El centro social y cultural La Casa Encendida de Madrid acogió, del 25 de febrero hasta el 19 de noviembre, el ciclo Mujeres contra la impunidad 2020, en el que participaron diferentes voces femeninas internacionales. Entre ellas estuvo la escritora y activista Gioconda Belli (Nicaragua, 1948), en un coloquio titulado Cuerpo, voz y arte ante los regímenes dictatoriales moderado por Adilia de las Mercedes, directora de la Asociación de Mujeres de Guatemala AMG.
Durante su intervención denunció con detalle la opresión, los recortes de derechos y las políticas antidemocráticas que, según su testimonio, está llevando a cabo el gobierno del presidente Daniel Ortega, en el poder desde inicios de 20017 (por segunda vez, su primer mandato fue desde 1979 hasta 1990) y su vicepresidenta Rosario Murillo, que también es su esposa.
La trayectoria de Belli está estrechamente ligada a la política nicaragüense. A la par, fue desarrollando una exitosa carrera literaria –publicó su primer libro de poesía Sobre la grama en 1972– con novelas, poemarios y cuentos infantiles, que la ha llevado a obtener numerosos premios internacionales como el Biblioteca Breve de Seix Barral, el Mario Vargas Llosa de novela y el Jaime Gil de Biedma de poesía, el más reciente. Además, forma parte de la Real Academia de la Lengua de Nicaragua y es Caballero de las Artes y las Letras de Francia.
Su país vive ahora mismo una situación dramática tras los dos huracanes y la crisis sanitaria de la Covid-19. Con un gobierno autoritario, como dice, que prohíbe cualquier solidaridad que no venga del Estado y miente sobre las cifras de enfermos ¿Cómo se va a poder recuperar la población de estos golpes?
A menudo tengo la sensación de vivir en el país de Sísifo. Y con frecuencia me pregunto también, como dije en un poema: “¿Cuántos tiranos alcanzan en una vida?'. Afortunadamente, la historia demuestra que las tiranías pasan. No hay duda de que Nicaragua ha sido un país castigado numerosas veces. Sólo en mi vida yo viví un terremoto desolador, dos dictaduras, varios huracanes, volcanes que entran en actividad y el fuego ardiente de una política destructiva. No sé dónde poner este país de mi alma para que nadie más me lo golpee. Pero la historia es larga y aquí estará Nicaragua y yo opto por confiar que el espíritu y la resiliencia de sus habitantes lo sacarán adelante cuantas veces sea necesario.
La oposición al gobierno actual está trabajando para poder tener unas elecciones libres (en noviembre de 2021). Si ganase ¿Cuál es el plan trazado para Nicaragua? ¿Cómo sería una Nicaragua democrática post-Ortega y Murillo?
Pienso que habría un período de transición largo. Tendremos que depurar la policía, las fuerzas armadas, desarmar a los paramilitares, construir una estructura productiva. Ortega recibió 500 mil millones de dólares durante nueve años por parte de Venezuela, pero ese dinero no pasó por el presupuesto nacional, no se usó para desarrollar la estructura productiva. Seguimos siendo el segundo país más pobre de América Latina.
Mencionó a Pablo Iglesias en su conferencia y le identificó como una figura 'progre' dentro de Unidas Podemos, más sensible a la situación de Nicaragua, pero señaló a la sección comunista del partido que no quiere reconocer esa realidad política ¿La izquierda europea tiene una visión demasiado romántica de lo que ocurrió con las revoluciones de izquierdas del siglo XX en Latinoamérica?
Sí. La izquierda se comporta a menudo como una religión con sus devociones y sus santos. No quiere ver que alguien como Ortega vive de apropiarse de una gesta en la que él jugó un papel menor. Fueron otros los que pusieron los muertos y el esfuerzo épico que derrotó a Somoza y luego a la Contra. Él usufructúa un pasado que ha traicionado con posiciones anti-pueblo, totalitarias, manipulando la religión y los valores más conservadores de la población.
Uno pensaría que, a estas alturas la izquierda habría hecho una autocrítica y optado por la libertad y los derechos humanos. Pero por falta de imaginación para reinventarse y no repetir los mismos errores, vive aferrada a una idea de sí misma que ya no es válida. Para mí hay que buscar la síntesis de lo mejor de cada sistema, pero las viejas izquierdas se han quedado sin imaginación y vuelven a los viejos conceptos. Yo he encontrado mucha apertura y solidaridad en Pablo Iglesias. Podemos expresó su rechazo a la política de Ortega en 2018, pero en lo que era Izquierda Unida quedan varios que no quieren quitarse la venda de los ojos y siguen defendiendo lo indefendible.
