Latinoamérica oscura: los terrores cotidianos impregnan la novela
“Soy una escritora de cuentos breves, así que también voy a ser breve en lo que diga”. Con estas palabras y ante el público de Nueva York, la escritora argentina Samantha Schweblin agradecía el pasado miércoles haber sido una de las ganadoras del National Book Award, uno de los premios literarios más prestigiosos de Estados Unidos. Un galardón que comparte en la categoría de literatura traducida con Megan McDowell, quien ha sido la encargada de trasladar al inglés la colección de cuentos Siete casas vacías, publicada en España por la editorial Páginas de Espuma.
Es el tercer premio con el que la autora se alza este año, convirtiéndose además en la primera autora argentina en ganar el National Book Award desde que Julio Cortázar lo hiciera con Rayuela en 1967. Pero Schweblin no fue la única autora latinoamericana nominada: en la misma categoría quedó finalista la ecuatoriana Mónica Ojeda con la novela Mandíbula. Aunque el estilo de Schweblin y Ojeda difiera, Siete casas y Mandíbula tienen mucho en común; ambas son obras que crean atmósferas insólitas donde el terror coquetea con lo sobrenatural, pero también forma parte de la cotidianidad inquietante y violenta de sus personajes.
El miedo es geográfico
Schweblin y Ojeda son dos nombres más conocidos dentro de una serie de autoras latinoamericanas que trabajan lo que Alejandra Amatto, investigadora en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y coordinadora del Seminario de Literatura Fantástica en la misma institución, denomina como literaturas de irrealidad o de lo insólito. Mariana Enríquez, Liliana Colanzi, María Fernanda Ampuero, Giovanna Rivero, Cecilia Eudave o Fernanda Trías son también nombres imprescindibles a la hora de pensar en autoras de América Latina que conjugan éxito entre crítica y público, y cuyos intereses comprenden “el terror, lo fantástico y la ficción especulativa”.
El verdadero terror cotidiano
“Desde 2016 ha aumentado el interés no solo del público lector, sino también de las editoriales por publicar y difundir las obras de varias escritoras latinoamericanas”, explica a elDiario.es Alejandra Amatto. Para la académica, “en las dos primeras décadas del siglo XXI ha habido una reformulación de los géneros de irrealidad que ponen sobre la mesa cuáles son los verdaderos terrores cotidianos de nuestra experiencia como mujeres latinoamericanas”.
No se trata de reducir a autoras de diferentes latitudes y particularidades a una sola generación o a un fenómeno editorial, pero Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) coincide con Amatto y otras autoras entrevistadas por elDiario.es en cuanto a una mayor recepción de la literatura “que trabaja con el miedo” en los últimos años. “Yo creo que tiene que ver con que estamos en un mundo cada vez más temible y lo estamos pensando desde nuevos lugares, como el terror racial o el miedo a través de la violencia de género”, afirma por teléfono. Para Ojeda, la particularidad de las autoras latinoamericanas pasa por “pensar el miedo a través de la geografía; como nuestra geografía siempre ha sido vista desde el norte global como un lugar periférico y marginal, estamos aportando algo nuevo a lectores que antes no se habían acercado a esto. ”El miedo es geográfico, histórico y social, por eso en cada sitio la escritura del miedo da como resultado una filosofía del miedo distinta“, recalca.
En las dos primeras décadas del siglo XXI ha habido una reformulación de los géneros de irrealidad que ponen sobre la mesa cuáles son los verdaderos terrores cotidianos de nuestra experiencia como mujeres latinoamericanas
Ese componente geográfico del miedo toma forma precisamente en los diferentes intereses temáticos: Enríquez escribe sobre terrorismos de Estado asociados a las dictaduras del Cono Sur, Colanzi trata el extractivismo y los desplazamientos territoriales que sufren muchos grupos indígenas en países como Bolivia, y creadoras como Ojeda o Ampuero se vuelcan hacia violencias patriarcales en un contexto más íntimo y familiar, pero también ligado a la realidad de Ecuador. “No es solo una perspectiva temática, también estructural, que puede ser vista desde el contexto del género y de la geografía latinoamericana pero que también conecta con lo universal: autoras como Enríquez han sido traducidas a más de 50 lenguas”, opina Amatto.
