Clara Morales, escritora: “En España recordamos muy mal y hay mucha voluntad de olvidar”
Hay un hilo invisible e impalpable que une a los protagonistas de los relatos de Clara Morales. Sus historias no se emplazan en un mismo lugar ni en una misma época pero están construidas sobre la misma base: la memoria. Un superviviente de un campo de concentración, una adolescente que no se apaña con los tacones en una noche incierta, una anciana a la que van a desahuciar, un homosexual en un mitin anarquista, una exiliada que escribe a su hermana desde la lejanía, una niña que deja de serlo mientras el caso Wanninkhof se destripa en la televisión. Estos relatos particulares pero universales se reúnen en el volumen Ya casi no me acuerdo que acaba de editar la editorial Tránsito y que supone el debut de la autora en la ficción.
Morales no es nueva en el mundo de las letras porque en un pasado no tan lejano su ámbito profesional era el periodismo. En 2021, después de escribir en medios como El País y ejercer seis años de jefa de la sección de cultura de Infolibre, se presentó a una oposición (una opción muy en boga en los últimos tiempos), la aprobó y ahora trabaja de bibliotecaria en la Universidad Complutense de Madrid. No echa demasiado de menos su antigua faceta porque “cuando tienes mejores condiciones laborales es difícil echar de menos lo anterior”, dice a elDiario.es.
Sin embargo, algo queda de su antiguo quehacer en su manera de enfrentarse a la escritura. La documentación que lleva a cabo para armar sus relatos es exhaustiva ―al final del libro detalla todas las referencias― porque gran parte de su ficción se desarrolla en la realidad: hubo torturas en el franquismo y una primera manifestación LGTBIQ+, hay confusión en la adolescencia y gente a la que echan de sus casas y de su país. “Cómo te vas a poner a escribir si no sabes cómo se hablaba en un determinado momento o qué se comía o cómo eran las calles. A mí me resulta dificilísimo porque no tengo una imaginación superdesarrollada, creo que no podría escribir ciencia ficción”, sostiene. “Entonces tengo que recurrir a la documentación, como tanta gente. En ese caso, a lo mejor sí que he aprendido un poquito del periodismo pero, en realidad, cuando algo nos interesa todos preguntamos, leemos libros, artículos de prensa o preguntamos a la gente si tenemos acceso a ella”, responde.
El relato Causa 105, incluido en el volumen a modo de epílogo, está basado en un hecho cierto muy concreto y que está relacionado directamente con su autora. Es la historia del médico Antonio Gil García, progenitor de su abuela paterna, que entró en la cárcel el 19 de octubre de 1937 acusado de haber pertenecido a la masonería por parte del aparato franquista. Meses después, cayó enfermo y le trasladaron a su casa donde se mantuvo en arresto domiciliario hasta que falleció. Fue la curiosidad la que llevó a Morales a investigar sobre ese bisabuelo del que apenas sabía nada aparte de que había sido condenado por la dictadura.
Y sabemos que para que las cosas horrorosas pasen alguien tiene que apoyarlas, disculparlas. Me parecía interesante meterme en eso
Al inicio de su investigación no encontró mucha información, pero un día entrevistó al historiador Francisco Espinosa –probablemente “el gran investigador de la Guerra Civil en el suroeste de España”, apunta– y, entre otras cosas, le preguntó cuál podría ser el camino a seguir. Fue él quien le indicó que la Diputación de Huelva había digitalizado parte de los documentos que afectaban a onubenses represaliados. “Me metí en un buscador, introduje el nombre y salió un resultado. Esto es porque hay gente que lo está poniendo fácil aquí, porque hay otros muchos sitios en los que no es tan sencillo”, aclara. El hecho de que la historia esté relacionada con su ascendiente tiene que ver con las ganas de saber qué había pasado pero también con que le parecía que no tenía permiso para usar el documento de una persona que no tuviera nada que ver con ella misma. “Me parecía inmoral, así que lo hice con alguien de mi familia, con un poco de pudor, la verdad”, sostiene. Sus parientes están conociendo ahora el resultado final de esa investigación: “Les había contado lo que había visto en el archivo y esta Navidad estuvimos hablando un poquito sobre ello. Ahora es cuando lo van a leer, pero creo que lo están viviendo con emoción”.
