Gerda Taro, Robert Capa y los peligros de firmar con un seudónimo masculino
Todo empieza y acaba en Robert Capa. Incluso la canción de Alt-J titulada Taro trata mayoritariamente sobre él, aunque Gerda fuese tan Capa como Endre Friedmann.
La figura de la fototógrafa ha salido estos días a la luz gracias a una instantánea que, sin embargo, no tomó ella. Podría tratarse de la única imagen que documenta los últimos minutos de vida de Gerda Taro. En ella, la joven yace con la nariz sangrante justo después de ser atropellada por un tanque el 26 de julio de 1937, en la batalla de Brunete. O, al menos, eso dictaminaron las redes.
Cuando John Kiszely subió una fotografía a Twitter para honrar la memoria de su padre, médico de las brigadas en la Guerra Civil española, no imaginaba que estaba a punto de compartir con el mundo un momento histórico. Para corroborar la versión del británico, muchos tuiteros le pidieron que publicase también el reverso de la foto, donde se puede leer “Mrs Frank Capa, Brunete”.
“El mensaje en el reverso fue escrito por alguien desconocido, probablemente el fotógrafo, y muy probablemente en una fecha posterior. Se refiere erróneamente a ”la señora Frank Capa“, una confusión evidente entre Robert Capa y el director de cine Frank Capra. De hecho, para ser claros, Gerda Taro no era la mujer de Robert Capa. Nunca estuvieron casados”, contesta a este diario Jane Rogoyska, autora del libro Gerda Taro: inventing Robert Capa.
Si bien el nombre es incorrecto, el apellido demuestra que ella también usaba ese seudónimo durante su trabajo en el frente. Porque Robert Capa va mucho más allá del hombre que inmortalizó, o diseñó al milímetro, la Muerte de un miliciano. Robert Capa fue bautizado y existió gracias a su ánima femenina; y esa fue Gerda Taro.
Inventando al intersexual Robert Capa
Durante la Guerra Civil, las crónicas de la época mencionaban en ocasiones a una fotoperiodista apodada “el pequeño zorro rojo”. Su edad (murió con poco más de 26 años), el color de pelo, su sonada belleza y su astucia para colarse entre los hombres y conseguir la mejor foto dieron forma a este mote.
Gerda Taro llegó a España porque su temperamento, tan conocido y admirado entre las filas republicanas, no pasó desapercibido en la Alemania nazi, donde se convirtió en presa del nacionalsocialismo.
Taro nació como Gerta Pohorylle en Stuttgart el 1 de agosto de 1910, en el seno de una familia judía de origen polaco. Durante la República del Weimar, sus padres le imbuyeron de una ideología libertaria y una tendencia al activismo que le forzaron a emigrar a París en 1933 para mantenerse alejada de la lupa del káiser.
Allí, la joven Gerta repartió el tiempo entre los cafés de Montparnasse y su trabajo de secretaria en la agencia Alliance Photo. Los primeros le brindaron una buena agenda de contactos, pero fue en esas oficinas donde descubrió su verdadera vocación.
En una de estas reuniones, Taro conoció al hombre que le acompañaría hasta el final de su vida: el húngaro de ascendencia judía Endre Friedmann. El fotógrafo tenía madera de leyenda, pero le faltaban unos remiendos a nivel de imagen y estrategia que ella le confeccionó con soltura.
Su conocimiento de la industria era lo suficientemente amplio como para saber que dos veinteañeros judíos debían reinventarse a sí mismos si querían sobrevivir en una Europa antisemita.
Ella escogió Gerda Taro por su ortografía básica, fácil de pronunciar y su sonoridad parecida a la de Greta Garbo. Para él se inventó la identidad de Robert Capa, un rico fotógrafo estadounidense, muy exitoso y recién llegado a Europa. “Era importante que Capa, al ser un pez gordo, aceptase nada menos que el triple del precio actual de su trabajo”, cuenta Jane Rogoyska.
