Gabriel Mamani, escritor: “En sociedades con mentalidad colonial, el horizonte es la blanquitud”
Dos primos adolescentes patean los barrios de La Paz subidos en una curiosidad vibrante y desubicados en su propio país. Mientras experimentan con el sexo, las drogas, y el k-pop, sufren el racismo cosido a una sociedad que huye de si misma. Ellos, sin saberlo, le plantan cara al sistema con lo que tienen: uno abandona el servicio militar, el otro deja el bachillerato. Ese recorrido narra en su novela Gabriel Mamani, profesor universitario y traductor boliviano que reside en Brasil.
En Seúl, São Paulo (Periférica, 2023) planea la cuestión de la pertenencia a una comunidad, la construcción de una identidad: la bolivianidad. Los personajes parecen buscarla y rechazarla, meterse en ella y salir corriendo. “Las identidades son negociables, movedizas. Ciertos rasgos identitarios pueden tener un valor simbólico determinado en un lugar y uno muy diferente en otro. Más allá de buscar una bolivianidad, creo que los personajes experimentan, atraviesan y padecen una idea vetusta y al mismo tiempo vigente de lo boliviano, un imaginario construido sobre los cimientos del racismo y otras exclusiones sistemáticas”, explica Gabriel Mamani desde Brasil.
El escritor dice desconfiar de la palabra “mestizo”, afirma que las élites que dominan el país han querido esconder tras ella la discriminación racial, y la población ha crecido negando su parte india. “El mestizaje es un espejismo en Bolivia. En sociedades con mentalidades coloniales como las latinoamericanas, el horizonte es la blanquitud. Al verse imposibilitados de llegar a esa meta, muchos se conforman con el mestizaje, que sería algo así como el punto más alejado de la raíz india al que pueden aspirar. El discurso del mestizaje sirve como maquillaje que funciona para sacar a relucir la riqueza de las culturas ancestrales y, al mismo tiempo, para fingir que no existen violencias hacia los herederos de esas culturas”, afirma el autor.
El racismo interiorizado
Tayson, uno de los protagonistas, es un chico boliviano que ha crecido en un barrio de inmigrantes en Sâo Paulo. Su blanquitud le permitía allí ayudar al negocio familiar, haciéndose pasar por brasileño en los negocios de ropa, vedados a los bolivianos, y poder así comprar prendas y copiar los modelos. En un momento determinado es descubierto y expulsado: cuando él es visto como el boliviano que es, el negocio se va a pique y a la familia le toca volver a Bolivia. Allí, él y su primo se dan cuenta del lugar que ocupan socialmente por su color de piel. “Entender el lugar que te corresponde dentro de una determinada sociedad es un descubrimiento lento y punzante. Esto se da, sobre todo, en la adolescencia. Hablo de la experiencia boliviana, en específico de la andina. Como dice el cronista peruano Marco Avilés, llega un momento en el que aprendemos a leernos las pieles. El torbellino identitario comienza cuando hemos agarrado la habilidad para interpretar los diferentes tipos de pigmento”, reflexiona Mamani.
En la novela la lengua es una herramienta más para poner distancia y marcar fronteras con los otros. Cuando están más tensos, Tayson habla en portugués. La abuela blasfema en aymara con la familia, “Todos putean. En otra lengua. Desde otro corazón”, dice el protagonista.
“Cada idioma es un universo en el que se mueve una historia con sus propios sonidos, sabores y silencios. Algo que me gusta mucho de la migración boliviana en Brasil es esa intersección entre lenguas que se da involuntariamente. Hay intercambios, olvidos y rescates. Hace una semana nomás, acá en Brasil, hablando con un amigo colombiano me di cuenta de que, cuando charlamos en español, uso sin querer palabras en portugués y otras en aymara. Era natural que los personajes del libro estuvieran atravesados por esas experiencias lingüísticas”, explica el escritor.
La pequeña Bolivia de São Paulo
Gabriel Mamani cuenta que la idea de la novela surgió mientras estudiaba en Río de Janeiro y visitó São Paulo, la ciudad con más bolivianos en Brasil y vio cómo parecía una embajada de la cultura popular boliviana. “Fue una experiencia que me marcó mucho. Si bien ya había visto la fuerza de la cultura boliviana en varios barrios de Buenos Aires, experimentar lo aymara en un ambiente de habla portuguesa me ayudó a entender un montón de cosas. Me gustó mucho esa apropiación del espacio por parte de los bolivianos. Al menos en mi región, en La Paz, la relación con el suelo es muy fuerte. Las cosas que me contaron en esa visita fueron oro para el nacimiento de la novela: Piglia tenía razón al decir que, así como intercambiamos cosas, también traficamos historias”.
