El legado de Lope de Vega, un genio que continúa de actualidad 400 años después
Tal vez sea Lope Félix de Vega Carpio (Madrid 1562-1635) uno de los escritores españoles más castigados por los tópicos. Unos que han reducido, en ocasiones, su colosal figura a unos cuantos lugares comunes. Mujeriego, frívolo y pendenciero, en su juventud; ordenado sacerdote en su madurez; y siempre genial, dotado de un increíble talento natural para “escribir comedias en horas 24”, como afirmaba el propio Lope.
Pero más allá de esa visión superficial, proyectada por los libros de texto del Bachillerato o por los medios de comunicación, la larga e intensa vida del escritor responde “a un perfil muy complejo, contradictorio en ocasiones y marcado por una obsesiva y absorbente capacidad de trabajo que lo llevaba a escribir compulsivamente mientras comía, en la cama o durante sus paseos”.
La anterior definición corresponde a Antonio Sánchez Jiménez, profesor de Literatura Española en la Universidad suiza de Neuchatel y autor de Lope. El verso y la vida (Cátedra), una biografía rigurosa pero que aspira a llegar no sólo a un lector especializado, sino también a los aficionados a la literatura. Esta novedad editorial coincide con una exposición en la Biblioteca Nacional sobre Lope y el Siglo de Oro y con la puesta en escena por la Compañía Nacional de Teatro Clásico de El castigo sin venganza, una de las obras cumbre de la madurez del escritor en una suerte de redescubrimiento del llamado fénix de los ingenios.
Tras admitir la escasez de biografías narrativas y con voluntad divulgativa sobre Lope, el profesor Sánchez Jiménez (Toledo, 1974) señala que existe una amplísima documentación sobre la trayectoria del poeta y dramaturgo que permite reconstruir su vida casi día a día. “Para ello resulta fundamental -comenta el biógrafo en una entrevista con eldiario.es- su epistolario, la multitud de cartas que se conservan de la correspondencia de Lope. De hecho, esta circunstancia nos lleva a rebatir que Lope tuviera negros a su disposición, es decir, discípulos que escribieran para él”.
El docente continúa diciendo que “contamos con muchas pruebas de grafomanía”, ya que Lope solía llevar los bolsillos llenos de papeles en los que escribía en varias direcciones. “Hay que considerar que estuvo marcado desde niño por una cultura del esfuerzo aprendida en su familia y que complementó su asombroso genio. En definitiva, Lope de Vega era obsesivo con su trabajo”, asegura. Por ello, algunas cartas, manuscritos y documentación pueden ahora verse en la exposición Lope y el teatro del Siglo de Oro, que permanecerá abierta en la Biblioteca Nacional hasta el 17 de marzo.
Aclamado por la aristocracia y los mendigos
Prolífico y rápido como pocos dramaturgos, era requerido con insistencia por empresarios teatrales del Madrid de la época para que se afanara en sus exitosas comedias. Aclamado por el público teatral, tanto en la Corte como en las corralas, igual entre la aristocracia que entre los mendigos, el autor de Fuenteovejuna conoció el triunfo, la fama y la riqueza.
Hasta tal punto era reconocido su talento y su ingenio para el teatro que la frase “es de Lope” se pronunciaba en los años del Siglo de Oro como sinónimo de calidad. “Sin duda alguna -afirma Sánchez Jiménez- es el primer escritor de masas y profesional de la literatura española. El teatro comercial de finales del XVI y del XVII no puede entenderse sin Lope y viceversa. En realidad, autores contemporáneos pero más jóvenes, como Calderón de la Barca, no hubieran surgido sin el antecedente de Lope”.
Con 15 hijos documentados, dos matrimonios e innumerables amantes, Lope de Vega llegó a decir de sí mismo que su mayor defecto era el amor. Sus años de juventud estuvieron marcados por una agitada vida amorosa que le deparó grandes placeres, pero también notables disgustos en forma de cárceles, destierros y castigos. En cualquier caso, su vida se convirtió siempre en una inestimable fuente de inspiración para una obra inmensa, brillante y variada, como muestra Lope. El verso y la vida, un libro que intercala numerosos fragmentos de sus piezas o poesías al hilo de sus peripecias vitales.
Sin embargo, a modo de una contradicción que Lope nunca resolvió, su pasión por las mujeres convivió con un profundo sentimiento religioso que le condujo a ordenarse sacerdote en 1614, a los 52 años y tras la muerte de su segunda mujer, Juana Guardo. Ahora bien, su nuevo estado religioso no le impidió seguir manteniendo relaciones con amantes hasta llegar a Marta de Nevares, uno de sus grandes amores, que falleció poco antes que el escritor.
Alegre y jovial, seductor empedernido, a Lope de Vega el éxito le sonrió desde joven y sus estrenos se contaban por triunfos en una interminable lista que incluye títulos como Los locos de Valencia, La Arcadia, El caballero de Olmedo, El perro del hortelano, La dama boba, Fuenteovejuna o La noche toledana que se han representado, una y otra vez, hasta nuestros días en una clara prueba del carácter universal de su obra.
Sin ir más lejos, la Compañía Nacional de Teatro Clásico representa ahora en Madrid, hasta el 9 de febrero y bajo la dirección de Helena Pimenta, El castigo sin venganza, obra escrita por Lope en sus últimos años y que aborda sus grandes temas. Es decir, las relaciones con el poder, la justicia, el sentido del honor, la fuerza del amor y del deseo...
Pero a pesar de su condición de triunfador, el dramaturgo fue en el fondo “un hombre inseguro, celoso en el amor y en su profesión, y alguien que no soportaba las críticas”, a juicio de su biógrafo. Para Sánchez Jiménez, “Lope tenía una doble personalidad, ya que por un lado era una persona muy abierta y sociable, pero por otro gustaba de la soledad y de la introspección en un carácter un tanto atormentado”.
Nacido en una familia de clase media, ya que su padre fue un artesano bordador de cierto renombre en Madrid, el escritor tuvo siempre ansias de ascenso social y aspiró en vano a puestos en la Corte como el de cronista real. Pero la muy rígida estructura social de la España de los Austrias (los 72 años de la vida de Lope transcurrieron entre los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV) impedía que un plebeyo escalara en la pirámide de poder más allá de ciertos límites.
“En aquella época -explica Sánchez Jiménez- las personas o eran nobles o plebeyas. No había términos medios ni clases sociales ambiguas y es bien cierto que Lope se sintió frustrado a pesar de su fama y su buena posición. De hecho, en algunas piezas como Peribañez y el comendador de Ocaña critica estos usos sociales”. Siempre gozó, pues, del favor del público y excepcional ejemplo de este reconocimiento fueron sus honras fúnebres en el centro de Madrid en 1635, uno de los acontecimientos más multitudinarios del reinado de Felipe IV.
Por el cronista Juan Pérez de Montalbán sabemos que “las calles estaban tan pobladas de gente, que casi se embarazaba el paso al entierro, sin haber balcón ocioso, ventana desocupada ni coche vacío”. Más de cuatro siglos después los aficionados a la literatura siguen leyendo a Lope, visitando exposiciones sobre su figura o asistiendo a representaciones de sus obras. El genio, pues, está vivo y no ha pasado de moda.