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Katherine Dunn, la escritora que veía monstruos en el jardín de rosas

La escritora estadounidense Katherine Dunn en Roma el 4 de junio de 2008

Carmen López

Hablar de Katherine Dunn es hacerlo de una autora tan interesante como sus historias. Una de ellas, probablemente la más reconocida, se recoge Geek Love. En España ya se había publicado en 1990 por Ediciones B en su colección Tiempos modernos como Amor profano y ahora acaba de ser reeditado por Blackie Books -traducido por Jordi Mustieles- con el título Amor de monstruo. Hablar con ella hubiese sido una experiencia interesante pero, por desgracia, falleció en 2016. Así que hasta que no se perfeccione el tema del viaje en el tiempo hay que apañarse con lo que ha quedado escrito por ella y sobre ella. Que no es poco.

La novela de Dunn se publicó originalmente en 1989 y, además de quedar finalista en el National Book Award, vendió medio millón de copias y entró en la lista de preferidos de personajes como Jeff Buckley, Douglas Coupland, Terry Gilliam o Tim Burton, que compró los derechos para poder hacer una película. Incluso Kurt Cobain y Courtney Love, que en 1992 afirmaron en la revista Spin que no les gustaban los libros porque “son difíciles de leer”, se declararon fans.

Teniendo en cuenta las biografías o los trabajos de sus admiradores famosos es fácil entender el porqué de su encandilamiento. El libro trata de la historia de la familia de profesionales del circo compuesta por una madre y un padre que decidieron experimentar con drogas, insecticidas e isótopos radiactivos para tener una prole de seres deformes en pos del éxito de su negocio.

Arturo 'Aqua-Boy', las siamesas Electra e Iphigenia, Fortunato el-que-parece-normal y Olympia, la albina enana con joroba y casi calva. Esos son los que sobrevivieron, pero no fueron todos. Lo que habían bautizado para el público como “El museo mutante” (y que los niños llamaban “el sumidero”) tenían guardados en botes con formol a los que no lo consiguieron. Por ejemplo a Janus, el niño de dos cabezas o Leona, la chica lagarto.

La aberración genética es un triunfo para los padres y sus hijos, que tienen más del gótico de Tim Burton que del de Mary Shelley. Es la pobre Olympia, la menos lucrativa de los experimentos de los progenitores, la que narra esta historia de monstruos deformes con pensamientos y necesidades tan monstruosas como las de cualquier persona normativa.

El jardín de los horrores

La biografía de Katherine Dunn bien podría haber dado para una novela. Cuarta hija de un clan de cinco hermanos, su padre se fue de casa cuando ella tenía dos años y su madre se casó de nuevo con un mecánico proveniente de una familia de pescadores. Su progenitora, Velma Golly, miembro de un clan de agricultores en Dakota del Norte, era artista y se dedicó a pintar, esculpir, hacer juguetes y casi cualquier cosa que le permitiese mantenerse ocupada en un plano creativo.

Nació en Kansas, aunque la familia se mudó varias veces durante su infancia. Estudió en la Universidad de Portland (ciudad que acabaría convirtiéndose en el epicentro de “lo alternativo”, como bien reflejan en la serie Portlandia) y en el prestigioso Reed College, donde empezó estudiando filosofía, aunque después se cambió a psicología. Tras graduarse estuvo varios años viajando por Europa con su pareja.

Su primer hijo nació en Dublín en 1970, al igual que su primera novela, Attic, que había comenzado a escribir mientras aún estaba estudiando. Antes habían pasado por Sevilla y cuando se quedó embarazada estaban en la isla griega Karpathos. Se mudaron a Irlanda para huir de la Guerra de Vietnam y disfrutar de la asistencia sanitaria irlandesa. Su siguiente novela, Truck, se publicó en 1971.

Se instalaron en Portland cuando el crío tenía siete años y la pareja se separó, así que ella comenzó a trabajar como camarera en un café y por la noche en una taberna para completar el dinero ganado con sus novelas. En el tiempo libre que le quedaba, además de ejercer su papel de madre, siguió escribiendo y a finales de los años 70 empezó a gestarse en su mente la idea de Geek Love. Como explicó en Wired, un día de verano le dijo a su hijo que fuesen a caminar hasta el jardín de rosas de Washington Park. El niño no quiso y ella se fue sola, molesta con él.

