DJ Stalingrad: “A inicios de los dos mil, el nazismo era la principal subcultura en la juventud rusa”
“Los pobres han venido al mundo para sufrir, los desgraciados para trabajar y sobrevivir”, reza una frase al inicio de Éxodo. Que se trata de una novela sobre la violencia y la desesperación sería el eufemismo del año. El libro, narrado en primera persona, expulsa a borbotones la bilis de un personaje que se lanza de lleno a una acción por encima de cualquier otra: partirse la cara junto a sus colegas contra todos los neonazis de las afueras de Moscú. Después está el punk hardcore, las drogas, la borrachera y el resto de la existencia en general, que no es nada. Y después te mueres. Viva la vida.
Esta es la base del libro ideado por DJ Stalingrad, el alias del periodista y activista Piotr Siláiev. Tras años militando en la subcultura redskin y la ultraizquierda moscovita, y ejerciendo la profesión de periodista y crítico literario, decidió escribir Éxodo como lo que él denomina una “fábula posmoderna”, una suerte de ajuste de cuentas con la sociedad rusa. A caballo entre la novela existencial de unos protagonistas que arrasan con todo, y unas notas al pie que informan sobre la situación contemporánea, Éxodo se convirtió en un fenómeno primero en internet -dónde obtuvo 10.000 descargas en pocos días- y después entre la crítica literaria, que daba por hecho que el seudónimo del autor escondía a un personaje oscuro, violento y sobre todo, desconocido.
¿La realidad? Siláiev es el combativo militante acusado de vandalismo e insurgencia tras una protesta ecologista por el que se emitió una orden internacional de búsqueda y captura en 2010. Tras recibir amenazas directas contra él y su entorno, Siláiev solicitó y obtuvo asilo como refugiado político en Finlandia, y vivió una delirante situación en España: fue arrestado en 2012 a petición del Gobierno ruso, que le había denunciado a la Interpol por “gamberrismo” y posesión de armas y explosivos. Siláiev tuvo que permanecer en España con la amenaza de ser deportado a Rusia, pese a la vigente convención de Ginebra. Los cargos se mantuvieron hasta hace muy poco.
¿Por qué escribió un libro así?
La historia debe leerse como una narración existencial universal, las explicaciones te hacen descender a la realidad, a la Rusia de los noventa de Putin, pero eso no es importante, no es lo que yo quería decir. Quería hablar de la vida, la muerte y resumir lo que es la pureza.
La primera persona es muy fuerte, domina completamente la narración.
Escribí la mayor parte del libro en 2008, mientras estaba en Grecia. No tenía nada que hacer, estaba visitando a unos amigos. Cuatro días después de mi llegada, se desataron las revueltas en Tesalónica y Atenas, los asesinatos y el consiguiente infierno posterior: la ciudad ardía y sentí que estaba en medio de una guerra civil. La mayor parte del texto lo escribí en dos semanas, me parecía que tenía que establecer una línea divisoria con mi pasado, con la escena de Moscú con la que me juntaba. Yo ya trabajaba para editoriales y escribía columnas en revistas en Moscú y la gente me pedía que escribiera sobre mi pasado pero siempre lo posponía. Allí en Grecia fluyó solo.
En ese sentido, ¿es autobiográfico?
Jamás lo he promovido como un libro autobiográfico, aunque todo lo que se explica en él es un 100% verdadero. En la edición original rusa estaba dedicado a un amigo que murió y él está en la historia. Es una suerte de ficción refinada, es precisamente lo opuesto a la no ficción. Nunca quise que se tomara como periodismo. Toda buena literatura contiene sociología, antología y ética, como lo que yo intento en el libro. Para mí era un experimento psicológico sobre cómo funcionaba mi vida hasta entonces.
Tanto en la novela como en las notas habla de la Rusia postcomunista, y cómo toda una porción de la población se quedó sin futuro después de la caída del muro. ¿Qué posibilidades tienen a día de hoy?