En su novela El país de las mujeres (2010), las mujeres toman el mando y se 'feminiza' la política. ¿Cómo sería esa política feminizada?
Hay una cosa muy concreta en el libro, que es cómo se cambia la organización laboral, porque en parte el gran problema es la distribución del trabajo. Para mí, habría que crear otra en la que puedan subsistir los dos espacios, el privado y el público. Resultaría una gran diferencia si cuando las mujeres trabajan y se quedan embarazadas no tuvieran que tomar esa decisión desgarradora entre quedarse trabajando o cuidar a los hijos.
Con un Estado que ayudase a las familias que tienen hijos con guarderías muy bien organizadas y salas de maternidad en las oficinas. Es un poco utópico, pero si nosotras fuéramos las que estuviéramos al frente, lo hubiéramos hecho. Como decía Hillary Clinton, creo que es un dicho africano: toma un pueblo para criar un niño. Cómo es posible que esa atención a los niños, al futuro de nuestras generaciones esté en el último grado de importancia. La mujer sigue cargando con esto y eso impide que el 52% de la población del mundo pueda dar su potencial completo al desarrollo de la humanidad.
Y luego hay otra premisa que es que las mujeres no debemos masculinizarnos para ejercer el poder como se nos exige actualmente. Por ejemplo, veo que Jacinda Arden, que es una maravilla, realmente lo está intentado. Eso para mí es feminizar la política: ponerle atención no al producto interno bruto, sino que el foco sea el ser humano.
Tiene una obra literaria prolífica y ha recibido numerosos premios y reconocimientos. Sin embargo, el mundo editorial forma parte del sistema patriarcal. ¿Fue muy difícil triunfar en la literatura siendo mujer?
Yo tuve dos ventajas. En primer lugar, empecé a escribir en medio de una revolución que estaba en el foco de atención. Eso me propulsó, digamos, a ser llamativa. Por otro lado, como empecé a escribir poesía erótica, a hablar del cuerpo de la mujer, a celebrar sin ningún recato lo que era ser mujer, también me dio un nivel importante de atención pública. Pero estaba muy fijada en eso. A mi todavía me califican como 'poeta erótica' cuando estamos en el siglo XXI y yo empecé a escribir poesía en los 70. Ese tipo de etiquetas se ponen para convertirte en un producto de mercado, en cierta manera.
Y claro que siento que hay una discriminación. Se está superando poco a poco, pero cuando empezó un boom de mujeres latinoamericanas y españolas que escribíamos se decía que hacíamos literatura 'light'. Poco a poco creo que esto está cambiando pero también porque nosotras estamos dando voz a un espacio que estaba considerado privado o que pertenecía al género del romance. El hombre puede hablar de lo que quiera y a nadie se le ocurriría decir por qué estás haciendo una novela de amor. Pero si una mujer hace una novela de amor cae dentro de ese estereotipo de la novela romántica.
También me llamó mucho la atención que cuando publiqué mi última novela Las fiebres de la memoria (Seix Barral, 2018), donde hablo en primera persona masculina, cada vez que me entrevistaban me preguntaban: ¿por qué lo escribiste en primera persona masculina? Los hombres utilizan la primera persona femenina cuando les da la gana y nadie les pregunta: Guillermo Arriaga, Carpentier, Henry James...
Y lo de la crítica es bien paradójico. El 70% de los lectores son mujeres y además son extremadamente buenas lectoras de escritoras. Pero la crítica sigue siendo masculina y es bien dura con las mujeres aunque esté mejorando.
¿Cuál será su próximo trabajo?
Tengo que reconocer que estoy sufriendo por la pandemia, la situación política del país, los dos huracanes. No sé, me ha afectado muchísimo mi concentración. Estaba leyendo como cinco novelas empezadas, las cojo y las dejo. He podido ordenar un libro de poemas que ganó el premio Jaime Gil de Biedma, lo que me hizo muy feliz. He escrito cosas pero realmente no he logrado sentirme contenta con lo que estoy escribiendo por el momento. Tengo varias ideas, pero lo que hago cuando empiezo una novela es escribir 50 páginas. Y si al llegar a las 50 no me ha capturado, sé que no va a capturar al lector.
Ayer estaba revisando precisamente cuántas he empezado. Una de mis obsesiones ahorita es escribir sobre la desilusión. Qué pasa cuando has dado tu vida por una revolución y te encuentras con esta manipulación política, viviendo en otra dictadura. Es muy duro y me está costando mucho encontrar el cómo lo formo.