propios términos, a fin de marcar un hito de alcance semejante a los de obras generadas hace veinte, treinta o cuarenta años. Antes de decir que el cómic sobre Sandman es anticuado, vale la pena preguntarnos qué nos ofrece hoy por hoy lo nuevo, lo 'moderno', más allá de un pálido reflejo del pasado y la imposibilidad de invocar horizontes de futuro”, reflexionan McCausland y Salgado.
En 1993, Sandman fue incluida en el sello de reciente creación Vértigo, dirigido por Berger, y que aglutinó tanto series asentadas como La Cosa del Pantano o Hellblazer como otras de nuevo cuño. Tras el final de la serie, en 1996, Gaiman llegó a un acuerdo para que la editorial produjera series derivadas o spin-offs protagonizados por personajes secundarios, a cambio de no continuar con la original ni emplear a Morpheus sin su participación. El escritor británico, desde entonces, se ha embarcado en otros guiones de cómic y en varias novelas, como American Gods (2001), y ha vuelto puntualmente a su personaje fetiche, con suerte dispar. Para McCausland y Salgado, “Neil Gaiman nunca ha vuelto a expresarse al mismo nivel que en Sandman. Podríamos decir que todo lo que tenía que decir como escritor, como fabulador, está en las páginas de este cómic. Al fin y al cabo, Gaiman es Morfeo. Después, no ha hecho más que desarrollar (y reciclar) las mismas ideas hasta convertirlas en señas de identidad menos de sus ficciones que de sí mismo. Gaiman vive hoy por hoy de alquilar su nombre para legitimar proyectos corporativos de DC. Los nuevos productos Sandman siguen siendo conscientes de que solo la magia, la ficción, pueden salvarnos del infierno conformista del capitalismo cultural; pero la supervivencia de la marca acaba por imponerse a cualquier consideración artística para devenir cómplice de lo establecido”.
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