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Entrevista Cantante en Los Chikos del Maíz

Toni Mejías: “Los hombres tienen problemas para hablar de salud mental por miedo a mostrarse vulnerables”

Francesc Miró

2 de junio de 2021 22:40 h

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Entre 2017 y 2018, durante la gira de despedida de Riot Propaganda, Toni Mejías subía al escenario muchas veces con el estómago vacío. El rapero, músico, integrante de esta formación y mitad esencial de Los Chikos del Maíz, quemaba muchísima energía sobre el escenario entre rimas, coros y saltos sin apenas haber comido nada en todo el día. Cuando el lunes se enfrentaba ante el espejo, se odiaba a sí mismo y rechazaba su cuerpo. Se castigaba y construía, sin darse cuenta, un muro de silencio entre él y sus seres queridos.

“Antes de hacer mi primera visita a la psicóloga quise insistir en que mis problemas eran más físicos que psíquicos”, escribe. Negaba una realidad que no sabía afrontar y de la que creía estar a salvo. Pero tras innumerables pruebas médicas, tras pasar por la consulta de múltiples especialistas, su problema se lo diagnosticó su psicóloga: padecía anorexia.

Ahora publica Hambre: mi historia frente al espejo (Aguilar, 2021), un texto de no ficción en el que comparte sus miedos e inquietudes sobre este trastorno psicológico, así como su proceso de recuperación. Un libro atravesado por las violencias sistemáticas que el capitalismo ejerce sobre nuestros cuerpos, análisis de los males de una generación escasamente formada en cuestiones de inteligencia emocional. Pero también, y sobre todo, un testimonio inteligente y profundamente honesto sobre salud mental de una de las voces más importantes del rap de nuestro país.

¿Cómo nace Hambre? ¿Cómo fue pasar del rap político al ensayo largo y reposado sobre un trastorno de conducta alimentaria?

Bueno, en realidad lo fui escribiendo en el momento, es decir, mientras vivía y enfrentaba la enfermedad. Cuando terminaba una sesión con la psicóloga o cuando vivía una situación cotidiana que me afectaba al proceso de recuperación, yo la escribía. En ningún momento me planteé que esto fuera a convertirse en un libro, esto era mi confesionario particular: yo me sentaba, me escribía a mí mismo, me desfogaba. 

Nunca fue: “Voy a hacer un libro”, más bien: “Tengo un montón de hojas escritas, ¿ahora qué hago con esto?” Cuando se me ocurre que puedo sacar un libro, el 90% de lo que ves estaba escrito ya. Luego ha sido añadir temas de contexto como por ejemplo todo lo que tiene que ver con las redes sociales, unificar criterios editoriales y darle una lógica interna. 

¿Empezó a escribir sobre este trastorno porque escribe habitualmente o como consecuencia del tratamiento psicológico?

Ambas. Por un lado, mi psicóloga después de cada sesión me mandaba unos 'deberes', por decirlo de algún modo. Me pedía que describiese situaciones que vivía, lo que sentía cuando las vivía… todo esto. Por otro lado yo escribo desde pequeño por mi cuenta y riesgo, sean canciones o pensamientos: escribir siempre me ha servido para desahogarme. Entonces, me puse a escribir tras la primera sesión y vi que me sentaba muy bien, era como la manera más fácil de ordenar todo lo que se me pasaba por la cabeza. Y cuanto más escribía, más consciente era de todo, en el sentido de que podía releer lo que había escrito y pensar “mira, con este tema voy avanzando” o “joder, aquí metí la pata de nuevo”... Fue decisión propia, pero animado por lo que mi psicóloga me decía. 

El tono, como dice, es abiertamente confesional. ¿Le costó mucho hablar de su anorexia con las personas que le rodeaban? ¿Hambre es una forma de decirles todo lo que no pudo decirles en su momento? 