Bueno, tienen muchas posibilidades en cuanto saben que forman parte de esa capa social perdida. En la sociedad soviética, durante el estalinismo, se esperaba dar el paso de una sociedad agrícola a una economía superindustrializada que era lo que requería el siglo XX. Eso implicó, entre muchas otras cosas, una gran represión para la población agrícola, donde murieron millones de personas por las hambrunas.
Eso pasó durante décadas, en parte para fomentar la idea de que la gente le cogería miedo al campo y aceptaría la industrialización y el movimiento a las grandes ciudades. Se potenció también la idea de que era necesario una educación universal -primaria y después gradualmente secundaria y universitaria- que potenciara la industrialización. El país se cubrió de academias y centros educativos.
Setenta años después había una desproporción enorme, con una gran cantidad de gente educada por encima de sus ocupaciones. Esto quedó muy bien retratado en la literatura de la era de la depresión -los años sesenta y setenta-, donde el tipo de protagonista es un intelectual que se aburre trabajando como electricista en una ciudad de provincias.
Con la caída del sistema soviético y la entrada de la economía neoliberal, los amantes de las doctrinas de Ayn Rand y la escuela de Chicago querían a una población efectiva que respondiera a la producción. Eso implicó centrarse en el gas y el petróleo y la desaparición de todo el resto de industrias y sus trabajadores. De repente tenías al 60% de la población rusa con educación universitaria -unos 60 millones de personas-, cuando para la exportación de gas y petróleo necesitas únicamente a unos millares. El descenso en la escala social era algo para lo que mucha gente que había vivido de manera pequeñoburguesa no estaba preparada.
Si además piensas que la mayor parte de esa gente tenía viviendas que les había proporcionado el Estado, te encuentras con un fenómeno muy interesante: una masa de población que está educada, pobre y sin trabajo, pero no vaga en las calles y ni se muere de hambre. Una situación muy extraña. Hubo políticos que dijeron que si esa gente no tenía nada que hacer, debería morir.
¿Fue esa una idea popular entre la clase política?
El recientemente asesinado Boris Nemtsov al que los medios de comunicación consideran un mártir, se hizo famoso por declaraciones como esa. Toda esa población buscaba estrategias de supervivencia para no volverse locos: tienen un trabajo a tiempo parcial en las zonas urbanas y necesitan hacer algo, así que se dio el fenómeno de la aparición de comunidades extrañas. Hubo un auge de religiones y sectas. Asociaciones paramilitares que ahora forman parte de la guerra de Ucrania en ambos lados del conflicto se gestaron entonces. Llevan veinte años preparándose para la guerra.
En la novela explica cómo también surgen todos esos grupos nazis que controlaban las subculturas. Contra ellos se lanzan el protagonista y sus colegas en una batalla campal tras otra.
Una de las opciones en ese momento de vacío era formar parte de una subcultura, y una era la nazi. El discurso de la nueva Rusia era estrictamente anticomunista y las autoridades promovían la tradición ortodoxa. [Boris] Yeltsin inició la primera guerra chechena en los noventa, la más sangrienta, en ese momento en el que el sentimiento nacionalista de los noventa era la extrema derecha, que afectaba directamente a las minorías étnicas. Los nazis rusos bebieron de la misma ultraderecha y nacionalismo radical del Reino Unido en los setenta, y de Alemania en los ochenta, sólo que ellos tenían una panorámica más clara del movimiento, se organizaban mejor y eran más efectivos.
A inicios de los dos mil, el nazismo era la principal subcultura entre la juventud rusa. Los anarquistas y los redskins empezamos de manera mucho más pequeña, en 2002, éramos diez personas y crecimos gracias a las nuevas estrategias de comunicación, que es como la administración empresarial.
¿Qué estrategias son esas?
Básicamente importamos las maneras de hacer de los grupos antiglobalización de todo el mundo, y de los alemanes de los noventa. Crear grupos de afinidad para el activismo. Fue una época muy interesante porque la policía era muy corrupta y la gente no estaba preparada para ese tipo de actividades. Apenas se usaban ordenadores en las instituciones como método de control, así que les llevábamos ventaja y actuábamos con impunidad hasta hace siete u ocho años. A partir de ahí ambas subculturas mutaron: los nazis se convirtieron en terroristas y la izquierda se pasó al mainstream.
