Jorge Ribalta, el fotógrafo para el que todo es verdad, incluso la ficción
La primera retrospectiva de la obra de Jorge Ribalta (Barcelona, 1963) llega a Madrid de la mano de la Universidad de Navarra y de la Fundación Mapfre para repasar la extensa carrera del poliédrico creador catalán.
La figura de Ribalta la sostienen diferentes ejes: la práctica fotográfica, la teoría, la crítica y el comisariado. Siendo esta primera la protagonista principal de la muestra Todo es verdad. Ficciones y documentos (1987-2020), que expone más de treinta años de trayectoria profesional. La exposición no solo abarca sus proyectos fotográficos, sino sus estudios y aportes en el campo de la investigación documental.
La retrospectiva la componen catorce series fotográficas analógicas, cuatro proyecciones y material documental que estarán disponibles en la Fundación Mapfre de Madrid hasta el 8 de mayo de 2022.
Is it all true?
La idea de esta exposición nació hace seis años. En todo este proceso han existido diversas vicisitudes. Entre ellas, el cambio de ciudad de la muestra –de Barcelona a Madrid– o el fallecimiento del cocomisario de esta, Julián Rodríguez, también editor de Periférica, quien puso el nombre al proyecto. Título que hace referencia al inacabado documental It’s All True, dirigido por Orson Welles entre 1941 y 1943. Ribalta asegura a elDiario.es que el proceso de realizar este trabajo ha sido “en parte doloroso, complicado y poco agradable, incluso”. Esto fue hasta que encontró la manera de mirar, de mirarse, de documentarse a sí mismo. No obstante, el artista cree que este desarrollo le ha servido para reconciliarse con el inicio de su obra y que este ha llegado a ser “algo terapéutico”.
Jorge Ribalta comenzó a retratar imágenes en la década de los ochenta. Empezó y continúa exponiendo negativos analógicos que él mismo revela y amplia. “La fotografía digital no es fotografía, es otro medio”, asevera el creador. Para el artista, la cultura de la era industrial está latente en lo analógico. Ribalta descarta ser un nostálgico de la película fotográfica pero recalca la importancia de los tiempos y del entorno que conlleva realizar fotografía analógica, un flujo laboral muy diferente estar en la soledad del cuarto oscuro a situarse delante de la pantalla de un ordenador. “La historia se incorpora en el trabajo”, opina.
Esta primera retrospectiva presenta en orden cronológico la obra del artista barcelonés, de 1987 a 2020. “Reúne más de tres décadas de práctica, investigación y teoría fotográfica de Jorge Ribalta y, a la vez, constituye un recorrido por las gramáticas y las políticas del documento visual en el contexto español”, señala Valentín Roma, comisario de la exposición. Entre 1987 y 1998, sus creaciones las componían pequeñas escenificaciones realizadas en su taller de trabajo. Este ilusionismo era prefabricado por el autor mediante miniaturas. De esta etapa de manipulación nacieron muestras como Estampas apócrifas que se inauguró en el festival Primavera Fotográfica de 1988. Trabajo que fue denominado como la revelación del festival por Andy Grundberg, entonces crítico de The New York Times.
La obra del artista tiene una escisión en 2005. Su mirada muta o, más bien, cambia de ubicación. De la poética de su primera etapa en la que, en la soledad de su laboratorio analógico, mediante una cámara de placas recreaba el mundo con figuras, pasa a ejercer una búsqueda en el exterior, que se extiende hasta hoy, en el marco del documental. Estos periodos, hipotéticamente antagónicos, se cuestionan en Todo es verdad. Ficciones y documentos (1987-2020). Para este segundo periplo, Jorge Ribalta abandona el trípode que sostenía su cámara de gran formato para trabajar, usualmente, con una Rolleiflex de 120 mm u otras cámaras de medio formato.
Mirando sutilmente por su visor de cintura, ha disparado series como Sur l’herbe, que es el fruto de cuatro ediciones del festival musical Sónar de Barcelona. Trabajo en el que el protagonismo no lo tienen los artistas sino el público. Personas que socializan y se fotografían sobre un césped artificial, y que así se convierten en el verdadero espectáculo del evento. Entre estas, Ribalta con un aparato anacrónico de los sesenta documentando lo que sucede en la gentrificada Barcelona. Este ritual de ocio cobra un nuevo sentido debido a la suspensión del espacio público que supuso el confinamiento por la COVID-19.
¿Ficción versus documental?
El antagonista título de la exposición señala la desdibujada línea que divide ficción y documento. Cuestión que siempre está latente en la obra de Ribalta. “Una verdad innecesariamente totalitaria”, en palabras del comisario de la muestra. “Esta oposición, bastante simplista y maniquea, entre imagen construida en un discurso en el que la fotografía miente, muy propio de los 80 y los 90. Versus la idea de que la fotografía dice la verdad, que es toda la tradición documental. De algún modo, vemos cómo dentro del realismo fotográfico hay esta dimensión de ficción, de fantasía, de delirio y donde esta oposición, aparentemente clara, se vuelve menos clara”, argumenta el artista.
Uno de los primeros documentalistas cinematográficos, el escocés John Grierson (1898-1972), definió el cine documental como “el tratamiento creativo de la realidad”. El director de Drifters (1929) –traducida como Pescadores a la deriva–, como el protagonista de este artículo, enfocó parte de su obra a la documentación de la clase obrera. En el caso de Grierson, de los pescadores de arenques en la Inglaterra de los años veinte.
Jorge Ribalta en 2011 presentó en el Museo Reina Sofía un extenso trabajo sobre la fotografía obrera de 1926 a 1939. “Trazaba la genealogía de la aparición histórica del discurso documental en los años veinte en cine y fotografía está vinculado a esos movimiento de la clase trabajadora”, recuerda el investigador. El documental como un género vinculado a las luchas obreras en las que el documentalista se intenta insertar como un agente activo “para representar sus condiciones de trabajo dentro del campo cultural”, añade.
Esta posición ideológica está enfrentada al debate de los ochenta en el que se aseveró que la fotografía carecía de transparencia, de neutralidad, de verdad. Sin embargo, Ribalta asegura insertar su obra dentro de esa discusión. “En ambos casos hay un posicionamiento ideológico respecto a los debates y a las urgencias de cada momento, que no son las mismas. Mi punto de vista es que la crítica de los ochenta, como toda crítica, se agota. Una vez hecha la crítica se naturaliza. En los noventa aparece Photoshop, las tecnologías digitales y esta normalización del discurso de la fotografía como engaño y como mentira. Y, en ese contexto, me parece que es urgente retomar la tradición documental; afirmar la potencia de la fotografía para decir la verdad y, sobre todo, teniendo en cuenta que esa verdad está históricamente vinculada a luchas políticas”, razona el artista.
Su contradiscurso se posiciona por sí mismo en su obra contra las teorías postfotográficas. La supuesta muerte de la fotografía como un discurso reaccionario que Ribalta cree que no hay que naturalizar. “El elemento de verdad tiene que prevalecer sobre el elemento de la mentira”, concluye el documentalista.
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