Patadas a la RAE: la oralidad impregna la nueva literatura
“¿Cómo? ¿Ya ehtá? ¿Así de fasi? ¿Ehtáh segura que no sabrá quedao dentro un troso? ¿Er cabesá o argo?”. Así se dirige Pili a la enfermera que le atiende en la cárcel en las páginas de Solo quería bailar (Tránsito), la primera novela de la bailarina y creadora escénica Greta García, que apostó por escribir en andaluz. Su acento queda patente en el libro, narrado en primera persona por su protagonista, una joven también bailarina sevillana que ha sido encarcelada porque, como reza la propia sinopsis del texto, “acabó jarta de la institución y su burocracia, y se volvió terrorista, aunque no tan buena como a ella le hubiese gustado”.
La oralidad impregna el ejemplar de principio a fin, como también ocurrió en el fenómeno de 2020 Panza de burro (Barrett) de Andrea Abreu, en el que la tinerfeña narró en canario la historia de dos niñas que, en una zona rural de su isla natal, aprendían a crecer, amarse y odiarse. El canario es igualmente cimiento de Leche condensada (Penguin Random House), el debut en la novela de la poeta Aida González Rossi, que inauguró a principios de año la nueva saga de Caballo de Troya, cuya edición corre a cargo de Sabina Urraca que fue, precisamente, quien editó Panza de burro.
La periodista y escritora reconoce a este periódico que, como muestran estos tres ejemplos, “la oralidad se está poniendo en valor”. Aun así, sostiene: “En España vamos con muchísimos años de retraso. En Latinoamérica lleva sucediendo muchos años”. Urraca opina que esta demora, dentro de que “sigue habiendo gente que insulta en redes con mensajes como 'esto es una mierda' o 'esto ni es un libro ni es nada, está lleno de faltas de ortografía'”; es fruto de haber considerado el español hablado aquí como, “entre muchas comillas, el lenguaje del reino, el centralista, el correcto, el que coloniza otros lenguajes, el dominante”.
“Entonces claro, ¿cómo vamos a dar una patada a la RAE? En España se vive todavía muchísimo racismo con los acentos y las formas de hablar. No solo de Latinoamérica, sino de los propios del país. Parece que el único lenguaje que vale es el centralista, el de Madrid o Valladolid, el mal llamado lenguaje neutro”. “Creemos que el lenguaje es un tesoro inamovible. Perderle el respeto es lo mejor que puedes hacer. Entender que el tuyo no es el canónico”, sostiene en contraposición.
“Escribir en canario es un acto político dentro de una realidad que niega nuestra cultura. Elegir escribir en canario me generó muchas dudas. Dentro del canario hay también una especie de 'canario neutro' que es el que recoge y legitima la academia canaria. Decidí huir de la oficialidad del castellano y del canario: escribir desde el barrio, lo rural y lo kinki canario”, explicó Andrea Abreu a este medio tras la publicación de Panza de burro. Urraca comparte que la autora era alumna suya de un taller y fue ella quien le sugirió que transformara sus cuentos en un libro. Propuesta que aceptó, empezó a escribirlo y, capítulo a capítulo, se los fue enviando a la editora para que los revisara.
“Hubo un momento en el que le dije 've a fuego', 'no te cortes', 'no te adaptes a un público que ya existe'”, indica Urraca. Al mismo tiempo, decidieron que no incluirían un glosario: “Era superimportante no entender todo lo que estás leyendo. No entiendo el arte fácilmente comprensivo a la primera. Me parecía que había también una reivindicación de decir 'no pasa nada' si ocurre”. En su experiencia, en esta apertura de miras fue clave la lectura de El Miajón de los Castúos, un libro escrito por Luis Chamizo en 1921, que descubrió hace 15 años al visitar a la familia de una amiga que vivía en Extremadura.
