Los tiranos también leen

Las primeras librerías eran lugares para sanar el alma, pero nunca han estado desvinculadas del poder: la Santa Inquisición oscureció Europa con una hoguera permanente y, en Oriente, el mismo emperador que mandó construir la Gran Muralla China ordenó destruir todos los libros anteriores a él.

Cuando en 2004 se supo que Pinochet escondía varias cuentas bajo seudónimos en el banco Riggs (Estados Unidos), la noticia cayó como un auténtico bombazo. El segundo estallido mediático vendría un par de años después, cuando el juez que investigaba las misteriosas cuentas del exdictador chileno ordenó el embargo de su patrimonio. Aquí supimos que Augusto Pinochet Ugarte, sanguinario gobernante, de pocas luces y hablar limitado, el mismo que había ordenado la destrucción de libros, impuesto la férrea censura, perseguido a los intelectuales y declarado que sus autores favoritos eran “los señores Ortega y Gasset”, poseía una de las colecciones bibliográficas más valiosas de Chile. Quizá la mayor.

Por falta de tiempo y recursos, el juez que ordenó el peritaje del patrimonio sólo alcanzó a investigar un 5% de la biblioteca. Aún así se estableció que la colección del militar derechista, distribuida en tres recintos diferentes, contenía 55.000 ejemplares y estaba valorada en más de dos millones y medio de euros. Entre sus libros había incunables y ejemplares valiosísimos que ni siquiera posee la Biblioteca Nacional de Chile. Como era de esperar, abundaban los textos de estrategia militar y llama la atención la cuantiosa cantidad de libros sobre el marxismo. No hay poesía. Ni rastros de Neruda y Mistral, los dos únicos nobeles del país suramericano.

Por entonces, el periodista Juan Cristóbal Peña publicó su premiado y muy recomendable reportaje "Viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet", donde entrevista a una de las encargadas del peritaje: “Aunque tiene muy buenas cosas, y se nota que tuvo una asesoría detrás -dice la experta-; es una biblioteca muy poco organizada, sin un gran orden, con un afán por atesorar por atesorar. Hay una cantidad de obras de referencia, enciclopedias casi escolares, que develan un escaso conocimiento y una escenografía del poder. Después de leer al personaje a través de su biblioteca, mi conclusión es que este señor miraba con mucha fascinación, temor y avidez el conocimiento ajeno a través de los libros. Quien mandó quemar libros forma la biblioteca más completa del país. Eso es interesante: de alguna forma conoce la dinámica y el poder de los libros”.

Tras cinco años de investigación, Peña publica ahora “La secreta vida literaria de Augusto Pinochet” (Debate) donde hurga en la raíces de esta desconocida pasión del dictador. Se descubre aquí su tormentoso complejo de inferioridad, su obsesión por ser considerado un intelectual de peso dentro del mundo militar y la corte de escritores, libreros, editores y bibliotecarios que se pusieron al servicio de fortalecer esta imagen. Los libros que escribió el general fueron ampliamente difundidos con tiradas desproporcionadas. En su libro “Geopolítica”, una de las materias donde Pinochet quería ser considerado una autoridad, plagió párrafos textuales, sin las debidas citas a la obra de quien fuera su mentor en la materia, el profesor Gregorio Rodríguez Tascón.

Dentro de este perfil, el asesinato de Carlos Prats, jefe del Ejército durante Allende, -un militar brillante, admirado intelectual y humanamente- se explica tanto como un crimen político como pasional: Pinochet se encargó de borrar sistemáticamente a todos quienes le hicieran sombra, hasta el punto de querer presentarse ante la historia chilena, plagada de militares, como el único uniformado de peso tras el padre de la patria.

La biblioteca de Pinochet engordó gracias a la compra compulsiva del dictador con dinero público y su familia es su actual guardiana. Durante la investigación, Peña supo que los volúmenes de la colección privada del general se venden muy bien dentro del mercado negro de los coleccionistas. Todo el mundo quiere tener un libro del dictador.

Hitler, el místico

Probablemente el villano del que más publicaciones se han hecho. Curiosamente, no fue hasta 2010 que se publicó la primera investigación profunda sobre sus lecturas, Hitler's Private Library: The Books That Shaped His Life, firmada por el diplomático Timothy W. Ryback.

Del libro se desprende que, aunque el austriaco amaba leer, despreciaba la ficción y los clásicos con algunas excepciones: sentía particular admiración por Don Quijote, Los Viajes de Gulliver, Robinson Crusoe y La Cabaña del tío Tom. También adoraba los westerns para adolescentes escritos por el alemán Karl May.

Tal era la cantidad de libros que le enviaban admiradores, editoriales y escritores, que muchos de los volúmenes que hoy descansan en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y en la Biblioteca de la Universidad de Brown, jamás fueron abiertos.

Stalin leyendo en posición horizontal.

Sabemos los que sí fueron leídos porque están subrayados por el Führer. Dentro de estos, impresiona la cantidad tanto de textos judíos como de libros antisemitas. El que contiene más notas de Hitler es “Magic: History, Theory and Practice” (1923), de Ernst Schertel, figura central del nudismo alemán durante los años 20 y 30 y autor de numerosos textos de erotismo y flagelación. También hay una importante cantidad de libros sobre ocultismo, magia y misticismo. Muchos sobre runas nórdicas y largos volúmenes de Nostradamus.

