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Criminales del copyright

Montero Glez

17 de enero de 2020 21:30 h

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Se sabe que a Johannes Brahms (1833-1897) le gustaba visitar las bibliotecas de las ciudades por donde pasaba. Una vez dentro, se sumergía en el estudio del folclore local, transcribiendo composiciones que luego incorporaba a sus obras. 

Es por eso que sus melodías resultan tan pegadizas, como si el duende de la tradición nos recordase que ya existían mucho antes de que Brahms naciera y formasen parte del inconsciente colectivo. Dispuesto a pulsar la cuerda que hiciese sonar nuestra memoria más remota, Brahms nos dejó piezas incitantes. Es el caso de su conocida “Danza húngara nº 5”, una pieza subida de ritmo desde el primer movimiento y apta para todos los gustos. 

Lo de incorporar melodías de otros –en el caso de Brahms, del folclore popular– viene de antiguo. Porque el plagio no es otra cosa que una variante del  camuflaje con el que ciertas “especies” se adaptan a los tiempos para ir sobreviviendo en el entorno mercantil de la cultura. No hay que olvidar que en la época de Brahms, también existía la dictadura del mercado, menos globalizada que ahora, eso sí; pero existía.  

Tampoco hay que olvidar que Brahms fue un niño pobre que se buscaba la vida  tocando el piano en los burdeles de Hamburgo, hasta que un buen día se cruzó en el camino con Clara, la esposa de Robert Schumann. Fue entonces cuando Brahms se convirtió en su protegido; un niño mimado por el mercado musical de entonces cuyas decisiones se tomaban en el salón los Schumann. 

De esta manera, las piezas musicales de Brahms se convertirían en productos que, de haber sido en otra época, hubiesen alcanzado los primeros puestos en el hit-parade. Llevado por los tiempos, Brahms se convertiría en una pieza del sistema económico, sometido a las leyes de oferta y demanda, hasta que se cansó del juego –a la edad de cincuenta y siete años– y decidió dejarlo. Luego volvió, pero eso es otra historia. 

Lo que nos interesa ahora es que Brahms era un randeta con talento, de los que roban y luego asesinan para terminar de delinquir haciendo desaparecer el cadáver. Algo parecido a lo que en su día hizo el saxofonista Charlie Parker, incorporando las primeras notas de “La consagración de la primavera” de Stravinsky  a la improvisación de un solo en el tema “Salt Peanuts”. Lo que estaba haciendo Charlie Parker era robar, asesinar y hacer desaparecer el cadáver de “La consagración” entre las aguas turbulentas de su ritmo sincopado. Una manera de ofrecer su sacrificio a los dioses para celebrar que estaba en París. 

Viene al hilo apuntar que Stravinsky fue señalado en su día como otro gran apropiador de melodías populares. Pero en el caso de Stravinsky, como en el de Brahms, el plagio se convierte en conquista; una conquista que puede llegar a ser polémica como ocurrió con el “Twist and shout” de los Beatles, tema con una melodía bailonga que no es otra que la de la canción popular mejicana titulada “La Bamba”. Sin embargo, eso no quita mérito a los Beatles como músicos, de la misma manera que tampoco resta vicios a su naturaleza de ingleses, hijos de una tierra donde el colonialismo y la apropiación de bienes ajenos tienen su arraigo. 

Algo parecido a lo que en su día hizo Rod Stewart cuando randó a Jorge Ben el estribillo de su “Taj Mahal” para añadirlo a su exitoso “Da Ya Think I'm Sexy?” El descaro del británico –pieza del mercado– ante la creación de un rebelde brasilero le traería problemas. Ocurrió en Brasil, estando Rod Stewart de gira cuando, recién llegado a la habitación de su hotel, sonó el teléfono. Era Jorge Ben, que quería “saludar” al huésped. Al final, Rod Stewart cedió los derechos de la canción a UNICEF, por lo que Jorge Ben se tuvo que morder los puños. Una jugarreta al estilo británico por parte de Rod Stewart que robó y luego no supo asesinar, como tampoco supo hacer desaparecer el cadáver. Sin embargo, en su ayuda acudió la mano invisible del mercado en forma de caridad. 

Con todo, parece ser que los tiempos que corren no tomaron el rumbo del respeto a la propiedad intelectual y que lo de Rod Stewart fue el principio de lo que iba a venir después. En el tema hip-hop-rapero “Ice Ice Baby” de Vanilla Ice, podemos escuchar con claridad la línea de bajo del famoso tema de Queen titulado “Under Pressure”. El efecto se consiguió sampleando el original, es decir, por sampling, como si esto fuera parte de la creatividad artística. Un detalle que tiene poco de arte, pues no es necesario saber tocar instrumento alguno para samplear. 

Hay pocas publicaciones en castellano que hablen de este tema y lo que hoy nos trae hasta aquí es la lectura de una de ellas, la titulada “Criminales del copyright” (Hoja de Lata) a cargo de los profesores Kembrew McLeod y Peter Dicola, ambos impartiendo clases en norteamérica. El uno –McLeod– es profesor asociado de Estudios de Comunicación en la Universidad de Iowa. El otro –Dicola– profesor en la Facultad de derecho de la Universidad de Northwestern. Entre ambos han dado a la imprenta un denso trabajo donde la historia musical, la conducta y el robo se trenzan hasta llegar a la era digital de nuestros días. Uno de esos libros que vienen a conquistar el vacío de publicaciones sobre el tema y un trabajo que anima a la conciencia crítica.