Durante la novela se narra el servicio militar que hacen los dos primos, las humillaciones que sufren por parte de los oficiales. Hay un discurso belicista en los instructores, y también en los padres o los tíos, que hablan a los chicos de defender un país que ellos solo conocen en los mapas. “La historia oficial, al menos esa que me llegó desde la escuela y mi entorno, siempre tuvo un tinte bélico: desde la independencia, pasando por guerras perdidas hasta dictadores sangrientos, la cronología de Bolivia como país está marcada por el autoritarismo. No se puede entender la idea de patria sin imaginar a un tipo gritando y amenazando a alguien”, explica Gabriel Mamani.
Los dos adolescentes comparten links de porno, visitan burdeles, fuman marihuana y uno de ellos se hace un apasionado del k-pop, el pop coreano, un fenómeno exótico en la cultura andina que acumula fanáticos en medio mundo. “El tema del k-pop siempre me ha interesado como fenómeno cultural. Yo vengo de una adolescencia en la que la única idea de cultura de masas legítima era la que venía de Estados Unidos. Si no era anglo, no contaba. La irrupción del k-pop, al igual que las telenovelas o películas coreanas, mueve un poco la aguja de la brújula cultural latinoamericana y, aunque de una forma sutil, agita la hegemonía gringa. Algo que me encantó cuando realizaba la investigación previa a la escritura de Seúl, São Paulo fue la pasión con la que los fanáticos del k-pop hablaban de sus ídolos”, recuerda el escritor.
Bolivia es un intento fallido de no ser Bolivia
Al final, los dos primos son disidentes, uno deja el servicio militar, el otro deja el bachillerato… parecen estar intentando entender a Bolivia. “Una vez, en un bar de Río de Janeiro, una amiga española que analizaba su paso por la ciudad me dijo: ”Brasil parece ser el intento fallido de ser Estados Unidos“. La frase se me quedó en la mente. Por bastante tiempo, Bolivia ha escapado de su raíz indígena, ha corrido como ha podido, pero jamás ha podido llegar a ese horizonte blanco. Quizá, en su propia autonegación, el país encuentra algún rasgo de su propia identidad. Mirarnos al espejo duele, pero solo en ese dolor pueden hallarse respuestas”, afirma Mamani.
Como telón de fondo durante la novela están las elecciones, y la dimisión del presidente Evo Morales. La historia de un país que los protagonistas dicen no conocer, no se sienten parte de ella. “Creo que ese no es un asunto solo de ellos dos, sino de la sociedad boliviana en general. En 1997, se eligió democráticamente a Hugo Bánzer, un hombre que en los años 70 había hecho un golpe de Estado. Si a eso sumamos el hecho de que, muchas veces, no entendemos la historia porque esta no nos salpica, entonces tenemos a un par de adolescentes que no conocen ni siquiera la historia reciente. Sus luchas son otras. Así como para la gente de mi generación es muy difícil imaginar una vida con milicos imponiendo un toque de queda, tal como pasó con las dictaduras que padecieron mis padres, para las generaciones más jóvenes, como la de los personajes de Seúl, São Paulo, los dilemas de la generación anterior pueden ser incomprensibles”, reflexiona el escritor.
Las mujeres no tienen voz
En la novela las mujeres o son la madre de los protagonistas o son los objetos de deseo sexual idealizadas e inalcanzables. Cuando se relata la vida de los miembros de la familia son solo los tíos varones los que aparecen, ellas son personajes secundarios sin dibujar, algo que Gabriel Mamani afirma que fue totalmente deliberado: “Quería que los personajes, entre ellos el narrador, fueran congruentes con la Bolivia que conozco. El universo familiar de la obra, que se basa en muchos universos reales que he visto, es violento, autoritario, patético, machista. Si a este hecho le agregamos el tufo militar de la historia, ¿qué tenemos? Una falocracia que se ahoga en su propia miseria, lo cual puede generar tantos análisis sociológicos como carcajadas. Intenté no darles concesiones a los personajes ni a su universo. Quería que se hundieran en el barranco de su misoginia, de su racismo, de su patriotismo barato. Nadie se salva. La salvación iría por el camino de la autocrítica, la reflexión, la intención mínima de cambio. Pero ninguno de los personajes, ni ninguna de las personas en las que me he basado para crear a los personajes, tiene, ni tendrá jamás, la intención de cambiar algo”, concluye el autor.
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