Mucho se ha escrito sobre la Transición y los trepidantes acontecimientos que cambiaron España después de la muerte de Franco, allá por noviembre de 1975. Las estanterías de las librerías están repletas de ejemplares sobre el tema con enfoques, en su mayoría coincidentes, sobre el “éxito” de aquel experimento y comentarios casi siempre laudatorios hacia sus principales protagonistas: partidos políticos, agentes sociales, instituciones económicas, y, por supuesto, sobre el papel del Rey como figura estelar y, hasta hace muy poco, intocable.
A pesar de la sobreoferta literaria sobre ese periodo de nuestra historia reciente, faltaba en las estanterías un estudio que apoye, basado en los datos y los testimonios, la tesis contraria: que la Transición fue un fracaso. Y Por qué fracasó la democracia en España. La Transición y el régimen del ’78 es un excelente trabajo de investigación que desmonta muchos de los mitos que nos han querido vender en torno a aquellos años y su –aparente– final feliz.
A lo largo de nueve capítulos, una introducción y un epílogo –ambos imprescindibles para comprender el sentido de la obra–, el autor nos relata el dilema al que tuvieron que enfrentarse, por un lado, los herederos del dictador y, por otro, los que esperaban entrar en acción tras su fallecimiento: el continuismo del régimen, la disolución inmediata de las instituciones o la reforma pactada de aquel sistema caduco, paternalista y autoritario. Se optó por lo último como la solución menos traumática.
Los otros actores secundarios
Otra novedad: sin perder de vista a los clásicos actores principales de aquel proceso, el libro pone el foco en el papel que jugaron los personajes secundarios que, como en la mayoría de las buenas películas, suelen ser los que dan verdadero sentido a la narración: la clase obrera, los movimientos sociales, vecinales, estudiantiles y todas las organizaciones que surgieron como respuesta a la represión franquista en busca de una verdadera y ansiada democracia.
En los primeros capítulos se narra el clima que caracterizó a los años previos a la Transición en sí misma, las huelgas que se extendieron “como una mancha de aceite” desde el País Vasco, Navarra, Cataluña o Madrid, dando origen a un combativo “movimiento obrero”. Sin embargo, para el autor, esa clase obrera que peleó por los derechos sociales se limitó a la postre a ser “el sujeto de ruptura, pero no el protagonista del cambio”. De hecho, llega a la conclusión de que “la clase obrera acabó por plegarse, al menos aparentemente, al consenso social que siguió a los acuerdos políticos”. Lo mismo hicieron el PCE de Carrillo “con su política de moderación” –para algunos de “traición”–, los propios sindicatos y un PSOE recién llegado del exilio y la clandestinidad que, bajo el liderazgo de Felipe González, supo aprovechar mejor que nadie la oportunidad histórica con la que se topó.
Los verdaderos protagonistas de aquel cambio serán, pues, los hombres y –algunas– mujeres de la llamada “generación de la Transición”, caracterizada por esos jóvenes que en su mayoría se educaron en el espacio sentimental del franquismo. Una buena parte importante de esta generación tuvo en el movimiento estudiantil su primera experiencia política. Se formó en los círculos de la izquierda, la extrema izquierda, el anarquismo... y fueron los responsables de elaborar la tan traída y llevada “memoria de la Transición”, plasmada en imágenes que nos muestran la lucha estudiantil, la canción protesta, las carreras delante de los grises, etc. Pero ¿qué papel se le deja al movimiento vecinal, al feminismo, a la verdadera lucha de la clase obrera? “La democracia obrera fue sacrificada en aras de los pactos políticos”, aunque su fracaso hay que buscarlo “en su propia debilidad interna”, opina el autor.
“Un régimen de clase”
Otra de sus conclusiones a la que llega en su análisis es que “el régimen de la Transición fue, como todos los sistemas políticos, un régimen de clase”. No respondió tanto a la oligarquía o al capitalismo familiar como propiamente a las nuevas clases medias que crecieron al calor del tardofranquismo y que al final se hicieron con el poder del Estado. Ellos neutralizaron e integraron las voces discordantes. “El resultado fue un régimen de nuevo cuño, la democracia liberal, que si bien satisfacía a alguna de las nuevas demandas sociales, las encuadraba en un marco político que reproducía los intereses de viejas y nuevas oligarquías”, escribe Emmanuel Rodríguez. “En esto consistió el fracaso de la democracia en la Transición española”.
El libro ha visto la luz gracias al esfuerzo de Traficantes de Sueños (TdS), que no es una editorial al uso sino, como explican sus propios impulsores, un proyecto que nace a mediados de los años noventa como espacio de reflexión y punto de encuentro de los movimientos sociales alternativos, ávidos por hurgar en la ‘otra realidad’ que la oficialidad se ha empeñado en desplazar.
Emmanuel Rodríguez López es sociólogo, doctor en Historia y profesor de Geografía Política en la Universidad Complutense de Madrid; participa en la Fundación de los Comunes y en el Observatorio Metropolitano de Madrid. Entre sus publicaciones destacan Hipótesis democracia (2013), Fin de ciclo. Financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (2010), escrito junto a Isidro López; y El gobierno imposible. Trabajos y fronteras en las metrópolis de la abundancia (2003).