Por desgracia sí. Ahora, releyendo el libro, me doy cuenta de detalles en los que sigo mejorando y otras cosas que tengo que trabajar más. Pero lo cierto es que llegó a ser una forma de comunicarme con mi pareja. Había momentos en los que no sabía cómo expresar ciertas cosas y le enviaba un texto que había escrito para intentar comunicarlas, porque hay asuntos que aún me cuesta mucho hablar a la cara.

Obviamente, las personas con las que trataba día a día, veían cómo estaba y sabían que algo fallaba. Pero otros seres queridos se han enterado de mi enfermedad por el libro: hasta ese punto nos cuesta comunicarnos cuando sufrimos algo como esto. 

La incomunicación ha sido algo muy jodido. Mi pareja me veía todos los días cada vez más estropeado, cada vez más irascible, más delgado, más distante. Pero para ella también era muy difícil porque tenía miedo de que lo que me dijese fuese contraproducente. Ella, por sus estudios y su profesión, tiene una estantería dedicada a temas de educación y una vez dejó saliente un libro sobre la anorexia y la bulimia, a ver si así lo veía yo. 

Tengo seres queridos se han enterado de mi enfermedad por el libro: hasta ese punto nos cuesta comunicarnos cuando sufrimos algo así

En su caso, ¿cree que operaba además una idea de masculinidad tradicional que impide contar cómo nos sentimos para aparentar que lo tenemos 'todo bajo control'? 

Yo pienso que sí. De algún modo, las mujeres siempre han compartido más la intimidad y han abordado más no solo problemas de este tipo, sino sus relaciones personales. Recuerdo cuando era adolescente, que cuando hablaba con amigos sobre relaciones a veces se limitaba a “jo, jo, ayer me lié con esta tía”. Era todo deprimentemente primitivo, ¿sabes?

Y ese tipo de actitudes hacen que, con el tiempo, incluso siendo ya personas adultas, a los hombres les cueste mucho más hablar. Parece que no pueden mostrarse débiles, que todo tienen que llevarlo por dentro. Incluso hay cierto miedo a cómo se lo tomen tus amigos, hombres de tu edad. En el capítulo en el que cuento cómo la anorexia me afectó a la libido, hablar de eso con tus amigos te da vergüenza por si te salen con alguna broma. Así que sí: creo que los hombres tienen muchos más problemas para hablar de salud mental y todo nace de ese miedo a mostrarse vulnerables. Eso genera un bloqueo, derivado de tu educación, que hace que ni siquiera te plantees que puedes hablarlo.

También cuenta en el libro que dar el paso de hablarlo provoca vértigo por la falta de conocimiento de los demás sobre el tema. A veces le daban consejos que no servían para nada o incluso le hacían sentir peor. Pienso cuando cuenta que le dijeron “si quieres ganar peso hínchate a kebabs”.

Sí, totalmente. Incluso ahora con el libro ya en la calle aún me cuesta hablarlo con mi padre y mi hermano. Es como que por nuestra tradición familiar y nuestra educación, no sabemos hablar de esto y todo se queda en un: “Qué, ¿cómo vas de lo tuyo?” Yo sé que están preocupados, pero muchas personas de las que te rodean no tienen las herramientas para valorar qué te está ocurriendo, algo que necesita un tratamiento determinado. Ahora que se está hablando más de salud mental, tengo la esperanza de que para las futuras generaciones la cosa sea distinta. 

Asumo que haber publicado 'Hambre' me expone, pero con que mi historia sirva a alguien, habrá valido la pena

¿Cómo ha sido pasar de no hablar de esto con familiares ni amigos, a ver que el libro ya está en la calle y muchas personas desconocidas van a saber lo que le ocurrió? 

Aún no me he sentado a valorarlo del todo, así que creo que no soy consciente todavía. Tampoco sabía el recorrido que podía tener el libro, porque yo milito en un pesimismo ortodoxo que me hacía pensar “nah, esto lo leerán mis colegas y ya”. Pero a los cuatro días de salir, estaba en directo con Pepa Bueno en La Ser.