Durante una cena en 1941, Hilter declaró: “El cristianismo es lo peor que le ha pasado a la Humanidad... El bolchevismo es el hijo ilegítimo del cristianismo. Ambos son una consecuencia de lo judío”. Por eso Ryback quedó impresionado por la cantidad de libros sobre el cristianismo, las enseñanzas de Cristo o la palabra de Dios. “Hitler despreciaba las religiones organizadas y el cristianismo en particular”, escribe Ryback. Sin embargo, destaca la dedicación con que los leyó.

Saqueada y destruida tras la caída del nazismo, resulta imposible saber cuántos libros constituían su biblioteca personal repartida entre la cancillería en Berlín, un archivo en Münich y su biblioteca en Berghof, su adorada segunda residencia alpina, pero se estima que eran 16.000 volúmenes. Hay además un cuarto depósito del que apenas hay noticias.

“Stalin estaban tan paranoico de Hitler que envió brigadas destinadas especialmente para retornar con cualquier trofeo de guerra conectado con él. Su cráneo, sus uniformes, los vestidos de Eva Braun, su ropa interior. Todo está en Moscú”, le cuenta una fuente al autor. Se especula que el depósito de trofeos de guerra que el Ejército Rojo robó, no sólo tras el nazismo sino a lo largo de su existencia, permaneció oculto durante cuatro décadas en una iglesia abandonada en Uzkoe, un suburbio de Moscú. En los 90 se desmanteló y actualmente se cree que el contenido está disperso en bibliotecas y archivos rusos. Según una fuente local, “los libros eran evacuados sin registro, confiscados sin registro. Y nadie, en este momento, está listo para hablar”.

Stalin, la amistad y los libros

“Si quieres conocer a la gente que te rodea averigua qué leen”, dijo Joseph Stalin, ávido lector, con una biblioteca personal de más de 20.000 volúmenes.

El secretismo que imperó en la URSS no ha desaparecido en la actual Rusia y acceder a los archivos existentes ha sido una labor titánica. Así queda reflejado en el libro de 2008 Inside the Stalin Archives: Discovering the New Russia que Jonathan Brent escribió gracias a ser director de la Yale University Press y una alianza con el Archivo Estatal Ruso de Historia Política y Social para digitalizar el archivo de Stalin.

Entre las sorpresas que deparaba el archivo hay un ejemplar de la Historia de la Revolución Rusa, de León Trotsky, el archienemigo de Stalin. Se diría que perseguirlo, exiliarlo y asesinarlo no consiguió calmar la furia del líder soviético; al revisar el libro de Trotsky se ven las furiosas anotaciones de puño y letra de Stalin en las que subraya y escribe “esto no es verdad”, “esto puede ser verdad”, “esto no es cierto” una y otra vez. Tacha párrafos completos como si quisiera eliminarlos y escribe “MENTIROSO” en la cabecera de varias páginas. Las mayúsculas son suyas.

Este “diálogo” tan íntimo con su enemigo resulta especialmente significativo porque, según Brent, Stalin no conservó ningún diario personal, no se le conocen amigos cercanos ni amantes a quienes escribiera cartas de amor. Sus notas marginales son lo más cerca que hemos podido llegar a su intimidad.

Las notas de El Estado y La Revolución y otros libros de Lenin arrojan más luces. Cada página, la portada, la contraportada, los títulos interiores estaban intervenidos por la escritura de Stalin. Si bien escribía “DICTADURA” bajo conceptos como “Revolución del proletariado”, también revela una lectura como discípulo. Marca estrofas y apunta “estilo”. “Quiere aprender a escribir bien, a ser un líder y a expresarse a través del estudio del maestro”, aventura Brent. “Al terminar cada capítulo enumera y resume las ideas como si fuera un estudiante”. Según el autor, esto revela un genuino interés por parte de Stalin de entender las bases fundacionales de lo que estaba haciendo.

Otra particularidad es que sus apuntes no utilizan un lenguaje moral. No critica nada como “bueno” o “malo” o que hay “bien” o “mal”. Para juzgar prefería decir “oportunista”, “desviacionista”.

Enver Hoxha, prestigio y expolio

Tras caminar hasta Grecia para huir del régimen comunista, el escritor albanés Gazmend Kapllani nunca pensó que alguna vez se entrevistaría con Ramiz Alia, el sucesor y principal colaborador del sangriento dictador Enver Hoxha.

Corría el año 2009 y el escritor había regresado a su patria investigando el estilo de vida de la cúpula de poder que sometió a Albania de 1941 a 1992. Además de la persecución a intelectuales, se quemaron libros, destruyeron bibliotecas completas y se listaron aquellos títulos que el pueblo no podía leer. Su sorpresa fue enorme al enterarse de que en la corte de Hoxha los libros eran algo muy apreciado, un elemento de prestigio y alarde y que el mismo tirano poseía una enorme colección de 30.000 títulos que lamentablemente ya no existe.

El escritor se reunió con Ramiz Alia, que insistió en pasear a su invitado por su biblioteca personal. La mayor parte de esta se formó “durante ese periodo”, le dijo en confianza. Lo que significaba que, tras la pérdida de poder de Hoxha y la caída del régimen, esos libros habían sido robados, incluyendo lujosos ejemplares de Nabokov, Baudelaire, Camus, Kafka... los mismos que durante medio siglo encabezaron la lista de títulos prohibidos para los albaneses.

Al preguntarle por qué tenían libros que ellos mismos habían considerados malditos, Alia contestó: “La mente de la gente no estaba preparada para estos libros. Es lo mismo cuando un padre quiere proteger a su hijo del mal”.

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