Hace 52 años abrió las puertas la librería Proteo en el centro de Málaga. La noche del 6 al 7 de mayo de 2021 el local se quemó por una subida de tensión en el cuadro eléctrico, haciendo que los 451 grados Fahrenheit arrasaran con más de 97.000 libros. El edificio de madera, de más de 125 años, albergaba un templo cultural. La ciudadanía malagueña, entre conmocionada y apenada, ha intentado arrimar el hombro y ayudar a los catorce libreros de la Proteo mediante donaciones de dinero o pedidos online, hasta hacerla renacer. Uno de los libros más encargados aquí ha sido, precisamente, Quemar libros (Crítica, 2021), en el que el bibliotecario de la Universidad de Oxford, Richard Ovenden, relata las grandes quemas de libros de la historia.
Jesús Otoala es el director de la librería: “Me llamó a mi hermano a las 11 y media de la noche diciendo que no sabía cómo decírmelo, pero que había leído en las redes sociales que la librería estaba ardiendo. Fui corriendo y aquello era una pesadilla. Las llamas salían por la primera planta y el humo por la cuarta. Llegaron más compañeros y la tristeza era enorme, nos abrazábamos pensando en, no solo el fuego, también en lo que conlleva el agua con el papel”.
La escritora María Dueñas les llamó diciendo que quería ayudar, y pocos días después, le sacaron una mesa a la puerta y más de trescientos lectores hicieron cola para conocerla. Jesús Carrasco e Irene Vallejo también han querido unirse, y con un ejemplar calcinado en la mesa de firmas y, como dice el librero, “aunque este libro este quemado, las ideas siguen”, los lectores y escritores han hecho que Proteo “siga remando por los libros con fuerza”.
Otoala se emociona con las numerosas muestras de apoyo que están recibiendo: “El Pleno de la ciudad de Málaga se ha puesto de acuerdo, cosa que no pasa mucho, para ayudarnos con el alquiler de un local frente a la librería para que no tengamos que cerrar el proyecto mientras se hacen las obras de reparación”. En el número uno de la calle Álamo, delante de la Proteo, vemos un escaparate dedicado a las piras de libros y a la historia de la destrucción de las ideas. “La imagen de libros ardiendo nos conmociona porque nos traslada a escenas de la historia terribles. Ver libros quemándose hace que nos echemos a temblar porque las letras nos dan la posibilidad de aprender a elegir. El libro es la chispa que enciende el cerebro, así que verlos arder hace que sintamos peligrar el futuro en una sociedad cada vez más castigada en cuestiones de libertad”, afirma el librero.
Extinguir la cultura
“A lo largo de la historia los libros se han quemado para extinguir la cultura, para castigar formas de vida, para anular la memoria de los pueblos, así como para menospreciar la libertad. Quemar libros de Richard Ovenden relata la historia de pirómanos y de pequeños grandes héroes”, afirma Jesús Otoala, que está mandando ejemplares del libro que le piden de toda España.
Sobre custodios de la cultura, relata Ovenden que a finales de 1940 un cabrero descubrió un conjunto de vasijas de cerámica en las cuevas de Qumram en el desierto de Judea: “En su interior había centenares de rollos que contenían las copias más antiguas conservadas de textos de casi todos los libros de la Biblia hebrea (…). Hay consenso en que fueron escondidos a propósito por un grupo religioso judío, que hoy en día se identifica con los esenios, durante la represión que hubo tras la primera revuelta judía en 66-73 d. C.”.
Si de la quema de libros con saña y odio hablamos, las palabras de Joseph Goebbels el 10 de mayo de 1933 suenan terroríficas y contundentes: “¡No a la decadencia y a la corrupción moral! ¡Sí a la decencia en la familia y el Estado! El alemán del futuro no será solo un hombre de libros, sino un hombre de carácter. Es para ese fin para el que queremos educaros... Hacéis bien en arrojar a las llamas el mal espíritu del pasado. Es una gran hazaña, firme y simbólica”.
La turba, en ocasiones material inflamable, arrojaba a la pira en Unter den Linden (Berlín) libros de judíos, de marxistas y de autores homosexuales. Y como afirma el bibliotecario de Oxford: “Las hogueras eran una clara advertencia del ataque al conocimiento que el régimen nazi estaba a punto de desencadenar”. Según Richard Ovenden, se calcula que durante los doce años de Holocausto (desde el 33 al fin de la Segunda Guerra Mundial) se destruyeron más de cien millones de libros.
La Hagadá de Sarajevo se ha convertido en un símbolo de resistencia multicultural frente a los ataques y las guerras del odio. Leemos en 'Quemar los libros': “Se trata de un importante manuscrito iluminado por una larga y compleja historia: fue creado en España a mediados del siglo XIV y los judíos se lo llevaron consigo cuando fueron expulsados de la Península Ibérica en 1497”. El Museo Nacional de Bosnia lo adquirió en 1894, y durante la Segunda Guerra Mundial el bibliotecario jefe del Museo, Dervis Korkut, escamoteó el manuscrito de los nazis y lo sacó de Sarajevo.
El 25 de agosto de 1992 empezaron a llover proyectiles sobre la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia-Hercegovina. Las milicias serbias no solo buscaban un dominio militar y la aniquilación de la población musulmana, sino un auténtico genocidio cultural. La Biblioteca albergaba más de un millón y medio de libros, manuscritos, mapas y materiales que ardieron y desaparecieron dejando la memoria del pueblo bosnio acribillada. Así que los serbios pegando fuego a Vijecnica (como se llamaba el edificio) intentaron hacer desaparecer la cultura de un pueblo, aniquilar la moral bosnia, así como silenciar su historia.
Richard Ovenden cuenta que hubo una biblioteca en Sarajevo que consiguió escapar de la destrucción: “El personal de la biblioteca del Museo Nacional de Bosnia evacuó gran parte de la colección de doscientos mil volúmenes esquivando balas de francotiradores. El director del Museo, el Dr. Rizo Sijaric, murió por la explosión de una granada en 1993 mientras trataba de colocar capas de plástico en los agujeros de las paredes del museo para proteger las colecciones que quedaban en el interior”.
Pirómanos
Curiosamente, a lo largo de la Historia también nos encontramos con el ansia pirómana por parte de los propios autores. En estas ocasiones los héroes de la brigada del papel tienen forma de amigos desobedientes, de malos amigos. “En la Antigüedad, el poeta romano Virgilio, como relata su biógrafo Donato, quería consignar a las llamas el manuscrito de su gran poema épico la Eneida (aún no publicado en aquellos momentos)”, nos cuenta Ovenden. “En las últimas etapas de su enfermedad pedía constantemente que le trajeran sus cajas de libros con la intención de quemarlas”. Fue su amigo Vario quien decidió custodiar el manuscrito y no hacer caso a la voluntad de Virgilio.
Kafka también le dejó unas instrucciones muy similares a su confidente: “Muy querido Max: Mi petición final: todo lo que dejo... en forma de diarios, manuscritos, cartas, bocetos y demás ha de ser quemado. De todo lo que he escrito, lo único que cuenta son estos libros: El proceso, El fogonero, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria, Un médico rural y la historia de Un artista del hambre”.
Richard Ovenden concluye: “Los libros proporcionan un punto de referencia fijo que permite que la verdad y la mentira sean juzgadas con transparencia, verificación, citación y reproducibilidad. La conservación de registros escritos ayuda a que las sociedades se reconozcan en sus identidades culturales e históricas”. Por ello, bibliotecas y librerías se erigen como guardianes de los papeles que narran lo que fuimos, lo que somos y, probablemente, lo que seremos como sociedad.