Las fotos de carnet rescatadas de la basura que cuentan la Transición
A finales de los 90, el realizador Alberto García se encontró un tesoro en la plaza del Ángel de Madrid. Volvía a casa después de tomar algo con unos amigos y, en su trayecto, descubrió “unas cajas en un contenedor con fechas escritas”. “Curioseé y sentí que tenía que salvarlas como fuera”, dice. Rebuscó entre los desperdicios y, lleno de polvo y cargado por encima de sus posibilidades, logró llevarlas hasta su hogar. “Soy aficionado a recoger cualquier fotografía que veo por la calle, me da mucha pena que se tiren a la basura”, reconoce a este periódico explicando el porqué de su interés en ellas. Una vez pudo analizar en detalle el contenido, comprobó que su esfuerzo no había sido en vano. Aquel tesoro albergaba fotos de carnet de un estudio que acababan de desmantelar, identificado como E. Rodríguez.
También en la basura halló Paco Gómez en 2003 otras inquietantes imágenes. Tras una década de investigación, averiguó que sus protagonistas eran una familia de artistas americanos obsesionados por la fama que se afincaron en Madrid en la España de los años 70. El fotógrafo reconstruyó y escribió su historia en Los Modlin (2013), un libro a caballo entre la crónica periodística, el diario y la biografía, armado en base a las curiosas instantáneas. Al dar con la publicación, García consideró que Gómez compartía su “sensibilidad” y que debía ponerse en contacto con él. Acertó, ya que tan pronto como Paco Gómez conoció su hallazgo tuvo claro que no podía pasar más tiempo guardado en un cajón. Debían hacer “algo” para sacarlo a la luz y comenzaron a trabajar en Documento nacional, un ejemplar en el que las fotos carnet sirven de vehículo para recorrer la Transición española.
El volumen ha sido autoeditado a través de Fracaso Books, la “tapadera”, como así la define su dueño, que Gómez utiliza para lanzar sus trabajos. El proyecto está financiado a través de una campaña de crowdfunding que ya ha logrado su objetivo de 7.000 euros en poco más de 20 días y que, en caso de llegar a los 10.000, duplicará su tirada. Su predilección por utilizar esta vía para pagar sus obras radica, como explica a este medio, en la “independencia” y la capacidad que genera de “crear para crear una comunidad de gente fiel que sigue lo que haces”. Por el momento, le ha permitido publicar otros títulos tanto suyos (Proyecto K, Wattebled o el rastro de las cosas) como de otros autores (Nocturna de Fernando Maquieira, Quimera de The Kids Are Right). Los Modlin se mantiene como su mayor éxito hasta la fecha, tras haber alcanzado la séptima edición y llevar más de 8.000 copias vendidas.
La evolución de un país a través de sus rostros
Documento nacional, que según Gómez “cuenta la historia de España desde 1966 a 1983”, lo componen más de 10.000 negativos ordenados cronológicamente en capítulos anuales. Los retratos de cada uno de ellos van precedidos de un breve resumen de los acontecimientos sociales, culturales y políticos que tuvieron lugar en cada periodo. Los autores seleccionaron 150 fotografías por año, las digitalizaron y las retocaron; escogiendo a los personajes “por intuición, la calidad del retrato o el relato que veíamos detrás de aquellos desconocidos”.
También influyeron los elementos que ayudaban a definir la coyuntura en la que fueron tomadas, como la forma de vestir, los complementos, tocados y profesiones. “A medida que avanzamos en el tiempo, los militares van desapareciendo, cada vez hay menos monjas y la gente no se peina tanto con gomina. Crecen las barbas y los bigotes; y se percibe más libertad a la hora de posar”, comenta García. Gómez señala que la evolución se detecta sobre todo en las mujeres, por cómo al inicio “parecen clones vestidas con jerseys negros, pelos cardados y collares de perlas. Poco a poco se van desencorsetando. Hay más alegría y más adornos”.