Asumo que haber publicado Hambre me expone. Tengo días en los que estoy más jodido porque sigo todavía recuperándome de la enfermedad, y ahora en entrevistas me estoy pronunciando sobre esto todo el rato. Pero creo que el libro está ayudando, como ya me han dicho varios lectores, a que haya gente abriéndose y reconociendo su problema. Voy a quedarme con lo positivo: con que mi historia sirva a alguien, habrá valido la pena. 

Viniendo del mundo de la música, ¿cree que la salud mental se aborda entre músicos o, por el contrario, existe cierto silencio al respecto? 

No sé si existe un tabú o silencio como tal. Sí que intento explicar lo difícil de lidiar con esta enfermedad cuando los fines de semana tienes que salir a un escenario a darlo todo. Estar ahí con tu mejor cara de valentía, fortaleza, e incluso proyectando una imagen de virilidad dentro del género musical del rap.

Sí que es verdad que cuando estás en ciertos ambientes, pues no puedes mostrarte vulnerable y tienes que sacar las fuerzas de donde sea para salir de cara al público y hacer como que no te pasa nada. Era algo muy difícil porque con esta enfermedad a veces salías al escenario y tu cuerpo no respondía como tú querías.

Comer fuera de casa era un problema, así que de gira comía menos haciendo un esfuerzo sobre el escenario que exigía mucha más energía

Cuando sale al escenario, en cierto modo, interpreta un papel: el del rapero que tiene que levantar y animar al público. ¿No funcionaba el rap también como evasión, cómo una forma de liberarse de su problema?  

El rap y los directos son un espacio seguro para mí. Lo que ocurre es que aunque este problema es mental, está muy relacionado con la comida. Entonces, claro, para mí comer fuera de casa era jodido porque no controlaba lo que comía. Aunque quisiera pedirme lo más sano de la carta, que es lo único que mi cabeza toleraba, no sabía cómo me iba sentar y eso me bloqueaba. Los fines de semana de gira llegaba a comer menos que entre semana, sabiendo que hacía un esfuerzo sobre el escenario en el que quemaba un montón de calorías. Además era la época de Riot Propaganda, en la que los conciertos eran mucho más cañeros y exigían mucha energía.

Era complicado, pero creo que soy más consciente ahora. Cuando estás con la enfermedad vas reptando en el día a día, sobreviviendo sin terminar de ser del todo consciente porque crees que no estás haciendo nada mal. En cambio ahora lo pienso y soy consciente de que salir al escenario con solo un pincho de tortilla diminuto de cuando el desayuno, pues era una barbaridad. 

En el libro cuenta que igual que contaba las calorías, también le obsesionaba el tiempo. Sentía que tenía que aprovechar cada minuto de forma productiva. De hecho escribe, “tenía que aprender que perder el tiempo también es ganarlo”. ¿Hasta qué punto cree que hemos asimilado que debemos ser productivos en todos los espacios de nuestra vida?

Es una consecuencia más de la sociedad en la que vivimos. Somos por una parte consumidores y por otra productores. No podemos no hablar de la serie que está viendo todo el mundo porque si tardamos en verla nos comemos algún spoiler. Tampoco podemos perdernos el libro que lo está petando según Twitter, porque lo está recomendando no sé quién. Somos los mejores publicistas para las marcas y las plataformas. 

Antes para mí leer era descansar, un momento de relax. Ahora no, ahora es como parte de mi 'formación', de mi día productivo. Igual que ver una serie: antes la veías para relajarte, de hecho podías saltarte el capítulo de la semana y no pasaba nada. Ahora descuídate cinco minutos de la pantalla que se han cargado a no sé quién o han metido un giro de guion tremendo que te has perdido. Es realmente estresante, nos han hecho militantes de la atención. Ya no somos cinéfilos ni amantes de la lectura, somos 'consumidores'. Joder, quiero volver a leer o ver una serie sin sentir que es una obligación. Hacerlo porque me apetece y ya está.