Creemos que el lenguaje es un tesoro inamovible. Perderle el respeto es lo mejor que puedes hacer
Castúo es el término que se utiliza para referirse a las hablas de esta comunidad autónoma, y en él estaba escrito el poema La Nacencia que Urraca recuerda con suma claridad. “Bruñó los recios nubarrones pardos / la luz del sol que s'agachó en un cerro, / y las artas cogollas de los árboles / d'uncoló de naranjas se tiñeron”, reza su primera estrofa. “Al leerlo pensé: '¿Qué es esto?'. Entendiera o no todo, estaba comprendiendo su historia y me pareció mágico. Tenía una sonoridad que me parecía mejor que la del español, o de mi español”, reconoce la escritora y periodista. Aquello prendió la mecha que le ha llevado a querer “editar libros que jueguen más con el lenguaje, que usen la oralidad, que hagan lo que les de la gana, que se inventen un lenguaje propio, que es lo que en realidad se hace en cada libro siempre”.
Permitirse escribir con más libertad
Urraca apunta que esta tendencia al alza de la oralidad en la literatura es valiosa por ser signo de “que se ha abierto una puerta para escribir con más libertad”. Y cita como ejemplo Los bloques naranjas, de Luis Díaz, que forma parte también de la colección Caballo de Troya. “No tiene mayúsculas, ni comas, ni puntos. Para mí eso también es una reivindicación, no solo plasmar o no la oralidad y cómo habla la gente; sino poder jugar a lo que te dé la gana en el libro. Poder saltarte las normas. Es superimportante que no las haya en la literatura”, defiende.
Esta libertad quedó patente en Leche condensada, de Aida González Rossi, que está vertebrada por el lenguaje del videojuego. Para Urraca, la clave en el estilo de esta escritora está en su talento como poeta, ámbito sobre el que señala que siempre ha habido mucha más libertad: “La narrativa no termina de aprender de la libertad de la poesía y es muy raro. Ella se lanzó a la narrativa con todas las herramientas de su poesía. Esta voz ya era suya desde hace mucho tiempo”. González Rossi, por su parte, afirma a elDiario.es: “No solo quería representar mi dialecto, si no hacer lo que habría hecho con el lenguaje si mi habla hubiera sido el neutro; retorcerlo y experimentar. Ver dónde puedo llegar usando las normas que me da el canario. Como por ejemplo, desordenar las frases”.
“Que las personas que tenemos hablas no normativas entendamos que lo más arriesgado que podemos hacer con nuestra forma de hablar es mostrarla tal y como es, es una cosa un poco fea. Obviamente es arriesgado, porque mucha gente no nos va a entender, pero podemos ir más allá. Eso es lo que he aprendido de la poesía”, suma invitando a explorar sin ataduras todas las posibilidades que cada autor o autora quiera imaginar.
Que las personas que tenemos hablas no normativas entendamos que lo más arriesgado que podemos hacer con nuestra forma de hablar es mostrarla tal y como es es una cosa un poco fea
Greta García apostó por ello, decidiendo durante la creación de Solo quería bailar que debía estar escrito íntegramente en andaluz. Comenzó haciéndolo en castellano, salvo en los diálogos, en los que plasmaba a su protagonista, Pili, expresándose con su acento. La mezcla resultante se le hizo, como indica a este periódico, “rara”: “El texto tenía más sentido si potenciaba el andaluz de principio a fin para que cuando tú lo leyeras, lo oyeras en andaluz. Para conseguir que escucharas andaluz tenía que escribirlo en andaluz”. Raquel Vicedo, de la editorial que publicó su novela, Tránsito, reconoce a elDiario.es que no fue “premeditado” lanzar este ejemplar: “No buscábamos libros escritos en andaluz o vasco, ni en los que la oralidad tuviera un papel primordial, pero el manuscrito llegó a nuestras manos y nos enamoró”.