Todavía no han logrado identificar a ningún protagonista de las estampas, pese a que ya han revelado un amplio número de ellas en las publicaciones en redes sociales con las que están promocionando el proyecto. Aun así, Gómez explica que está “seguro” de que cuando se publique finalmente el libro, “aparecerán”. “Es posible que alguien se reconozca, o a sus padres y abuelos. Hemos tratado a las personas y a las imágenes con respeto y cariño, conscientes de su valor cultural e histórico”, defiende a la vez que espera que, en caso de que ocurra, “se sientan orgullosos de estar ahí como representantes de una época de la historia de nuestro país”.
El valor de la fotografía profesional
La gran particularidad de Documento nacional es que esté compuesto por fotos de carnet. Un prototipo de instantáneas cuya razón de ser no tiene que ver con dejar constancia de algún viaje o evento, sino permitir identificar a las personas a las que capta. “Se hacían por la necesidad de estar incluidas. Te obligaban a tener una foto fiel a tu aspecto físico para poder comprobar tu identidad, que se te pudiera reconocer”, describe Gómez sobre las características inherentes a este tipo de retratos. Fue la primera vez que García dio con este formato entre todas sus 'operaciones de rescate' fotográfico por las calles. “Lo habitual son las imágenes familiares y que se conservan por haberlas heredado de los abuelos”, expone, aunque apunta que en su momento las de carnet eran más habituales que hoy en día porque “se hacían de más para poder regalarlas e intercambiarlas”.
Su compañero lamenta que los espacios profesionales que las posibilitaban “hayan perdido valor”. “Ahora la gente va al fotomatón. En estas imágenes hay escorzos, se juega con los peinados, se ve que hay un trabajo previo para captar la personalidad. Eso ha desaparecido. De hecho ya no hay estudios. Hay cosas para salir del paso en las puertas de las comisarías”, dice Paco Gómez.
La custodia de la memoria
Uno de los motivos por los que García tardó tanto en decidir qué hacer con aquel tesoro que había encontrado fue no saber dónde llevarlo. “Oficialmente da la sensación de que no hay una institución clara que defienda y custodie este tipo de legados de los estudios de fotografía clásicos de esta época, ni de grandes archivos de gente custodiados por particulares a nivel privado”, considera.
En estas imágenes hay escorzos, se juega con los peinados, se ve que hay un trabajo previo para captar la personalidad. Eso ha desaparecido. Ya no hay estudios sino cosas para salir del paso en las puertas de las comisarías
Henar Alonso, miembro de la Junta Directiva de Archiveros Españoles en la Fundación Pública (AEFP) aclara que “sí que hay sitios, todas las instituciones tienen su archivo”, y cita como ejemplos museos como el Reina Sofía o el Prado. La experta reconoce que, de cara a que se acaben perdiendo documentos pasados, lo que más les “asusta” no son este tipo de ficheros personales, sino que “la destrucción de documentos ocurra cerca de instituciones públicas”. A su vez, incide en la importancia de “conservar la documentación, no podemos afrontar el futuro sin el pasado” y apunta como tema a tener en cuenta que “la gente tendría que ser consciente de qué guardar y qué no. Esto no quiere decir que a nivel personal haya que quedarse con todo pero sí tener cuidado con ciertas cosas”.
En lo relativo a la importancia que se le da a la memoria en España, Gómez opina: “No sé si hay conciencia, pero sí mucho volumen”. La cantidad de documentos hallados en basuras y disponibles en el Rastro madrileño son prueba de ello. No obstante, no culpa a quienes tiran este tipo de archivos a los contenedores, porque considera que no siempre “se te ocurre que pueda tener valor o interés histórico”. En el caso concreto de las fotos de carnet, valora que quizás fueron los propios trabajadores de la obra quienes tiraran las cajas al encontrarlas abandonadas. De ahí a que su preservación se haya convertido en una labor individual. “Las instituciones no tienen mecanismos ágiles para rescatar estas cosas. Tendría que ser una especia de cuerpo de élite tipo los Cazafantasmas”, declara, “pero no creo que vaya a cambiar”.
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