“Me senté en los escalones de ladrillo y observé todas estas cientos de variedades de rosas. Cada una de las cuales habían cultivado cuidadosamente para obtener diferentes colores, formas y aromas, un color en el interior del pétalo, otro color en el exterior. Comencé a pensar en un tema que me interesaba desde hacía tiempo, la naturaleza contra la nutrición, la manipulación de la herencia genética. Se me ocurrió que podría haber diseñado un hijo más obediente”.

Estuvo trabajando en el libro durante diez años, pero nadie, ni siquiera ella, confiaba demasiado en Geek Love. Según su recuerdo, cada vez que le comentaba a algún amigo cómo se iba desarrollando la novela, las respuestas que obtenía era negativas y poco esperanzadoras. “No van a querer publicar esa basura”.

Sin embargo, cuando el agente literario Richard Pine recibió el manuscrito supo que tenía un bombazo editorial en las manos. No era un libro fácil de vender y tuvo que lidiar con los editores, pero finalmente consiguió que Sonny Mehta comprase los derechos para publicarlo en Knopf Doubleday.

Salió a la venta el 11 de marzo de 1989, con una cubierta del ahora famosísimo diseñador de portadas Chip Kidd (por aquel entonces aún se estaba haciendo un nombre) y una tirada de 20.000 ejemplares. Al igual que ha hecho Blackie Books con su perrita, el Borzoi identificativo del sello editorial, tenía una pata de más en honor de los monstruos ideados por Dunn. Después vino el National Book Award, los miles de copias vendidas, los fans famosos, los intentos de compra de derechos para la adaptación cinematográfica y la veneración.

La vida después

Tras este éxito, Dun siguió trabajando en múltiples cosas. Uno de sus empleos más llamativos fue el de cronista de boxeo para periódicos locales con una columna fija en el tabloide PDXS durante los años 90. Empezó a interesarse por este deporte a través de sus hermanos y su padrastro, que veían los combates en la televisión de su casa, y gracias a este tema consiguió el premio Dorothea Lange-Paul Taylor en 2004 por su ensayo School of Hard Knocks: The Struggle for Survival in America's Toughest Boxing Gyms. Además, sus columnas se reunieron en 2009 en el volumen One Ring Circus. Tan metida estaba en el asunto que a los 40 años empezó a boxear y en 2009 se hizo (más) famosa por noquear a un ladrón de 25 años que intentó robarle en la calle. Ella tenía 64.

Asimismo, también publicó artículos en The New York Times, Vogue, Los Angeles Times, Playboy, The Oregonian y también tuvo un espacio en la cadena de radio KBOO, donde leía relatos, profesión que comparte con Olympia, la albina enana jorobada que usa peluca en su célebre novela. La escritora, que siempre llevaba consigo el tabaco y el papel de liar, tenía una voz cascada perfecta para locutar historias.

El mismo año en el que se publicó Geek Love, anunció que estaba preparando una nueva novela basada en el boxeo: The Cut Man. Pero nunca llegó a ver la luz. En 2010, dos décadas años después de aquel anuncio, se publicó un extracto en el número de verano de The Paris Review, titulado Rhonda Discovers Art.

Gregory Cowles, máxima autoridad en materia de libros de The New York Times, le preguntó a la escritora por esa sequía de obra de ficción. “En un momento dado, tenía cientos de páginas sobre un personaje en particular. Me divertí mucho con él antes de darme cuenta de que toda su función en la historia se podría resumir en unos pocos titulares de noticias. Era más tiempo que personalidad. Conseguí otro personaje el pasado noviembre. Absurdo, por supuesto. Y es duro para ellos. Debería haber un seguro de desempleo para las personas ficticias”.

Dunn murió en 2016 víctima de un cáncer de pulmón, tres años después de casarse con Paul Pomerantz, un antiguo compañero del Reed College. Tenía 70 años y dejó su última novela sin terminar, aunque después de 27 años trabajando en ella quizás ya no quiso desprenderse de sus personajes.

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