Libros para levantarse y echar a caminar este verano
Las ciudades cambian en verano. O por lo menos las que aún no se han convertido en un inmutable decorado para turistas que no reconoce ni fechas ni estaciones. Las vacaciones vacían algunos barrios y atiborran otros de personas que pasean, pisan e incluso bailan sus aceras. De junio a septiembre las urbes se transforman gracias a que las personas realizan uno de los gestos básicos del ser humano: poner un pie delante del otro, caminar.
La manera originaria de desplazarse, la más barata y la más sana. No la más rápida, pero tiene todas las ventajas mencionadas y una añadida a otro plano de la persona, el mental. Caminar ayuda a desarrollar el pensamiento y muchos autores han reivindicado el andar como un acto intelectual. Y de libertad. “Ninguna riqueza es capaz de comprar el necesario tiempo libre, la libertad y la independencia que constituyen el capital en esta profesión. Llegar a ser caminante requiere un designio directo del Cielo”, declara el naturalista y defensor de los derechos civiles Henry David Thoreau en su ensayo Caminar (1861).
Los flâneurs, exploradores de las ciudades
El estadounidense diferenciaba dicha acción de otra parecida: pasear, que tenía más de vagabundeo (y cierta pérdida de tiempo) y menos de pensamiento. Pero mientras Thoreau pateaba los suelos de Massachusetts, en París otros se dedicaban precisamente a deambular por sus aceras, atentos a lo que sucedía pero con aire indolente.
Eran los flâneurs, hombres decimonónicos que exploraban las calles parisinas absorbiendo todos los secretos de la urbe. Su figura acabó convirtiéndose en un personaje literario y en un objeto de estudio para varias disciplinas como la arquitectura o la fotografía. Charles Baudelaire fue, entre otros, uno de los responsables de ponerlos en el foco de atención al mencionarlos en sus poemas.
La escritora Lauren Elkin recuperó este término aunque en femenino para titular su libro sobre el derecho de las mujeres a pasear por sus ciudades. En Flâneuse (Malpaso, 217) recorre diversas ciudades como Londres, Nueva York, Tokio o, por supuesto, París, de la mano de autoras que se enfrentaron a sus calles antes que ella.
Virginia Woolf, Jean Rhys o Jeanette Winterson son algunas de las creadoras que pasearon por sus aceras y que anotaron cómo sus pasos por la ciudad incidieron en sus vidas. En el ensayo de Elkin también se cuelan sus propias impresiones y vivencias personales, sumándose a la lista de mujeres que ella misma elaboró.
Reivindicación en forma de cómic y ensayo
A medio camino entre el naturalista y Elkin se puede encajar la visión sobre el tema que el japonés Jiro Taniguchi ofrece en su cómic El caminante (Ponent Mon, 2015). El autor apela a la necesidad que tiene el ser humano que vive en una sociedad de trabajo capitalista de echar a andar cuando termina su jornada laboral para airear su mente.
Abrir los ojos a las pequeñas satisfacciones que ofrece la naturaleza y “la vida real” para, sobre todo, dejar de producir. Algo que parece tonto de tan fácil pero que no lo es tanto, teniendo en cuenta que para conseguirlo hay que realizar un ejercicio consciente.
“Caminar se trata de estar afuera, en el espacio público, y el espacio público también se está abandonando y erosionando en las ciudades más antiguas, eclipsado por tecnologías y servicios que no requieren salir de casa, y se ven ensombrecidos por el miedo en muchos lugares (y los lugares extraños son siempre más más aterradores que los conocidos, de modo que cuanto menos se pasea por la ciudad, más alarmante parece, mientras que cuantos menos vagabundos haya, más solitario y peligroso se vuelve realmente)”, se describe en un fragmento del libro Wanderlust. Una historia del caminar (Capitán Swing, 2015), de Rebecca Solnit.
La autora continúa explicando que, “mientras tanto, en muchos sitios nuevos, el espacio público ni siquiera entra en el diseño: lo que una vez fue espacio público está diseñado para acomodar la privacidad de los automóviles; los centros comerciales reemplazan las calles principales; las calles no tienen aceras; a los edificios se ingresa a través de sus garajes; no hay plazas y todo tiene paredes, barras, puertas”.
La escritora, compatriota y heredera del espíritu de rebeldía de Thoreau, ha reunido en su ensayo la historia sobre lo que caminar ha supuesto para el ser humano, centrada en Estados Unidos ya que si no hubiese sido inabarcable, como ella misma cuenta en la introducción.
Recorrer las calles como un acto de rebeldía cotidiana como también lo han sido y son las protestas en “formato” caminata como fueron en España la “marcha negra” de los mineros de Asturias y León en 2012, o las de los jubilados en defensa pensiones dignas de este mismo año.
La versión española
Antonio Muñoz Molina también se bajó a la calle a modo de flâneur contemporáneo para componer su libro Un andar solitario entre la gente (Seix Barral, 2018). Una novela que más bien es un experimento literario y que recoge lo que el escritor fue observando en las calles de la ciudad, los carteles que fue leyendo o las conversaciones que fue escuchando durante sus trayectos, que podrían ir etiquetadas con los hashtags #oídoenlacalle, #oídoenelbar, etcétera que tanto se usan ahora en las redes sociales.
“Salgo a la calle recién anochecido. Es el oscurecer tardío de la primera noche del verano. Oigo el rumor de bosque de los árboles y la hiedra en los jardines del barrio. Oigo voces de gente invisible que cena al aire libre al otro lado de tapias coronadas por enredaderas o celindas, separadas de la calle por filas de arizónicas”, escribe.
Aquellos y aquellas que necesiten más estímulos escritos para levantarse y salir de casa pueden consultar el libro Andar, una filosofía (Taurus, 2014) de Frédéric Gros, profesor de Filosofía en la Universidad de París-XII. Sus páginas son un mapa que explica los recorridos de autores como el mencionado y obligatorio Thoreau, Kant o Rimbaud que aparecen en el libro por haber sido defensores de las ventajas de caminar como acto de libertad y entrenamiento intelectual.
En 1995, Mathieu Kassovitz afirmó en su película La Haine que “esos que dejan de andar en las escaleras mecánicas son los que se dejan llevar por el sistema”. Si hubiese vivido en esa época, seguramente Thoreau le hubiese aplaudido en el cine y después se habría ido a casa caminando para reflexionar sobre ello. Paso a paso.