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'Contrapaso' o cómo contar la memoria de la dictadura franquista en un tebeo

Teresa Valero, autora de 'Contrapaso. Los hijos de los otros', en su estudio de Madrid.

Matías de Diego

25 de julio de 2021 21:44 h

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En este país tenemos ironía para dar y tomar. Pero, ¿dónde está la obstinación? ¿Dónde, la desobediencia? ¿Dónde, la lucidez?

Fue en su estudio del centro de la capital, rodeada de cientos de tebeos, lápices, acuarelas y dos botes de yogur griego de un kilo reconvertidos en limpiapinceles, donde Teresa Valero (Madrid, 1969) escuchó la historia de cómo un grupo de periodistas de sucesos se las ingeniaba para burlar la censura de la dictadura franquista.

“Estaba trabajando aquí –cuenta Valero a elDiario.es– cuando me topé en la radio con una entrevista que le estaban haciendo a Juan Rada, uno de los últimos directores de El Caso”. Rada contaba en aquella entrevista la lucha diaria de los periodistas del famoso semanario de sucesos, que se editó entre 1952 y 1997 con un éxito arrollador, para poder publicar crónicas sobre crímenes que, según el régimen, en España no se producían. El ‘esto con Franco no pasaba’. Ahí había material para un tebeo.

El relato de Rada sentó los cimientos de lo que iba a ser Contrapaso. Los hijos de los otros (Norma Editorial, 2021): varios álbumes con diferentes crímenes reales publicados en El Caso que sirvieran para contar la España de los 50 y la batalla por la verdad en plena dictadura. Un David contra Goliat. Las libertades de expresión y prensa enfrentadas al puño del totalitarismo. Pero todo se tambaleó al poco de empezar. “RTVE estrenó una serie sobre El Caso… Pensé que la idea se había agotado”. Había que darle una vuelta al proyecto. Convertirlo en una obra de ficción.

Asesinos en serie y bebés robados en el Madrid de Franco

Febrero del 56. Nieva en Madrid la noche en la que un cadáver aparece flotando en el Manzanares. Otro asesinato al que querrán darle carpetazo rápido. Otra escena del crimen que acabará apilada junto al resto de fotografías de mujeres asesinadas que sepultan el escritorio de Emilio Sanz. La justicia del generalísimo venderá cada detención y cada ejecución como un gran éxito, como otro caso resuelto, pero, mientras siguen declarando culpable a cualquier pobre diablo, hay un hombre suelto que sigue matando mujeres. Y lleva diecisiete años haciéndolo.

Sanz, un viejo periodista y militante falangista, es el único al que parecen importarle todas esas mujeres. Su obsesión por la verdad y por revolver un caso que nadie quiere reconocer son el eje que vertebra lo que ha acabado siendo Contrapaso: un thriller social cargado de Historia de España. “Como lo de El Caso o lo de hacer algo más costumbrista no salió, pensé que era mejor hacer una obra tipo novela negra clásica americana”, explica Valero: “Presentar un caso criminal, pero, sobre todo, cargar las tintas en temas de corte social, centrarme en las personas, en cómo nos relacionamos entre nosotros y cómo las circunstancias sociales determinan nuestra forma de vivir”.

Personajes como Sanz; Léon Lenoir, el hijo de un comunista que vuelve a España para desempeñarse como reportero de sucesos; o Paloma, una dibujante que trata de liberarse de la sumisión impuesta por el régimen a las mujeres, le sirven para tratar en un tebeo asuntos que “aún levantan ampollas entre los españoles”. Un ejercicio sobresaliente de narración, una trama plagada de mentiras y secretos, con una reconstrucción al detalle de la sociedad española de los años de la dictadura.

-      ¿Qué es lo que más te preocupaba de tratar estos temas en un tebeo de ficción?

-      Que quedara artificial. No quería que se sintiera como algo falso y, sobre todo, no quería que la historia hiciera daño a gente que ha sufrido de verdad. Contrapaso es una obra de ficción. Lo que cuento no es real, pero está basado en hechos reales. Al ser temas que están todavía a flor de piel, quería tenerlo todo muy bien documentado y sostenerlo sobre testimonios reales que me sirvieran para construir una trama sin caer en frivolidades. 

Después de treinta años dedicados a la animación y tras “algunos pinitos” como guionista, Valero se presenta como creadora total con una obra en la que se ha encargado de la documentación, del guion, del dibujo y del color. Un tebeo que explora los mundos de la censura, los bebés robados y el papel de la Iglesia en la dictadura franquista. Páginas en las que el lector reconocerá los experimentos que desarrolló el Dr. Vallejo-Nágera con las mujeres de la cárcel de Málaga y los brigadistas presos en San Pedro de Cerdeña para curar el ‘gen rojo’; las terapias de reconversión sexual y las cirugías del Dr. López Ibor para erradicar la homosexualidad; y los interrogatorios del comisario Roberto Conesa en los sótanos de la Dirección General de Seguridad.

El cine que se hizo entre los años 40 y principios de la década de los 60 fue un modelo fundamental para recrear esa España de huelgas estudiantiles y publicaciones clandestinas. Surcos, El malvado Carabel, La vida en un bloc, Todos somos necesarios o 091, policía al habla. “A pesar de ser muy artificioso y con una interpretación muy edulcorada de la realidad, fue esencial”, explica Valero.

“También pude entrevistar a Julio Diamante, el escritor y director que fue interrogado por Conesa en la Dirección General de Seguridad en 1956, y al fotógrafo César Lucas. Dos referentes que vivieron aquella época y que me contaron cosas impresionantes. Los conocí gracias a Víctor Lerena y Xulio García, ambos periodistas de la Agencia EFE”. Cinco años de conversaciones, cine y libros, muchos de ellos descatalogados –“en IberLibro soy cliente VIP”, bromea–, para reconstruir minuciosamente la moda, la publicidad, los barrios y las costumbres de esa España.

Y ahora vayamos al final. Página 133, penúltima viñeta. Café Fuyma. En segundo plano, abriéndose paso a la carrera entre el gentío y el humo, un botones atraviesa la escena. Es un “Spirou manchego” que convirtió la búsqueda de un café para una escena final en una obsesión para Valero. Ella quería que fuera aquel que ocupó el número 44 de la calle Gran Vía de Madrid. “No había ni una sola foto del interior. Fue complicadísimo, pero quería hacerle ese homenaje a mi padre. Él es el botones. Trabajo allí de adolescente y juntos fuimos recomponiendo el café a partir de sus recuerdos”.

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