Cualquier escritor o escritora con obligaciones como pagar el alquiler, hacer la compra en el supermercado o abonar facturas cruzaría los dedos ante la posibilidad de ganar el premio Planeta. Más allá de cuestiones como el prestigio, es el galardón más jugoso desde el punto de vista económico –en 2022 llegó al millón de euros–, así que quien se lo lleve tiene la vida mucho más resuelta que antes. Sin embargo, la noche de las deliberaciones de 1975, Inés Palou decidió tumbarse sobre las vías del tren en el municipio barcelonés de Gelida. No llegó a saber que su novela Operación dulce quedó tercera en la clasificación, pero que aún así salió al mercado porque el morbo es una herramienta de marketing excelente. De hecho, su carta de despedida fue una nota para José Manuel Lara, mandamás de la editorial, que decía: “Le ofrezco en bandeja de plata el éxito para el próximo Planeta”.
La escritora catalana ya había entusiasmado a los lectores poco antes con Carne apaleada, el relato sobre su paso por las cárceles franquistas que acaba de recuperar la editorial Colectivo Bruxista. “Llegamos a ella a través de Oliver Mancebo, uno de los miembros de Mancebía Postigo, una editorial que acaba de publicar un fanzine sobre Daniel Pont, uno de los fundadores de la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL)”, dice Alejandro Alvarfer, editor ‘bruxista’. “Cuando por fin leímos el libro, sentimos que teníamos que publicarlo. Siempre nos ha interesado la literatura que surge en los márgenes y una cárcel es el margen del margen”, sostiene.
La biografía de Palou lo tenía todo, por desgracia para ella, para convertirse en un libro superventas como acabó siendo. Nacida en 1923 en el seno de una familia burguesa de Lleida, tuvo una vida ordenada y discreta hasta los 48 años. En 1968, el año del fin de la fantasía hippie tras del asesinato de Sharon Tate por la familia Manson, la escritora entró por primera vez en la cárcel. De hecho, se enteró de dicho suceso gracias –o por culpa– de una de las monjas que regentaban la prisión que, con un ejemplar del ¡Hola! en la mano, alertó a las reclusas de lo que podía pasarles si seguían por el lado salvaje. Una secta quizá no, pero un Dios castigador podía hacer su vida aún más difícil. Berta, alter ego de la autora, lo relata todo desde su perspectiva de presa que experimenta la dureza del penal al igual que sus compañeras, que poco tienen que ver con ella más allá del espacio que comparten.
“Además de la experiencia de Inés, nos interesa mucho la manera que tiene de reflejar cómo los ecos contraculturales y sesentayochistas consiguieron cruzar los muros de las prisiones”, explica Alvarfer. “Ella entra siendo una mujer conservadora de mediana edad y, dentro de la cárcel, descubre el amor libre y la espiritualidad oriental. De hecho, después de salir estuvo unos meses viviendo en una comuna hippy en Ibiza”, cuenta. Durante su estancia en prisión, Berta/Inés conoce a Senta, una joven encarcelada por asesinato que tiene una hija, de la que se enamora profundamente. Ese amor, que la ayuda a mantenerse viva mientras está encarcelada, la llevará por el camino de la amargura una vez en la calle por los problemas de adicción de su novia, entre otras dificultades.
Reivindicación y destape
Pese al éxito que tuvo el libro, que la escritora escribió a toda prisa en 25 días porque necesitaba el dinero del adelanto, con el paso del tiempo quedó relegado al olvido. En 1978 el título volvió a la vida por la adaptación cinematográfica del director Javier Aguirre que protagonizaron Esperanza Roy y Bárbara Rey. Tuvo éxito, aunque su perspectiva erótica borró el peso de denuncia de la novela de Palou. “La hemos visto. Aunque tiene su interés, creemos que está lastrada por una visión un tanto morbosa de la relación amorosa de Berta/Inés con otra presa. No deja de ser otro producto de la época del destape, con todo lo que eso conlleva”, declara Alvarfer al respecto del filme.
Además de unas memorias, el libro es una reivindicación de los derechos de los presidiarios y la necesidad de apoyo para su integración una vez que salen en libertad. “¿Para qué sirve, entonces, una larga y penosa condena si, al finalizarla, el delincuente se encuentra en la misma situación anterior al delito?”, se pregunta la escritora al final de su novela. Fue, exactamente, lo que le sucedió a ella, obligada a saltarse la ley –sí se reconoce culpable de los delitos que la llevan de nuevo a la cárcel– para intentar seguir con su vida. Alvarfer sostiene que “más allá del contexto histórico, el libro también contiene un cuestionamiento sobre la naturaleza misma del sistema penitenciario y el efecto que tiene sobre las personas que se quedan atrapadas en él”.
