Libros como semillas de libertad en los campamentos de refugiados saharauis
“Lo más importante es que abran puertas a otros mundos”. Palma Aparicio define así el motor de Bubisher, la red de bibliotecas y bibliobuses que amplía nuevos horizontes en los campamentos de refugiados saharauis a través de libros y actividades culturales. El proyecto que coordina nació en el Colegio San Narciso de Marín (Pontevedra) y tomó el nombre de un pequeño pájaro del desierto que trae buena suerte. Su alumnado propuso hacer llegar a las escuelas del Sáhara libros de lectura y, tras explicarles las dificultades que implicaría su traslado a la zona, uno de ellos propuso: “¿Y por qué no transportar un bibliobús?”.
Así se sembró la semilla y, junto a un grupo de escritores, maestros, bibliotecarios y cuentacuentos, se pusieron manos a la obra para llevar a cabo la idea. El 22 de noviembre de 2008, el primer bibliobús partió desde el madrileño parque de El Retiro a la citada zona. Alcanzado 2023, están a punto de abrir su quinta biblioteca en el campamento de Aaiún, que se llamará Pilar Bardem en homenaje a la actriz por su férrea defensa de la causa saharaui.
Entre los poetas con los que se pusieron en contacto estuvo Liman Boisha, actual presidente de la asociación Escritores por el Sáhara–Bubisher que se formó para apoyar la puesta en marcha del proyecto. El escritor Gonzalo Moure es el vicepresidente de la organización, cuyos principales objetivos son apoyar la expansión cultural entre la población saharaui, crear puestos de trabajo en los campamentos y potenciar el uso del español como segunda lengua.
“El principio básico no es enseñar, es invitar a leer”, es la primera regla del decálogo de su filosofía que recogen en su página web. Le sigue defender que “la posibilidad de acercarse a un libro es un derecho” y que cada ejemplar que puedan leer “borrará un pedazo de esa línea imaginaria, llamada frontera, que separa a los pueblos a pesar de sí mismos”.
Boisha recuerda a este periódico que, con la llegada del primer bibliobús, tuvieron que explicar en qué consistían. Sí que habían recibido el apoyo de caravanas solidarias con “alimentos, ropa o medicinas”, pero no con textos. “La sociedad saharaui es oral”, señala Aparicio. “Los libros siempre se han visto como una cosa sagrada. Primero porque no había y porque la lectura se ha visto siempre como algo muy mágico”, suma el poeta.
“Antes de 2008 ni soñaban con una biblioteca”, comenta, “por lo que al ver el bibliobús, mucha gente cogió los libros y se fueron corriendo a su casa”. “No tenían el concepto de lo que es un préstamo. Hubo monitores que tuvieron que recorrer las jaimas preguntando para que se devolvieran los ejemplares”, apunta. Aquel entusiasmo puso en evidencia la “necesidad de hacer una biblioteca”. “El pájaro necesitaba tener su nido”, explica haciendo referencia a la metáfora. Y se lo dieron.
La cultura como ventana y oficio
Eso sí, su labor no se ha limitado a proveer de volúmenes, sino que las bibliotecas se han convertido en, como las define su coordinadora, “vergeles”. “No solo hacemos actividades relacionadas con la lectura”, comenta enumerando las charlas, conferencias, cursos y talleres que desarrollan. Independientemente de saber que empezaron “de forma muy modesta”, el presidente de la asociación expone que siempre tuvieron claro que buscaban que el proyecto tuviera “continuidad”. Para ello, considera como “punto importante” para que esté funcionando que, además de formar, se remunere a los trabajadores.
“Mucha gente no sabe que, hasta hace poco, en los campamentos de refugiados saharauis no se pagaba a los funcionarios. Todo el mundo trabajaba de manera voluntaria. Vivíamos de la ayuda humanitaria y seguimos haciéndolo... Aunque ya no da para vivir. Fue hace entre 15 y 20 años cuando las autoridades saharauis empezaron a pagar cada dos meses a maestros, profesores, enfermeras, médicos... En Bubisher se ha remunerado desde el primer momento a los trabajadores”, explica. Situación que ha servido de sostén del proyecto y, según indica el poeta, para “dignificar la cultura”.
