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“España tiene amnesia voluntaria”

Elia Barceló

Álvaro Macías

Amor constante más allá de la muerte, como aquel título de aquel poema. Para Elia Barceló (Elda, Alicante, 1957) esos son los temas que cimientan la literatura. Son los dos motores, los dos puntos de giro, los dos grandes quiebros que vertebran una vida. O varias. Amor más allá de la muerte, sí, y del tiempo. Todo cobra más sentido una vez leída su última novela, El color del silencio.

La narración arranca con el asesinato de una joven, cerca de una fuente. Mucho tiempo después, su hermana Helena recapitula. No tiene todas las respuestas, o nunca las quiso. Su despegue como la mejor pintora española actual supuso también su desapego. Por la familia. Por el pasado. Por la memoria, que también es olvido a contraluz. Luz que buscará allí donde la encontró una vez: Rabat. 

El color del silencio (Roca Editorial) presenta a Helena como la protagonista de una película de cine noir , con más defectos que virtudes (“Helena es una bicha, cuando pensé en ella por primera vez me caía muy mal”, dice la autora de su protagonista), con una lengua afilada que se atreve con todo y contra todos, pero con puntos en común con Elia Barceló.

Ella misma los comenta al eldiario.es, como una constante crítica a la sociedad actual, la memoria histórica o la violencia.

“Me angustia que nos hayamos acostumbrado a la violencia, me preocupa que nos hayamos acostumbrado tanto a la violencia en la ficción que ya nunca es bastante”, comienza diciendo Barceló, quien automáticamente da un salto temporal, una constante en sus respuestas. “Antes un muerto era suficiente, y con ese muerto se hablaba de política o de corrupción; pero ahora como no pongas tres o cuatro asesinatos...”. Y, también automáticamente, vira el rumbo hacia otra de sus luchas: el feminismo.

“Cuando yo era joven, muy feminista, hubo un tiempo en que pensé 'lo estamos consiguiendo, dentro de poco no habrá que combatir de esta manera'. Y hace unos años me di cuenta de que las mujeres siguen siendo marginadas”, dice. “Cuando se hace una selección de las mejores novelas de noséqué, siempre son 8 hombres y 2 mujeres, normalmente muertas y normalmente rusas o checas, como si las mujeres vivas no tuviéramos nada que decir. Seguimos teniendo que luchar”, asegura.

Del tiempo que no siempre cambia las cosas

Porque su protagonista es una feminista con bandera al hombro. Si la sociedad piensa en la edad de los amantes como una zafia matemática, ella se zafa de esa opresión y, sin necesitar a los hombres, hace que estos la necesiten a ella. Hasta los más jóvenes.

“Si fuese un hombre, todo el mundo pensaría que es una persona luchadora, que los tiene muy buen puestos, pero es una hija de su madre”, descubre sobre Helena. “Todo el mundo piensa que es natural que a un hombre de casi 70 años le guste una chica de 25, pero cuando es al revés es que la mujer tiene problemas. Hemos conseguido ver normal que dos homosexuales se besen, pero heterosexuales de distintas edades, si el hombre es viejo y la mujer joven, bien. Al revés, no”, asegura poniendo como ejemplo que los medios hablen continuamente de la esposa de Macron o de Hugh Jackman.

Y todo porque el tiempo moldea las cosas. Pero con una erosión que depende demasiado de agentes externos. Lo ha aprendido Elia Barceló, claro, año a año: “El paso del tiempo no existe, es una invención humana para justificar el envejecimiento y la muerte. Uno puede estar aquí ahora mismo y, a la vez, también aquí hace 20 años. Con un recuerdo. Yo voy recordando mi propio pasado. Todo es a la vez. Como en el poema de T.S Elliot Burnt Norton”.

De España que no siempre cambia a España

Porque siempre se regresa. Al amor, quizá. El color del silencio juega con esos amores de juventud, con las pasiones de antaño, con cómo se vivían los besos justo antes de la Guerra Civil. Allí comienza la otra línea temporal del libro, la historia de los padres de Helena: Blanca, una joven moderna de la época que, sin embargo, se enamora de Gregorio Guerrero, un convencido militar franquista que Elia Barceló idealiza. Con un motivo muy seguro, para ella exento de polémica, porque no lo ha descrito jugando al azar.

“Era un desafío poner como un papel principal a alguien con quien no comparto nada”, comienza a profundizar en el personaje, “un patriota con letras doradas. Para mí era importante porque quería mostrar cómo un ideal se pudre, se pierde. Cómo han pasado de ser todos unos tigres a unos buitres y que al final solo le queda el dinero”. Dinero hecho con la mano baja y a la espalda. Política atemporal.

“Es tristísimo lo que nos ha pasado en este país. Hubo una época en la que íbamos hacia arriba y, de repente, caímos. Durante un tiempo lo conseguimos, ser un país como tal, y lo perdimos. Y se sabe quiénes son los culpables”, clama, denunciando con ello la problemática de la educación en nuestro país (en la novela suelta una verdad que sacude cimientos. 'Quizá no hagan falta tantos ingenieros como músicos'), donde se muestra tajante con las leyes.

“El problema”, lo achaca Elia Barceló, “a la creatividad. El sistema solo acepta el arte cuando es un producto que da dinero. Han suspendido la Literatura Universal. Están quitando todo aquello que haría que la gente joven tenga criterio propio, conciencia crítica”. La autora señala que al Estado “no le interesa que se piense y se tenga opciones”. Y matiza: “No somos todos iguales, claro que hace falta quien haga puentes, pero la cuestión es peor: lo que se enseña en España es un reducto de lo que se pensaba en el siglo XIX”.

España, demasiada España: lo que ha sido y lo que es forma la base de un libro que no esconde que aún hay un tufo radical. Está en el personaje de Álvaro, hijo de Helena, quien hizo su fortuna en base al 'boom' inmobiliario; en Marc, hijastro de Álvaro, que no esconde que desea más la fama que la virtud artística; o en la propia Helena, que decidió voluntariamente no pensar más en aquella época nefasta que fue la dictadura, con desdén incluido por los que habitaron las torvas décadas de España. Aquí, en cambio, al contrario que su autora.

“En España no hay pérdida de memoria, es una amnesia voluntaria. A la gente no se le ha olvidado, en el pueblo eso existe. Todo el mundo quiere que eso se limpie. Sin embargo, los gobernantes insisten en que fue hace mucho y van echándolo todo debajo de la alfombra y la alfombra tiene ya montañas de porquería. ¿Por qué no podemos aceptar nuestros errores?”, se pregunta. “Hace falta una normativa para que no sea posible que exista una Fundación Francisco Franco. ¿Te imaginas una fundación Adolf Hitler en Alemania o la Fundación Pol Pot en Camboya para 'enaltecer la figura del Caudillo' como aquí?”, resume.

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