Así se forjó un mito al que Taro no solo contribuyó con la idea del nombre y de los trajes caros, sino con su propio dominio detrás de la cámara, aunque tardase muchos años más en ser reconocido.
El pequeño zorro rojo
En aquel momento, España era el lugar ideal donde forjarse una buena reputación en prensa e incluso grandes fortunas, lo que decidió a la pareja a desplazarse hasta Madrid. En su caso, y a diferencia de otros más materialistas como Hemingway y Martha Gellhorn, les movió también la injusticia social, el antifascismo y sus ideales revolucionarios. Por eso la trinchera republicana de la Guerra Civil resultó ser el mejor de los destinos.
Durante años se extendió el rumor de que Gerda Taro se quedaba en las grandes ciudades, mientras que Endre (o Robert) trabajaba como un animal en el campo de batalla. Algo que, como dice Rogoyska, está muy lejos de la realidad. “En ningún caso fotografió más a niños o a otras mujeres. Ella estuvo tan presente en los escenarios de combate y en las operaciones militares como él”, reivindica la escritora.
“Taro participó en gran medida en la Guerra Civil española. Era una apasionada y estaba muy preocupada por el sufrimiento del pueblo español. Era una especie de celebrity en Madrid, muy querida por los combatientes republicanos, quienes la apodaron Little Red Fox”, cuenta Rogoyska.
Gerda Taro solo usó el seudónimo compartido al comienzo de su estancia en España, ya que su compañero era el más conocido de los dos y les interesaba para vender las fotografías. Sin embargo, pronto comenzó a firmar sus propias instantáneas como Taro.
Aún así, y como descubrió la maleta mexicana en 2008, ella tuvo tiempo suficiente para disparar cientos de negativos como Robert Capa. Ese tesoro en forma de valija incluía más de 4.000 fotografías que ayudaron, décadas más tarde, a desligar la figura de Taro de la sombra alargada de su contraparte masculina.
“Es difícil afirmarlo, pero es bastante probable que todavía hoy haya imágenes de Gerda Taro mal atribuidas a Robert Capa (el hombre)”, se aventura Rogoyska. No en vano, Capa cubrió cinco guerras más tras la desaparición de su otra mitad y cofundó la influyente agencia Magnum antes de morir en 1954.
Invisibilizada por joven, mujer y comunista
Existen muchas razones por las que Gerda Taro no es tan conocida como se merece, a pesar de la maleta mexicana. “Una de las principales es que su carrera fue muy corta. Solo tomó fotografías de forma profesional al comienzo de la Guerra Civil, en agosto de 1936, y murió justo un año más tarde”, dice Jane Rogoyska.
Después de su fallecimiento, una combinación de diferentes factores conspiró para hacerla invisible: el hecho de que la Guerra Civil fuese inmediatamente seguida de la Segunda Guerra Mundial; que Franco destruyese el trabajo muchos fotógrafos del bando republicano; y que su asociación con el comunismo, al menos en Occidente, no resultase interesante.
Rogoyska no cree que esta invisibilización, por tanto, se deba solo al hecho mismo de ser mujer. También destaca que, aunque la amó incondicionalmente hasta el final de sus días, Robert Capa no facilitó la labor de atribución.
Gerda Taro no fue ninguna amateur. Captó grandes instantes “lo suficientemente cerca”, e incluso murió preocupada únicamente por el estado de sus cámaras. Para su biógrafa, “no solo era una fotógrafa talentosa, sino la primera fotoperiodista de guerra que murió en plena acción. Su historia es extraordinariamente dramática pero también sigue siendo relevante hoy en día”, concluye.
Taro demostró la “solvencia” a corto plazo de firmar con un seudónimo masculino, pero también el riesgo de que tu legado vital sea engullido por el de un hombre con más medios, más publicidad y, sobre todo, con mucho más tiempo.