Ojeda también señala que muchas de sus contemporáneas “trabajan con el miedo y el terror pero no necesariamente desde el género”. Con esta afirmación coincide Amatto, para quien un rasgo común de las autoras latinoamericanas vinculadas a las literaturas de irrealidad es el conocimiento de los mecanismos del terror sin la necesidad de acatar parámetros clásicos del género, además de la influencia de tradiciones estéticas nacionales o regionales —la literatura fantástica argentina, el gótico andino o la literatura ‘rara’ de Uruguay— entendidas desde la imbricación temática y estilística.
“Estas autoras no trabajan desde la pureza de los géneros, y desde la crítica siempre es complejo no homogeneizar; por ejemplo, en el caso de Mariana Enríquez podemos pensar en textos fantástico-terroríficos, o en el caso de Lilianza Colanzi se mezclan elementos andinos con ciencia ficcionales”, puntualiza la investigadora de la UNAM.
Hermanadas en las geneaologías y las búsquedas
Elena Garro, Amparo Dávila, Inés Arredondo, Armonía Sommers y Silvina Ocampo son algunas de las autoras latinoamericanas que en el siglo XX trataron el terror, lo fantástico o lo especulativo y que ahora están siendo reivindicadas por nuevas generaciones de escritoras y académicas. “La literatura de género ha sido difícil de catalogar desde sus inicios y ha sido considerada como menor por supuestamente evadir los temas sociales imperantes y los códigos cuando en realidad los interpela desde distintos ángulos, percepciones”, cuenta a elDiario.es Lola Ancira (Querétaro, 1987), una de las autoras que despunta en el panorama latinoamericano con obras como Despojos o El vals de los monstruos. “Celebro mucho todo lo que está ocurriendo en torno a la literatura de género escrita por mujeres, pues durante décadas no fue reconocida ni tomada en cuenta”.
La mexicana Laura Baeza (1988, Campeche), que utiliza Ciudad de México como escenario fantasmagórico en su libro de relatos Una grieta en la noche, cree que el éxito de las autoras latinoamericanas relacionadas con las literaturas de irrealidad “va más allá de una reparación histórica o de un fenómeno editorial, tiene que ver con la calidad; además, celebro que muchas publiquen en editoriales independientes”. “También nos une la migración”, apunta. “Todavía no hay una denominación para quienes escribimos desde Centroamérica hasta la frontera de Estados Unidos, también nos corresponde hablar de Guatemala, de Belice, de la frontera vista desde la distorsión del terror”.
Todavía no hay una denominación para quienes escribimos desde Centroamérica hasta la frontera de Estados Unidos, también nos corresponde hablar de Guatemala, de Belice, de la frontera vista desde la distorsión del terror
“Heredamos una literatura latinoamericana donde el género fantástico fue muy importante y crecimos en una época donde hubo una democratización del cine y la cultura pop ligada a contar historias de terror”, explica María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976), quien en las antologías de relatos Pelea de gallos y Sacrificios humanos aborda la violencia en el seno familiar o los feminicidios con un estilo que puede ser tan gore como poético. “El terror es un mecanismo que he estudiado desde pequeña, desde tiempos inmemoriales hay una preocupación social que no tiene que ver con posesiones satánicas, sino con lo que nos pasa en la vida real, yo uso esa maquinaria que conozco bien para hablar de nuestros tiempos”.
Según Ojeda, no se trata de utilizar la escritura para hablar de temas sociales porque “para mí, la literatura no es un instrumento, es mi propio fin”, lo que no implica que tanto ella como otras autoras cierren los ojos ante realidades ligadas a América Latina como los feminicidios, las desapariciones y otras violencias que afectan específicamente a las mujeres. “Siento que tengo mucho en común con autoras que trabajan el miedo, la violencia y el daño desde lo tangible. No sé si se puede hablar de una generación, pero sí encuentro nexos de intereses, aunque lo que más me interesa encontrar son las divergencias, lo particular de cada mirada dentro de una colectividad”, opina Ojeda. “Me parece problemático que se invisibilicen los rasgos de ciertas autoras para hacerlas encajar en un marco de discusión”.
