En 1982, Michael Frayn estrenaba ¡Qué desastre de función! Este título podría definir perfectamente los inicios del festival de teatro Surge que acaba de poner en marcha la Comunidad de Madrid. Nadie está contento. Ni las compañías de fuera de la capital, excluidas de esta iniciativa, ni tampoco las salas madrileñas, para las que aunque la propuesta es un impulso a la escena alternativa, las ayudas que reciben son “limosnas”, según Getsemaní de San Marcos, directora de la Sala Pradillo, y el formato poco tiene que ver con una “buena política cultural”, según Juan Diego Botto, de la Mirador. Como decía Frayn: un desastre.
Vayamos por partes. Primero, los 450.000 euros que la Comunidad ha puesto en este festival. En principio, es una cantidad que incluso dobla las ayudas que las salas (y no todas) reciben para todo el año, cifrada en 215.000 euros. Aplausos desde el patio de butacas, pero con medias sonrisas. Según comenta a este diario Fernando Sánchez-Cabezudo, de la sala Kubik, el desglose de este presupuesto –la Comunidad no lo ha confirmado– es de 160.000 para las compañías y las 30 salas –a compartir al 50%- y 150.000 para la Ventana del Teatro, el showcase en el que participarán 19 espectáculos sólo de compañías madrileñas y entre 25 y 30 programadores llegados de todo el mundo. La cuantía restante está destinada a la gestión y la publicidad.
“Esto no es una política a largo plazo. ¿Por qué no se puede duplicar la cantidad que se destina a las salas durante todo el año? Lo que ocurre es que la Administración prefiere montar estos festivalitos, que al final le salen muy baratos, porque llenan la ciudad de publicidad”, sostiene De San Marcos. “Esto es un parche, un bono, que sigue demostrando la desidia por la cultura que hay en Madrid”, analiza Botto.
Aún se puede escarbar más en la gestión de este dinero. Tal y como contó Alberto García, de la sala DT y uno de los organizadores del festival, cada sala recibe una cuantía según su edad y las butacas que tenga. No obstante, la ayuda sólo se percibe por cada estreno que se haga y en algunos casos, sólo habrá uno, como sucede en la Mirador o en la Pradillo.
Si a eso se le suma que lo recaudado en la taquilla en el estreno se tiene que devolver a la Comunidad –ocurre en todos los festivales- para muchos espacios, con este festival prácticamente salen comidos por servidos. “Nosotros vamos a recibir 1.110,55 euros más IVA por el espectáculo que estrenamos. La compañía se llevará lo mismo. Sin embargo, si ese día hacemos lleno, al tener 120 butacas, si lo multiplicamos por los 12 euros que cuesta cada entrada obtenemos 1.440 euros con IVA, que es lo que tendremos que devolver”, manifiesta De San Marcos.
Las mismas cuentas salen en otros espacios como el Teatro del Barrio. En esta sala, que tiene 130 butacas, se han programado cuatro estrenos, de los cuales ya ha tenido lugar el espectáculo Bazar con una buena afluencia de público. “Sí, salió bien, pero toda la ayuda se la quedó la Comunidad de Madrid”, sostiene Vanesa Espín, coordinadora de actividades del teatro y actriz, quien a su vez critica la escasa partida que se ha destinado: “No da ni para pagar el sueldo de los actores, quizá sí el día del estreno y ya está. Con esto no se están financiando proyectos ni nada”. Las matemáticas muchas veces no gustan, pero son claras.
La “obligación” de estar ahí
A pesar del boom del llamado off madrileño, “una etiqueta de la prensa de la cual se está aprovechando la Administración”, manifiesta la directora de la Pradillo, a día de hoy las salas alternativas de pequeño formato no reciben ningún tipo de subvención. De hecho, sólo un 5% de las 30 que participan en Surge tiene ayudas. Muchas son muy nuevas y la burocracia es tal para recibir los fondos que se han quedado fuera. “Y a ello se suma que aunque aumenten las salas, como el presupuesto que hay para el teatro sigue siendo el mismo, al final merma”, apostilla Espín.
Precisamente, la precaria situación en la que se encuentra el teatro en Madrid, sin ayudas, con un IVA cultural “que nos está machacando”, según Botto, es “la trampa” con la que la Administración ha jugado para montar el festival, denuncia De San Marcos. De hecho, desde los comienzos de este año, cuando las salas conocieron que se iba a celebrar este encuentro –y Escena Contemporánea ya estaba muerto– hubo muchos debates internos entre los que no lo veían claro y los que sí querían estar.
“Es cierto que salas como Kubik, Cuarta Pared, Mirador o nosotros ya estamos más consolidados y lo podemos ver desde otro lado. Hay un montón de salas que nunca han estado en festivales y con lo que está ocurriendo ahora mismo, yo humanamente entiendo el furor de las salas por participar en él, porque sé que esos mil euros vienen muy bien”, apunta esta directora que reconoce que, en su caso, el hecho de estar ahí, aunque fuera con un perfil bajo y un solo estreno, fue complejo.
“Nosotros no formamos parte de la Coordinadora de Salas, donde se decidió participar, pero quedarnos solos era complicado”, resume. Además, De San Marcos sugiere, sin querer dar más explicaciones, que hubo cierta obligación para estar ahí: “Digamos que nosotros tenemos una buena relación con los festivales y no estar ahí era... Se dejó caer eso, nuestra excelente relación. Pero es que hay aspectos en este país que parece que dan vergüenza. Por ejemplo, se nos ha obligado a ser empresa cuando un 70% de nuestro presupuesto es público. Y sí, al final, hay una relación de dependencia por lo que hubo un momento en el que decidimos estar y a ver qué pasa, y el año que viene ya veremos”.
Mayo y elecciones
Otro aspecto que ha despertado cierto resquemor es la fecha del festival, que a muchos espacios tomó a contrapié porque ya tenían elaborada su programación. La limitación a las compañías madrileñas fue un hándicap, puesto que no todos tenían programada una compañía local. Además, como señala Juan Diego Botto, “llama la atención que se haga en plena campaña electoral. Las salas, que nos esforzamos durante todo el año y que tenemos que lidiar solos, no somos ajenos a estas curiosidades. ¿Por qué ahora?”. Hay que recordar que el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, presentó ante la prensa esta primera edición.
En definitiva, pese a que se aplaude la iniciativa –“está muy bien pensado que se nos apoye”, insiste Botto- e incluso la gestión de los programadores – “creo que Alberto García y Natalia Marín se han dejado la piel y lo han hecho muy bien”, defiende Vanesa Espín- Surge no es la solución que pide el teatro madrileño. Los programadores sentencian que, ante todo, es necesaria la bajada del IVA cultural, que se abran más espacios públicos y un presupuesto mucho mayor para el teatro “ya que el que hay para Madrid es irrisorio si se compara con el resto de capitales europeas. Todo el teatro público está recortado y los pequeños no tenemos las mínimas ayudas. Cuando se habla de boom, sólo es la necesidad de buscarse la vida. Ahora mismo la gente está trabajando en unas condiciones que jamás hubiera pensado hace cinco años, y la visibilidad no garantiza la subsistencia de nadie”, recalca Botto. Menos macrofestivales y más apuesta a largo plazo porque Surge parece ser solo un lavado de cara. A la autoexplotación.