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Entrevista

“Cada vez que lo pasas mal, ahí hay una novela, posiblemente, una comedia”

John Tones

Lorenzo es uno de los secretos mejor guardados de nuestra cultura popular, aunque quizás a su pesar. Dueño de dos largometrajes rabiosamente inclasificables, lleva un tiempo centrando su actividad creativa en la literatura. Debutó en la editorial Los Libros Mondo Brutto con Los millones, a los que siguieron, en Blackie Books, Los huerfanitos y el reciente Las ganas, la historia de un apocado químico madrileño que se muere de ganas de acostarse con alguna mujer, después de unos cuantos años en dique seco.

Conocerá a una chica encantadora con la que no puede culminar a causa de un desafortunado parecido  casual, y su aventura se complicará entre culebrones industriales, despechos por compromiso y muchas, muchas ganas en términos generales. Su estilo, heredero de lo mejor de Azcona y Berlanga, entronca con nuestra tradición cómica de la generación del 27: despiadada pero también tierna, observadora, irónica y desencantada con una sociedad estúpida y donde no hay espacio ajeno a la vulgaridad y la mezquindad.

Hablamos con Santiago Lorenzo y le pedimos que nos vaya hablando de toda su obra, un catálogo de libros y películas que mantiene una coherencia envidiable y que hay que entender como un todo. Empezamos, cómo no, por Manualidades (1991), de todos los cortos que produjo en el seno de El Lápiz de la Factoría -junto a otros como Bru, Es asunto mío, Tiberiades o Café del Norte- es el que obtiene una recepción más positiva: entre otros reconocimientos, una estrafalaria nominación al Goya al Mejor Documental, ya que se trata de un falso documental sobre un grupo de niños que montan un equipo de rodaje con material escolar.

Aunque hubo precedentes: “Las cosas que me hubiera dado vergüenza enseñar las hice en teatro, antes de los cortos. Como era teatro, todo aquello se lo llevó el viento. Gran ventaja”. En cuanto a Manualidades, encontramos ya rasgos muy claros, estéticos y temáticos, que luego Lorenzo repetirá, aunque el autor es reticente a plantar sus raíces creativas en referentes concretos: “Yo debo de tener un problema psicotécnico. Un problema patoneuronal (tener las neuronas de un pato), porque no me acuerdo nunca de qué iban los libros y filmes que leo y veo. Esto afecta también a los míos”.

 

Un poco más adelante produjo Caracol, col, col (1995) dirigido por Pablo Llorens y ganador de un Goya al Mejor Corto de Animación. Su estética de plastilina y animación fotograma a fotograma no suaviza un trasfondo negro y salvaje que ya estaba presente en Manualidades y que irá reapareciendo ocasionalmente en su obra: “Lo macabro, el humor negro, lo morboso me interesa mucho. Pero con plastilina (como en Caracol, col, col) o con niños (como en Manualidades). Con lo cual es todavía más macabro, más negro, más morboso. El mérito gordo, no obstante, fue de Pablo Llorens, su director, que ese sí que es un campeón”.

El genio incomprendido de 'Mamá es boba'

Mamá es boba (1999) fue su primera película, una oscurísima comedia negra acerca de cómo un matrimonio de infelices se convierten en el hazmerreír de todos los que le rodean para amargura del hijo de ambos, un niño mucho más espabilado que sus propios padres. Amarga y tenebrosa, ninguneada en su día (“dijeron en un diario, tras el estreno, que yo era idiota de baba”), durante años ha sido imposible verla, y debido a su limitadísima distribución en DVD, aún es complicado hacerlo por vías legales.

Si nuestro cine tuviera de eso, estaríamos ante un indiscutible clásico de culto, aunque al propio Lorenzo no le gusta demasiado el término: “Sabía que Mamá es boba tenía que ser como finalmente quedó, dijeran lo que dijeran. En efecto, ve mucha más gente ahora la película que cuando se estrenó. Mil gracias a todos”.

