Eva Yerbabuena ha traído a Japón su más reciente espectáculo, “Cuentos de Azúcar”, una muestra más en sus intentos por hilar historias y ritmos dispares, pero que se mezclan aprovechando la habilidad del flamenco para traspasar fronteras.
“El flamenco juega, va y viene, es como el mar, tiene esa habilidad”, dice en una entrevista con Efe la bailaora y coreógrafa, que ha llegado a Tokio de la mano de “Cuentos de Azúcar” y a presentar mundialmente hoy “Flamenco Cardinal”.
“Cuentos de Azúcar”, estrenado en España en julio pasado, junta en el escenario el flamenco de la compañía de Eva Yerbabuena y los cantos tradicionales de la isla nipona de Amami interpretados por Anna Sato, con músicas y pasos que se entrelazan en un conjunto armónico.
Fue Sato quien se acercó primero a Eva Yerbabuena para entregarle un CD con su música y composiciones con un dialecto nipón de la isla de Amami. “Escucho a Anna cantar y para mí no hay una pureza tan divina, es algo mágico”, sostiene la coreógrafa española.
“Flamenco Cardinal” no tiene esa vertiente nipona, a pesar de su estreno mundial en Japón, pero representa la segunda parte del “Díptico del Encuentro”, cuya primera entrega es “Cuentos de Azúcar”.
La obra estrenada “está inspirada precisamente en lo indispensable, a la hora de crear un espectáculo y a la hora de vivir. El amor es indispensable”, sostiene la artista.
El espectáculo estrenado hoy incluye palos flamencos como soleás, saetas y vidalitas. Abre con una rumba, pero cierra una interpretación adaptada de “Ne me quitte pas”, el tema compuesto por Jacques Brel.
“Lo canta Alfredo (Tejada). No lo puede cantar más flamenco, pero es precioso”, dice Eva Yerbabuena, el nombre artístico de Eva María Garrido García, nacida en la ciudad alemana de Fráncfort de emigrantes españoles, pero criada en Granada.
A la bailaora, una de las figuras más reconocidas del flamenco español, no le gustan las etiquetas para su arte ni tampoco el término fusión, que a veces se aplica a sus espectáculos.
Ha compartido escenarios con el bailarín ruso Mijaíl Baryshnikov o con la cantante Alana Sinkëy, nacida en Guinea Bisáu, y ahora le toca a la japonesa Anna Sato.
Con ellos, el flamenco de Eva Yerbabuena no se fusiona, sino que se trata de “hilar” ambas expresiones, dice, algunas veces haciendo “encaje de bolillos”.
Fusionar, sostiene, “sería como si Anna intentara cantar flamenco o yo intentara kabuki”, agrega, refiriéndose al teatro tradicional de Japón.
Eva Yerbabuena ha hecho una decena de giras en Japón. La primera fue en los años noventa, cuando estuvo seis meses. “Me casé para venir a Japón”, recuerda ahora, una condición que le puso su padre antes de viajar con quien entonces era su novio.
Y llegó aquí por primera vez con Paco Jarana, quien la acompaña siempre con la guitarra, su “media naranja artística y de vida” y pieza fundamental en la compañía que la propia Eva fundó en 1998.
A la artista española le costó al principio encontrar una razón por la cual el flamenco es tan popular en Japón, tanto que algunos lo consideran como la segunda patria del flamenco.
“Conocen cada cante, cada estilo, cada toque (...). Es impresionante”, dice la coreógrafa.
“A mí lo que me gusta del flamenco, lo que me estremece -agrega-, es la profundidad, y ellos (los japoneses) la tienen. Son sumamente profundos, hasta tal punto que dices por qué les cuesta tanto trabajo ”exteriorizar“ o ”echar hacia afuera“ los sentimientos.
Piensa, por ejemplo, que cuando los japoneses “te ven, si tienen ganas de darte un abrazo, es como si se lo piensan, y te tocan pero no es un abrazo”, dice.
Quizás por esa razón precisamente la escena final de “Cuentos de Azúcar” es un abrazo en el que se funden en el escenario Anna Sato y Eva Yerbabuena.
Agustín de Gracia