Permítanme exagerar y decir que hubo un tiempo en que en Chile la poesía se vivía con el fanatismo que aquí el Barça y el Madrid. Con las salvedades pertinentes de alfabetización, volumen y presupuesto, la fanaticada local se dividía entre tres grandes poetas: Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Pablo de Rokha. Peleas feroces y mordaces entre estas tres bestias de la literatura corrieron por tertulias, poemarios, libros, cartas y periódicos, escribiéndose así un bellísimo capítulo de la historia chilena que la periodista Faride Zerán tituló La Guerrilla Literaria: De Rokha, Huidobro, Neruda (Editorial Sudamericana, 1997).
En esa escena, que se extendió desde la década del 30 hasta el golpe militar en 1973, participó el hoy celebrado poeta Nicanor Parra, hijo mayor de una familia campesina con inclinaciones artísticas, y hermano de Violeta Parra, un genero artístico en sí mismo. Físico y matemático de profesión, formado entre Chile, Estados Unidos y el Reino Unido, Nicanor Parra contribuyó en 1954 a la agitación poética local al publicar Poemas y Antipoemas: “Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa”.
El trío Quebrantahuesos
Con aquel libro, Parra rompió con fuerza telúrica con la tradición poética hispanoamericana implantando la antipoesía, una narración irónica, vivaz, que libera a la poesía de toda solemnidad, devolviéndola a su origen popular sin escapar del humor o del dolor. Como era de esperarse, en ese momento no todo el mundo lo entendió. Muchos bramaron que aquello sencillamente NO-ERA-POESÍA, algo similar a la reacción que se pudo leer en blogs y comentarios en webs españolas cuando en 2011 se le concedió el Premio Cervantes.
Lo explicó el escritor Alejandro Zambra: “Lo que entiende por poesía un español es algo muy distinto de lo que nosotros entendemos por poesía, especialmente en Chile, Argentina y Perú. (Los españoles) No entienden la antipoesía”. “Sobre todo, el mundo de las grandes editoriales”, agrega el escritor Leonardo Sanhueza, que está dominado por “lo que llaman la poesía de la experiencia; que es un poco como Benedetti pero con una estructura más compleja”.
No todo era escribir. En la primavera de 1952, Parra prepara los “Quebrantahuesos” junto a Alejandro Jodorowsky, Enrique Lihn y Jorge Berti, un mecánico de coches con predisposición a la travesura. Se trataba de unos delirantes collages “periodísticos” que pegaban en muros claves de la capital: “Alza del pan provoca otra alza del pan” o “Profesor universitario afirma que es absurdo pensar”. A día de hoy, son considerados como el antecedente del arte conceptual y el happening en Chile.
“El periódico mural se exhibía en plena calle Ahumada -contaba después Lihn- en una vitrina ad hoc, y un policía de turno en ese lugar fue objeto de la hilaridad del público que se arremolinaba frente al Quebrantahuesos, el cual en una ocasión traía este escueto parte: 'Carabinero se tragó una lapicera¡. El policía se llevó a Berti, a quien sorprendió in fraganti en el acto de abrir la vitrina, a la Comisaría. Eran otros tiempos: el oficial de guardia se murió de la risa leyendo el cuerpo del delito, y desde esa Comisaría nos llegaron colaboraciones.”
“La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”
“La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas” A lo largo de las siguientes dos décadas, Parra continúa publicando, su obra gana fuerza y se le concede el premio Nacional de Literatura. Con los iracundos ánimos políticos que se vivían en Chile hacia fines de los 60, una foto de Parra tomando el té con la mujer de Nixon enciende en la izquierda chilena las ansias caníbales del linchamiento y pese a todas sus defensas (se paseó por el patio de la universidad sosteniendo el cartel “Doy explicaciones”) le hicieron la vida imposible. Aún así publica Artefactos (1972), su obra visual que fue expuesta en Madrid en 2001.
Con el golpe militar y la cultura de la obviedad, Parra es y está incómodo. En 1977, la carpa donde se montaba Hojas de Parra, una obra basada en sus poemas, fue quemada como una clara señal desde el mando militar. A pesar de los peligrosos tiempos que corrían, la respuesta de Parra montó una lectura de algunos versos de sus poemas de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977), la figura de un loco. “Necesitaba una máscara por razones de supervivencia personal, a través de la cual decir algo”, explicaba más adelante en una entrevista.
El evento contraviene la prohibición de las reuniones en público y otras tantas menos explícitas. El espacio reúne a un público nervioso que no sabe con qué se encontrará. Un actor sale a escena: “Y ahora con ustedes: Nuestro Señor Jesucristo en persona, que después de 1977 años de religioso silencio ha accedido gentilmente a concurrir a nuestro programa gigante de Semana Santa para hacer las delicias de grandes y chicos con sus ocurrencias sabias y oportunas. Nuestro Señor Jesucristo no necesita presentación es conocido en el mundo entero baste recordar su gloriosa muerte en la cruz seguida de una resurrección no menos espectacular. ¡Un aplauso para Nuestro Señor Jesucristo!”.
Parra aparece vestido de negro solemne mientras el público ríe nervioso y comienza: “Que levanten la mano los valientes. A que nadie se atreve a tomar una copa de agua bendita. A que nadie es capaz de comulgar sin previa confesión. A que nadie se atreve a fumarse un cigarro de rodillas. ¡Gallinas cluecas, gallinas cluecas! A que nadie es capaz de arrancarle una hoja a la biblia, ya que el papel higiénico se acabó. A ver a ver, a que nadie se atreve a escupir la bandera chilena. Primero tendría que escupir mi cadáver. Apuesto mi cabeza a que nadie se ríe como yo cuando los filisteos lo torturan!”.
Imágenes de esa intervención se pueden ver en el magnífico documental Cachureo, de Guillermo Cahn, quien consiguió, sin duda alguna, uno de los registros más significativos del poeta que rehuye de las entrevistas.
Fue en los ochenta, siendo ya un poeta reconocido por todo el mundo, cuando vuelve desde ese largo exilio social. La admiración pública de Roberto Bolaño hacia Parra le dio un nuevo empujón. Cuando recibe el Cervantes, ni el rey Juan Carlos ni el premiado atienden la ceremonia, pero entre los invitados había una mujer que venía desde Estados Unidos para estar presente en nombre de todos sus amigos poetas fallecidos que estarían orgullosos de su amigo: se trata de Patti Smith, que descubrió a Nicanor cuando su amigo Allen Ginsberg tradujo Poems and antipoems (1967) junto a William Carlos Williams, Lawrence Ferlinghetti y Thomas Merton.