Joaquín Salvador Lavado, más conocido como Quino, falleció el pasado mes de septiembre dejando tras de sí uno de los legados más importantes del humor gráfico. El padre de Mafalda se despidió recibiendo una avalancha de afecto y admiración, tanto de personas allegadas como de aquellos que, sin conocerlo, lo sentían cercano gracias a la calidez transmitida a través de sus viñetas. Pero, de todas las formas en las que fue definido el dibujante, hay una que destaca: la de que era “un filósofo en los zapatos de un niño”.
“Nos pareció que el mejor homenaje que le podíamos hacer a Quino con el siguiente recopilatorio era hablar de la filosofía de Mafalda”, explica a elDiario.es Lola Martínez de Albornoz, editora de Lumen y responsable de una serie de libros que está publicando la firma sobre el personaje en torno a diferentes temáticas, como el feminismo o el amor. En este caso, le tocaba el turno a una de las doctrinas más amadas por el ilustrador argentino.
A través de sus pinceladas, Quino creó una escuela de pensamiento caracterizada por la pluralidad y protagonizada por un grupo de niños que, ante todo, dudaban de cuanto les rodeaba. Según Martínez, “Mafalda por un lado es una humanista integral, que se preocupa por la formación del ser humano y se guía por el amor hacia los suyos; y por otro lado es una filósofa socrática, que se plantea la duda por sistema como base del conocimiento”.
La pequeña, apasionada del método socrático, está siempre tratando de explicarse todo, desde el mundo en el que vive hasta los sentimientos que le rodean. Y nosotros, los lectores, aprendemos con ella como si fuera una maestra en la búsqueda de nuevas ideas.
Además, cada personaje podría ser integrante de una escuela filosófica. Miguelito, que espera verse recompensado ante el devenir de la vida, podría ser un gran integrante del movimiento del epicureísmo basado en la búsqueda de la felicidad y el placer. O Susanita, que en su afán contrario al espiritualismo encajaría bien en una doctrina como el materialismo. “Lo importante de la filosofía de Mafalda es que es optimista, algo que Quino no era precisamente. El dibujante siempre decía que el ser un humano era una enfermedad incurable, y creo que con Mafalda intenta de alguna manera curarlo”, aprecia la editora.
Aunque Mafalda ya hizo su aparición para un encargo publicitario en 1962, su nacimiento oficial se remonta al 29 de septiembre de 1964 en la revista argentina Primera Plana, donde empezó a aparecer con cierta regularidad y a convertirse en todo un fenómeno humorístico dentro del país. Para su llegada a España hubo que esperar hasta 1970, donde llegó de la mano de Esther Tusquets y de la editorial Lumen, pero aterrizó en un momento muy adecuado: cinco años antes de que muriera Franco. Al igual que sucedió en Argentina, Mafalda fue el espejo de una juventud progresista preocupada por el futuro más allá de la dictadura franquista. De hecho, como recoge la BBC, durante los años de dictadura obligaron a los editores a colocar una franja en la portada de Mafalda etiquetándola como obra “para adultos”.
“La filosofía de Mafalda cuando llegó a España era totalmente subversiva: una chica que nos invitaba a cuestionárnoslo todo. Creo que llegó a poner patas arriba algunos hogares españoles”, comenta Lola Martínez. Pero sus libros, como añade la editora, en realidad son “para disfrutar en familia porque tienen muchísimos niveles de lectura”. Las preguntas que se hace Quino, sobre el amor, la amistad o la justicia, son la razón de ser de la filosofía y nos han preocupado desde el principio de los tiempos independientemente de la edad.
De hecho, ciertas tiras sorprenden por tratar temas que bien podrían definir la sociedad de nuestros días. “Algunas viñetas podríamos encontrárnoslas hoy en los periódicos, porque nos hablan de la actualidad con una vigencia pasmosa. Al igual que ocurren con todos los clásicos, estos adquieren un nuevo significado según el contexto”, sostiene De Albornoz.
Ejemplo de ello es la ilustración en la que Mafalda dice estar “planificando su vida” mientras traza un plan pintado con tiza en el suelo. En la última viñeta, vemos que ese “plan” no es más que un garabato en círculos incapaz de encontrar un rumbo, un porvenir enarcado con cierta resignación que bien podría ser el de la Generación Z ante el futuro pospandémico. Porque, como ha ocurrido prácticamente desde el nacimiento de Mafalda, sus viñetas son y seguirán siendo una ventana desde la que mirar la sociedad en la que vivimos.