Estamos preocupadas, nos parece aterrador la violencia contra las mujeres y las niñas, contra el ecosistema, contra las comunidades indígenas que luchan contra las grandes empresas, y obviamente eso aparece en la literatura
Baeza, en cambio, dice sentirse parte de “una generación que se nutre de otras generaciones”. Antes había publicado la novela Niebla ardiente, una historia con la crisis de los feminicidios en México como punto de partida, pero la antología Una grieta en la noche es su primera obra asociada al terror. En un país donde cada día son asesinadas 10 mujeres, Baeza continúa escribiendo “sobre feminicidios porque es con lo que me despierto cada día, pero necesitaba hacerlo desde una distorsión de la realidad, y esa es la total libertad que me da la literatura de género y el cuento, que para mí es un laboratorio inagotable”.
“Yo siento cercanía con muchas otras autoras latinoamericanas en las búsquedas, pero no en el resultado de la obra, cada una de nosotras tiene un camino, desde las más realistas hasta las que crean una cosmogonía”, asevera María Fernanda Ampuero. Más allá de lo estrictamente literario, se siente hermanada con otras autoras latinoamericanas en la denuncia: “Estamos preocupadas, lo que nos parece aterrador es la violencia contra las mujeres y las niñas, contra el ecosistema, contra las comunidades indígenas que luchan contra las grandes empresas, y obviamente eso aparece en la literatura”.
Autoras a hombros de otras autoras
Si bien hay una serie de escritoras nacidas en los 60, 70 y principios de los 80 totalmente consolidadas entre crítica y público, otras se están abriendo paso mirando precisamente hacia las primeras. Las mexicanas Alicia Mares (1996) y Andrea Chapela (1990) acaban de publicar en España sus antologías de relatos Cocodrilario (Horror Vacui) y Ansibles, perfiladores y máquinas de ingenio (Almadía); Mares trabaja un horror corporal y salvaje que conecta directamente con estilos como el de Ojeda, mientras que Chapela presenta una Ciudad de México apocalíptica e hipertecnológica en varios de sus cuentos.
Aunque mis relatos se localicen en Tlaxcala, Tijuana o Veracruz, yo creo un terror que ocurre en lo íntimo, en las cuatro paredes de una casa, en una comunidad
“Aunque mis relatos se localicen en Tlaxcala, Tijuana o Veracruz, yo creo un terror que ocurre en lo íntimo, en las cuatro paredes de una casa, en una comunidad”, cuenta Mares a elDiario.es, citando entre sus grandes referentes el libro de relatos Las voladoras, de Mónica Ojeda, y a otras escritoras de la región andina como Giovanna Rivero. Mares es parte de una generación que ha conocido a muchos de sus referentes literarios a través de las redes sociales, algo que para Amatto también es clave a la hora de entender el éxito de autoras que dialogan con sus seguidores y comparten referencias “en tiempo real”, una forma de difundir la literatura más allá de círculos académicos o especializados.
Lola Ancira añade nombres como Viridiana Carrillo, Magdalena López y Yesenia Cabrera, “cada una abordando la literatura de género desde perspectivas y estilos muy propios”. “La conexión que siento más sólida con otras escritoras de mi generación es en cuanto a lo ominoso y lo corpóreo: de alguna u otra forma, lo corporal femenino se toca en nuestras obras”, opina. “También la cuestión de las maternidades disidentes. Temas que hasta hace poco se consideraban íntimos e insignificantes, cuando en realidad es lo íntimo lo que transforma a lo público”.
Muchas autoras se alejan de los cánones del Norte global y miran hacia lo que las rodea, se separan de los cánones escritos por hombres y por gente blanca, comienzan a pensar en cómo funciona el propio territorio
Es un hecho: el canon se amplía para dar cabida a otros relatos, latitudes y preocupaciones. Puede que Schweblin quisiera ser breve en su discurso de agradecimiento, pero tanto a ella como a muchas otras autoras latinoamericanas les queda un largo recorrido. “Lo importante es que nos leemos entre nosotras, yo aprendo de las que estuvieron, de las que están, y de las que apenas están llegando”, afirma Laura Baeza. La literatura especulativa y de terror, dice Ojeda, no solo es valiosa por “leer muy bien su tiempo, sino por anticipar el futuro”. “Lo interesante para Latinoamérica en relación con estos géneros es cómo muchas autoras se alejan de los cánones del Norte global y miran hacia dentro, hacia lo que los rodea: separarse de los cánones escritos por hombres y por gente blanca, comenzar a pensar en cómo funciona el propio territorio, la ficción especulativa en un lugar diferente, eso es lo verdaderamente interesante”, concluye.
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