La segunda y última película de Lorenzo hasta la fecha es Un buen día lo tiene cualquiera (2007), que se convirtió por interferencias de los productores y un rodaje y postproducción infernales en un auténtico suplicio para el autor: “Hay algunos productores que no van a ver en su vida ni la mitad del dinero que les cobraría por ir a una de sus comidas de trabajo”. Un buen día lo tiene cualquiera lanza también unas increíbles cargas de profundidad con un armazón aparentemente liviano: cuenta cómo un treintañero se queda sin dinero y decide aprovecharse de un Plan Social del Ayuntamiento de Madrid a través del que ganaría algo de dinero si hace compañía a un anciano solitario que se revela como un auténtico tsunami emocional.

Lorenzo tiene buen recuerdo del mundo del cine, pero la mala experiencia con la industria le disuadió, quizás definitivamente, de volver a rodar: “Añoro un quintal a los actores y a las actrices. Pero me siento más cineasta cuando escribo estas novelas que cuando dirigía películas”.

La primera novela: 'Los Millones'

De hecho, su primera novela nace como una película que nadie quería producir acerca de un terrorista que no puede cobrar una Primitiva premiada porque no tiene documentación. “Iba a ser una película, pero nadie la quiso. Lo que se tuvieron que reír en los despachos con un tío que quería hacer una película con un protagonista del GRAPO. Pero siempre tuve la impresión de que no me iba a quedar sin contarla, aunque fuera cambiando celuloide por páginas”.

Con la edición modestísima de Los Libros de Mondo Brutto en 2010, creada para la ocasión, esta primera novela de Santiago Lorenzo siguió asentando sus rasgos autorales: humor tierno, protagonistas con deficiencia de cariño y habilidades sociales amputadas por las circunstancias.

A Los millones le siguió Los huerfanitos en 2012, una segunda novela que, como Manualidades, analizaba la trastienda del proceso creativo, que siempre ha fascinado a Lorenzo: “Yo producía mis cortos (y produje Mamá es boba). Era fantástico, siempre eran mejores las cosas que pasaban haciéndolas que la historia que contaban. Había una frase: 'La producción es tan creativa que es hasta artística'.

Yo veía a la gente que trabajaba conmigo y me emocionaba. Me venían a la cabeza mil películas gloriosas sobre un escuadrón perdido en la selva de Birmania, o queriendo cavar un túnel para pirarse. Me sentía monumentalmente bien metido en mil líos inextricables, como si estuviera dentro de películas de grupos humanos rebasados por los jaleos. Cada vez que lo pasas mal, ahí hay una novela. Posiblemente, una comedia“.

Comedia es, desde luego, Los huerfanitos, donde tres hermanos tienen que conseguir estrenar una obra de teatro para obtener una subvención pese a no tener ni la más remota idea de producción teatral.

Por fin, 'Las ganas'

La última novela de Santiago Lorenzo, recién publicada también por Blackie Books, es Las ganas. Se trata de toda una continuación de lo explorado en sus anteriores libros, empezando por lo estilístico. Lorenzo sigue explorando en el lenguaje, inventando palabras según su necesidad. “Es que ya soy un viejo. Había alguna palabra que hacía falta inventar: 'tremedal' (ir por la calle muerto de ganas de follar con los semejantes con los que uno se cruza). O 'confesanta' (confesar algo que se es incapaz de revelar)”.

Ese inventar vocablos es un añadido más de uno de los grandes logros de los libros de Lorenzo: la investigación, casi sistemática y científica, de las formas que tiene la gente de hablar y expresarse: “Queda mucho por investigar en la transcripción del habla de la gente -en ciudades diferentes- a los libros. Y que quede por muchos años, porque andar trasteando en ello es un placer de dioses”.

Lo que no ha cambiado con Las ganas es la obsesión de Lorenzo de retratar a los perdedores, gente con pocas posibilidades de triunfar que, pese a todo, sigue intentándolo para fracasar estrepitosa y sistemáticamente. “Te juro que me limito a hablar de gente a la que conozco”, nos cuenta Lorenzo. “Por suerte, conozco a gente excelente. Todos, con su dosis de inadaptación. La vida de los adaptados ya la cuenta cierta tele y cierta radio en sus secciones de Política y Sociedad. Uno va buscando su nicho temático”.

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