En el libro describe el inicio de la década de los dos mil como un páramo de actividad. ¿Ahora le parece diferente?
Sin duda era muy poco variado hasta que hubo un verdadero estallido y organización de los grupos juveniles de izquierda. Después fue una especie de guerra, con heridos, encarcelados y muertos, hasta que pudimos sostenernos y ganar a los nazis al menos en Moscú en 2007. Ellos pasaron al underground, como los neonazis estadounidenses, a buscar objetivos concretos como grupos terroristas. Nosotros hicimos lo contrario: como la izquierda europea, buscamos estrategias para pasar a la superficie, a los medios de comunicación. Yo me convertí en editor.
La violencia es la única manera de salir adelante para el protagonista. Se explica como una batalla nihilista, pero se lee como una inmolación personal, como un martirio.
Sí, pero no se trata de un martirio por ser rusos, podría pasar en cualquier parte. Hay otras maneras de sobrevivir en Rusia, sin duda, yo me licencié en estudios sobre la religión. La religión es una estructura, un sistema en el mundo real para crear una experiencia existencial. El libro es lo mismo. Me interesaba la espiritualidad en Rusia, me relacioné con muchos académicos y gente dedicada al estudio de las religiones. La violencia en el libro es posmoderna, no es política en el sentido tradicional.
¿Sigue lo que pasa en la Rusia contemporánea? ¿Qué piensa de las últimas noticias sobre cómo el gobierno quiere controlar aquellas obras que no fomenten la cultura 'nacional'?
Todos sabemos que esas historias suceden desde siempre, lo que pasa es que ahora hay más gente que escribe sobre ellas. No hay más violaciones de los derechos humanos o más censura que en los noventa. Ahora lo que hay es más periodistas y ganas de contarlo. Lo mismo pasa con el conflicto de Ucrania, se crea propaganda desde ambos lados. Hay enormes injusticias cometiéndose en Ucrania pero no hay medios de comunicación desarrollados para contarlas.
¿Cómo lee las criticas recibidas por el sector literario y la prensa rusa sobre el libro?
Eran todas muy paternalistas, además provenían de gente que yo conocía y que eran colegas de oficio. Las críticas positivas decían: “¡Viene del pueblo, de las raíces y los bajos fondos, una voz sin adulterar!” (ríe). Los círculos literarios están muy desconectados, no sólo de la literatura sino de la realidad en general. Las negativas eran interesantes también. Hubo un político que llegó a decir: “Pensábamos que conocíamos a nuestro enemigo, pero ahora sabemos que eran mucho peor de lo que imaginábamos”.
¿Y ahora, cómo es su vida?
Soy un desempleado finés. También escribo críticas de libros para la revista literaria rusa más importante, pero básicamente vivo de las prestaciones sociales en un país extremadamente caro.
NOTA. Cuando la entrevista parece haber terminado, Siláiev me interroga: “Estoy haciendo una encuesta sociológica con el libro. ¿Crees que poner las notas abajo en el libro ayudan? Me han dicho que parece que distrae... como que está escrito por dos personas diferentes. En Finlandia -donde primero fue traducido- primero nadie lo entendía sin las notas y por eso las añadí y entonces las críticas fueron dispares. Pero quizás tiene que ver con la sociedad finlandesa, donde los contrastes con la rusa son enormes”. Le tranquilizo y le doy mi opinión, que es que las notas ayudan a contextualizar la obra.
“Vale, es que el tema del contexto me parece importante. Pensé que en el caso español, siendo una sociedad tan parecida a la rusa, las notas explicativas quizá serían innecesarias”. ¿Le parecen sociedades similares? “¡Sin duda! Ambas tuvieron dictaduras, transiciones y reformas económicas de la Escuela de Chicago. ¡Vuestra principal parada de metro se llama Vodafone y la liga de fútbol se llama BBVA!”.