La veloz y voraz irrupción de la inteligencia artificial (IA) está siendo motor de numerosos cambios y manantial de alguna que otra polémica. La IA está atravesando los poros de distintos sectores, siendo la cultura uno de sus grandes afectados. Que esté generando controversia depende en gran medida de la velocidad con la que está expandiendo sus tentáculos, dejando sin demasiado margen ni tiempo para entender en qué medida está modificando cada ámbito y cuál es la mejor manera de regularla.
La propia Unión Europea, liderada por España, busca ser pionera en ello, al ver la IA como una oportunidad, pero también como un desafío en términos de seguridad. Actualmente se encuentran en negociaciones para lograr cerrar la nueva ley antes de que acabe el año. Intención que se ha complicado esta misma semana tras el desmarque de Francia, Italia y Alemania, que con su decisión han convulsionado las negociaciones en la que se esperaba que fuera su recta final. Mientras tanto, desde cada sector, se intenta ir adaptando y comprendiendo sus implicaciones.
La traducción literaria es uno de ellos, al haberse desarrollado softwares que podrían acabar sustituyendo a sus profesionales. El filólogo y profesor de la Universidad Pompeu Fabra José Francisco Ruiz Casanova ha reflexionado sobre ello en ¿Sueñan los traductores con ovejas eléctricas? (Cátedra). Un ensayo que arroja luz sobre sus implicaciones más allá de este oficio, por cómo el alcance de la IA va a redefinir la estructura de la industria editorial y sus medios de producción, así como “la forma en la que se va a leer en el futuro y la enseñanza de la traducción en las universidades”.
El experto recuerda a este periódico que la tecnología ya llevaba tiempo usándose para traducir textos de otra índole, como los económicos, pero que ha sido su incursión en la literatura la que ha hecho “saltar las alarmas”. Por debajo de todo subyacen intereses económicos que van más allá del papel o la importancia que se le quiera dar a la pureza de la propia cultura: “Resultará más barato traducir con máquinas que con personas”.
Aunque para ello hará falta que la IA dé unos cuantos pasos más. Por el momento, no tiene en cuenta el tipo de escritura ni el estilo, no maneja información relativa a la autoría de los textos ni su bagaje, ni aún es capaz de comprender ironías, metáforas y otros recursos lingüísticos.
Ruiz Casanova describe por ello el presente como “una especie de infancia de la IA. Esta criatura no tiene todavía memoria ni conciencia de quién le está hablando. Se está alimentando de textos e imágenes, pero es incapaz de decirte que 'en un lugar de la Mancha' pertenece a Cervantes y lo que esto supone. Para la IA es simplemente una frase que imitar. Falta la parte de identificación de los rasgos humanos que hay detrás del lenguaje. No todo es descodificación en unos y ceros”.
Esta es una de las razones por las que en el ensayo no augura el apocalipsis de la traducción literaria, expone que lo que va a haber es una transformación de su hasta ahora modus operandi, de tal forma que los traductores van a pasar a ser los “revisores del trabajo que realicen las máquinas”.
“No merece la pena perder el tiempo en resistirse. Hay que invertirlo en modificar las conductas o formas de entender necesarias para poder abordar esto. No está en manos de a quienes va a afectar el detenerlo. Hay unas razones mucho más poderosas y tecnológicas aliadas a lo económico”, defiende. Pero insiste: “No es que los traductores vayan a desaparecer, van a tener que asumir otro rol que en otros ámbitos ya asumen”.
Repercusión en el mercado editorial
Otra de las cuestiones sobre las que el profesor ahonda es que la IA se alimenta de contenido que ha de estar digitalizado. Esto implica que todo lo analógico se quedaría fuera. “Hay un riesgo enorme a que se pierda una parte de la memoria de la lengua y de la cultura. Una parte puede quedar omitida u olvidada por no ser digital”, advierte. Es cierto que cada vez se digitaliza más, pero no está claro si se establecerá algún tipo de límite, dado que “siempre hay alguien que decide qué se digitaliza y qué no”. Contexto que, “tomado como herramienta política”, corre el riesgo de acabar en “censura”.
Más allá de los traductores, la otra gran afectada de la IA es la producción editorial. Ruiz Casanova se muestra sorprendido con la opacidad con la que las compañías deben estar “realizando sus experimentos” para probar cómo adaptarse a los nuevos tiempos: “Me alarma que no haya una declaración pública clara de los grandes grupos editoriales diciendo dónde van a poner su dinero o hacia dónde se van a dirigir. Me cuesta creer que Penguin Random House o Planeta no se estén planteando que esto está reconfigurando su propio negocio. Y que tienen que estar con los ojos bien abiertos porque esto no es una moda pasajera”.
El filólogo comparte que el nuevo escenario viene acompañado de argumentos que van a ser “irrebatibles”, como poner de nuevo en circulación el libro electrónico de manera masiva: “Hay una cantidad enorme de producción editorial que termina triturada. Si puedes producir digitalmente e integrar herramientas de traducción, matas dos pájaros de un tiro: el problema de almacenaje y la disponibilidad inmediata. Y sin dañar al planeta”.
¿El fin del aprendizaje de lenguas?
A la hora de entender cómo la IA está llamada a reconfigurar ya no solo el negocio de la traducción, sino el mercado editorial en toda su globalidad, hay que tener en cuenta su influencia en las leyes de propiedad intelectual. Podrá darse el caso de que las copias de libros en inglés puedan ser distribuidas directamente en España con dispositivos electrónicos que incluyan un software que lo traduzca al idioma que se desee con solo pulsar un botón.
“Podemos terminar en una especie de nacionalización brutal donde las propias normas y leyes tengan que cambiar. No hará falta que Planeta compre los derechos de determinados autores, los van a vender desde donde sea. Esto va a afectar al tema de las culturas grandes y pequeñas, por una cuestión de potencia económica. El inglés no es la lengua más hablada, pero va a tener más presencia que el español en un mundo editorial configurado de esa manera”, avanza el filólogo.
La posibilidad de traducir cualquier texto a golpe de clic, ¿implicará que se dejen de estudiar otras lenguas? “Si no es preciso aprender lenguas extranjeras porque nuestros dispositivos serán capaces de verter todos los discursos, orales y escritos, a nuestra lengua, no se perderá la conciencia de la diversidad pero esto será más que nunca alteridad, algo ajeno y que ni nos inquieta ni nos preocupa ni, apurando el argumento, nos interesa”, reflexiona Ruiz Casanova en el ensayo sobre otra de las derivadas del desarrollo de la tecnología. “'Oiremos' hablar otras lenguas y 'veremos' escritas sus palabras, un segundo antes de que la IA nos devuelva la imagen y el sonido familiares, propio”, apunta sobre el posible escenario futuro.