“La concepción de los refugiados árabes era que solo había un tipo de trabajo que generan dinero: ser comerciantes. Pero ahora están descubriendo que una bibliotecaria o bibliotecario pueden vivir dignamente trabajando en una biblioteca. Además de repercutir en la economía del pueblo, da ejemplo de que la cultura también aporta mucho a la sociedad, tanto a nivel colectivo como individual”, reivindica. Y con todo ello, ayudar a que la red de bibliotecas no sea percibida como algo ajeno, sino que “se haya logrado enraizar” dentro de los campamentos.
Eso sí, para persistir más allá de donaciones, lo que más necesitan son socios. Su presidente sostiene que su apoyo es vital “para mantener la estructura que permita que el proyecto siga siendo fuerte y potente”. Como indican en su decálogo económico, publicado en su web, los fondos obtenidos se dedican a “tareas relacionadas con la construcción de edificios, el pago del personal, el mantenimiento de los vehículos en los campamentos y, cuando sea necesario, la compra de libros tanto en España como en países árabes”. En su octavo punto, recogen que no admiten la “donación indiscriminada de material escolar o libros”, ya que afirman que “se lleva lo que allí se necesita, no lo que aquí sobra”. De hecho, existe una comisión de bibliotecarias y maestras que es quien decide lo necesario en cada curso.
Bibliotecas como puntos neurálgicos
Una de las últimas charlas la impartieron en el campamento de Dajla un médico saharaui junto a una cooperante “sobre el problema que tienen las chicas con las cremas blanqueadoras”. “Quieren estar blancas todo el tiempo”, describe Aparicio, que advierte sobre la peligrosidad de los “corticoides” que contienen y su respectiva toxicidad. De ahí a que apostaran por abordar esta cuestión para evitar el uso de estos productos nocivos. “En el campamento de Smara acaban de dar un curso para maestros de infantil de guarderías”, expone, “se abordan temas muchos temas de salud y medioambiente”.
Los espacios, por lo tanto, se han acabado convirtiendo en centros culturales en los que también desarrollan cinefórum para niños y cuentan con su propia editorial, que utilizan como fuente de financiación y para dar visibilidad tanto a autores árabes como al trabajo que realizan en el proyecto. Ritos de Jaima (Liman Boisha), La Zancada del Deyar (Gonzalo Moure) y Arena y agua son algunos de sus títulos. El último fue escrito de forma conjunta por el alumnado de 6º de primaria del Colegio Nuestra Señora de la Paloma de Madrid, el equipo de fútbol Wad Sallam del campamento de Smara y Mónica Rodríguez.
Además, participan en el Festival de Teatro Escolar Sáhara-España (FETESA), un proyecto de la compañía La Monda Lironda que desde 2013 desarrolla un intercambio cultural a través de los centros escolares de los campamentos de refugiados saharauis y de la Comunidad Valenciana. En él participan niños de ambos países que intercambian vídeos y cartas; y realizan actividades paralelas que culminan en la creación de obras.
A través de estas iniciativas, buscan “introducirles en mundos que ellos desconocen. Hay niños que no conocen nada más que el campamento”. De ahí a la puesta en valor de “abrirles el mundo a través de la cultura”. Aparicio, que mantiene contacto diario con los trabajadores, reflexiona sobre lo sucedido en una sesión de la semana pasada, en la que hablaron sobre las emociones: “Al enseñar el significado en español de palabras como miedo, angustia o ansiedad, les estás enseñando a expresarse”. “Intentamos que, dentro de las posibilidades, tengan una formación parecida a la de los niños de aquí”. La obra de Pablo Picasso y mujeres importantes en la historia han sido del mismo modo protagonistas de actividades recientes.
La coordinadora advierte que el principal problema al que se están enfrentando a la hora de ayudar a esta población es que los refugiados saharauis “son ahora mismo los grandes olvidados”. “Hay muchos conflictos en el mundo y muchos problemas con la ayuda humanitaria porque tiene que llegar a muchas partes, y allí cada vez llega menos. Siguen luchando por su causa pero están agotados”, reconoce. En este contexto, la cultura se erige como un halo de luz y esperanza. Como indica el último punto del decálogo de su filosofía: “El Bubisher siembra en el desierto las semillas de libertad que nacen en los libros. Puede que tarden en dar frutos, pero los darán”.
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