El editor de Colectivo Bruxista señala esa combinación como principal atractivo de Carne apaleada. “Además de su valor literario, creemos que es un documento histórico fundamental para entender la represión del franquismo sobre las mujeres, algunas de ellas condenadas por ‘delitos’ como el abandono de familia (es decir, por huir de un marido maltratador)”, comenta. En la introducción que la propia escritora hace a su novela, incluye una dedicatoria a esas compañeras que tuvo en prisión: “A TODAS ELLAS [las mayúsculas son de la autora], que no son tan malas como parecen, ni tan viciosas y perversas como las juzgan. Sino simplemente mujeres. Mujeres que tuvieron que elegir y eligieron”.
Dinámicas entre rejas
En el volumen se intercalan algunos capítulos impresos en letra blanca sobre papel negro. Corresponden, precisamente, a los ‘Retratos en negro’, en los que la escritora hace perfiles de otras reclusas y de trabajadoras o relata sus experiencias más íntimas. Está por ejemplo Denisse, una joven embarazada que se dedicaba a los atracos a mano armada; la monja del ¡Hola!, que era la Superiora de la Comunidad y subdirectora de uno de los penales en los que estuvo o Pino, una joven que aparentaba diez años más de los que tenía y estaba presa por haber matado a sus patrones y al perro. A este último se lo cargó sin querer: “Lo envenené yo, por equivocación. De la misma manera que envenené a los otros cuatro. Pero Dog era bueno, me quería y los otros cuatro eran malos, malos como la quina…”, le dice a Berta/Inés en un momento de intimidad.
Por supuesto, no son las únicas memorias carcelarias de una mujer que se han publicado. Unas de las más recientes o de éxito más masivo son las de Piper Kerman, que también mostró las diferentes realidades de sus compañeras de cárcel en su libro Orange Is the New Black: Crónica de mi año en una prisión federal de mujeres, en el que se basó la serie homónima que arrasó en casi todo el mundo. Oliver Mancebo menciona en el prólogo de la reciente edición de Carne apaleada el libro Mi prisión de Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura, alias ‘La duquesa roja', recuperado en 2021 por la editorial Renacimiento o ¡Sr. Juez (Soy presa de Franco…)! de la pintora y grabadista María Francisca Dapena. Pero estas dos últimas fueron presas políticas, una categoría diferente a la de las presas comunes como Palou, según cuenta en su libro.
“Las políticas nunca llegaban de una en una. Llegaban en rebaños. En grupo. Desafiantes y sonrientes. Sobre todo, sonrientes. Eso era lo que más crispaba los nervios a la superiora. También la llamaban la Mamy, acaso por lo tutelar que tenía”, escribe la autora catalana. Ella, sin embargo, entró sola y sin un atisbo de sonrisa, todo lo contrario. “Estaba asustada. Asustada otra vez. Aquello era un manicomio de verdad. Un manicomio de gente muerta en vida. Me dieron miedo las compañeras. Mucho miedo”, dice al principio. Con el tiempo, Berta/Inés se integró, se convirtió en una más y hasta llegó a quererlas, pero no fue un proceso fácil, claro.
Desde Colectivo Bruxista aportan otros títulos de este género carcelario, que les resulta muy interesante. “En el patio, de Malcom Braly, publicada hace unos años por Sajalín, nos parece genial y Diario de un ladrón, de Jean Genet, que acaba de publicar Cabaret Voltaire… Además de esos dos clásicos, nos quedamos con Siete años de cárcel, de Nicole Gèrard, que influyó lo suficiente a Inés Palou como para que la mencionara en la novela y con Las desterradas hijas de Eva, de Consuelo García del Cid, que retrata los reformatorios para mujeres jóvenes del franquismo”, desgrana Alvarfer. Una buena lista con la que completar la experiencia de Palou que, según escribió, quiso con su libro “dar al mundo una idea concreta de lo que son las cárceles (...) Un engendro de tormento y de dolor creado por el hombre y para el hombre. El hombre –como se dijo– es lobo para el hombre”.