Fragmentos de una memoria colectiva
Los personajes de Morales, la mayoría femeninos, narran vivencias personales que unidas a las de muchas otras componen la memoria colectiva de una sociedad. Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones está protagonizado por un hombre homosexual que está entre las 300.000 personas que conformaron el público del mitin de la CNT en Montjüic (Barcelona) en 1977, que además fue la primera marcha LGTBIQ+ del Estado. A dónde me voy a ir yo es lo que se pregunta la anciana a la que un fondo buitre quiere echar de su casa y en La vida es una tómbola un policía retirado considera que se portó bien con los represaliados por la dictadura franquista, que el infierno de los demás son los otros. “Hay mucha gente por ahí pensando que no hizo nada malo”, explica al respecto de ese único villano protagonista del libro. “Y sabemos que para que las cosas horrorosas pasen alguien tiene que apoyarlas, disculparlas. Me parecía interesante meterme en eso”.
“Los personajes me están prestando su voz para que yo juegue con ella y haga algo que me gusta y que quiero compartir”, responde a la pregunta de cómo consigue meterse en la piel de esos protagonistas tan diferentes a ella. “A mí me gustaría ser una médium, que se manifestaran a través de mí los fantasmas del pasado. Pero como creo que no tengo ese don, tengo que recurrir a este sucedáneo que es la literatura”, dice. Sin embargo, aunque le está dando la palabra a colectivos que no la han tenido durante mucho tiempo –y que tienen que seguir luchando por tenerla–, la escritora considera que lo necesario es que todo el mundo tenga la posibilidad de expresarse. “No solo se trata de que mucha gente no ha visto su historia contada, sino de que mucha no tiene el tiempo o los recursos para poder expresarse. Para que no solo se cuenten las historias de unos pocos muchas más personas tienen que poder escribir, hablar y hacer lo que quieran con su tiempo”, afirma.
La conciencia feminista ha venido primero de hablar con las amigas, con tu madre o con tu abuela
Por otro lado, ella es escéptica en cuanto al verdadero poder que la literatura tiene para cambiar el sistema, de tener efectos reales sobre el mundo. “Me parece que a veces es más expresión de una frustración que de una capacidad real”, cavila. “Pero aquí seguimos, escribimos y leemos. No sé si con la esperanza de que algo cambie a través de esto, pero sí como una manifestación más de nuestro deseo de cambio, de nuestra lucha y de nuestro deseo de que efectivamente las cosas sean distintas”, afirma. Además, se reconoce como “una persona de natural optimista” y piensa que se conseguirá una sociedad mejor. “Si no la vida me parecería un lugar muchísimo más gris y duro. Lo estamos consiguiendo, sabiendo también que no hay victorias totales y, por lo tanto, tampoco hay derrotas totales”, alega.
El anhelo del recuerdo
Morales empezó su libro con intención de reflexionar sobre la memoria desde el gozo y no tanto desde el activismo. “Para empezar, creo que toda la escritura viene del placer de escribir. Nadie escribe primero por compromiso social”, comenta. “Luego sí que hay una pregunta que es ‘¿de qué se escribe?’ y yo tuve claro pronto que quería escribir en torno a la idea de los efectos que tiene el pasado sobre el presente. Creo que en este país recordamos mal. No sé si viviéramos en otro país diríamos lo mismo, pero en España, desde luego, recordamos muy mal y hay mucha voluntad de que olvidemos”, manifiesta.
Una de las chispas que enciende las ganas de cambio es la colectivización de los recuerdos personales. La autora de Ya casi no me acuerdo lo ve muy claro en la toma de fuerza del feminismo que, para muchas personas, se demostró en la gran manifestación del 8 de mayo de 2018. “La conciencia feminista ha venido primero de hablar con las amigas, con tu madre o con tu abuela. Y de darte cuenta de lo que ocurría, de lo que sigue ocurriendo y de que lo que te pasa a ti, nos pasa a todas. De repente, tus experiencias pequeñas adquieren una dimensión colectiva hablando, leyendo, escuchándonos. Y si pensamos en el movimiento LGTBIQ+ creo que sucede lo mismo”, comenta. “No sé si es la única manera de tener conciencia sobre algo, pero a mí desde luego me parece la más inmediata”, concluye.
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