Sobre el proceso de edición, reconoce que hubo “muchas disquisiciones y dudas”. “Las editoras tenemos la manía de corregir de más, de que 'todo sea correcto' y 'no haya errores' o, al menos, 'cierta coherencia' dentro del propio texto, pero al mismo tiempo éramos conscientes de que era fundamental transmitir la oralidad”. Eso sí, reivindica que el título es valioso “por mucho más que eso”. Una postura que Urraca defiende a su vez sobre el mérito y atractivo de Panza de burro y Leche condensada.
El cuarto titulo de la colección orquestada por la periodista y escritora será Se te oscurece el pelo de María José Hasta. La editora explica que ella trabaja sobre los textos, que posteriormente pasan por corrección ortográfica. “Se vuelven locos con estos libros. No entienden nada. Con este me decían 'aquí hay un laísmo', 'aquí hay un leísmo'. Les explicaba que la voz narrativa era laísta y leísta, pero entonces entraban en conflicto porque decían que no lo era todo el rato. Sentían que si íbamos con el laísmo, todo tenía que serlo. Y no. Aquí no había normas. No digo que todo el mundo tenga que escribir así, cada persona ha de hacer lo que le salga de dentro, pero sí siento que estos libros que están saliendo aportan libertad a la escritura”.
Una forma de luchar contra los estigmas
Otro trabajo que se situó en esta línea fue Er principito en andalú, en este caso la traducción del clásico de Antoine de Saint-Exupéry al andaluz llevada a cabo por la editorial alemana Tintenfass en 2017. “Le pío perdón a loh niñoh por mo d’abel-le dedikao ehte libro a una perzona mayó”, comenzaba el texto resultante.
García, que plasmó el mismo dialecto en su novela, declara: “Me encantan los acentos, que en cada país haya miles, da mucha riqueza. Son elecciones estéticas, políticas y todo junto”. No en vano, escribir con ellos implica reivindicarlos. En su caso, lamenta que el suyo “siempre ha estado estigmatizado con el 'lo andaluz es cateteo'. Y para nada”. Dentro su carrera, explica que no ha tenido que modificar su acento para poder acceder a según qué puesto de trabajo, porque su herramienta ha sido su cuerpo.
Pero sí le ha afectado en el habla: “Hay una especie de complejo cuando quieres comunicarte que yo me noto a veces. Me veo hablando con un acento que sé que no es el mío natural”. A Urraca le ocurrió algo parecido tras llegar a Madrid con 18 años después de vivir en Canarias. “He vivido una autodiscriminación, un autorracismo del acento y un racismo externo superfuerte”, lamenta, “para mí esto es una forma de poner en valor que la gente no cambie cómo es, habla o escribe simplemente porque los demás les comprendan. Y no es un discurso de 'mantén la pureza de tu pueblo, raza y acento', sino de 'juega con lo que tienes'”.
Que en cada país haya miles de acentos da mucha riqueza. Plasmarlos son elecciones estéticas, políticas y todo junto
Esto implica abrir igualmente la puerta al lenguaje de las redes sociales, que fue el primero con el que Urraca plasmó la oralidad en su trayectoria. Envió un cuento que funcionaba como si fuera la transcripción de un chat de Internet. Estaba lleno de faltas de ortografía y, cuando la revista que se lo encargó lo publicó, se las corrigieron. “Perdió el sentido”, recuerda al tiempo que celebra que, 20 años después, lo sucedido sería “impensable. Ahora se comprendería que es un efecto buscado, un estilo”.
Esta libertad precisa de la implicación de autores, editoriales, librerías... Urraca percibe que “esta no normalidad y no neutralidad se va normalizando”. “No sabes la cantidad de novelas que me llegan ahora como editora que juegan a la oralidad”, comparte. “Hay muchas cosas que son apuestas de editoriales pequeñas que cuando se popularizan y tienen éxito, la gente grande dice: 'Vamos, yo también lo quiero'”, recuerda a su vez, siendo consciente de que esto no es algo negativo, sino precisamente el objetivo: “Que haya más libertad en todas las editoriales y en todos los campos”.
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