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'Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos': la delirante vida y obra de Philip K. Dick

Las obras del escritor estadounidense rebosan miedo, humor y delirio

Ignasi Franch

21 de noviembre de 2018 21:33 h

¿Qué tienen en común series como El hombre en el castillo o Electric dreams y películas como Blade runner, Desafío total, Minority report o A scanner darkly? Todas ellas están basadas, con mayores o menores libertades dramáticas, en historias de Philip K. Dick (1928-1982). Inicialmente un jornalero de las letras que publicó miles de páginas infrapagadas, Dick acabó consiguiendo un estatus de autor de culto dentro de la ciencia ficción y (de manera algo sorprendente) de la contracultura estadounidense. Su vida fue, a menudo, tan abismal y delirante como su producción literaria.

El escritor francés Emmanuel Carrère abordó la vida y obra del estadounidense en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (Anagrama), una atípica biografía, mezcla de novela de no-ficción y de ensayo literario sin ataduras. El sugerente resultado quizá se acerca más a H. P. Lovecraft: contra el mundo, contra la vida, la mirada de Michel Houellebecq al creador de Cthulhu, que a una biografía rebosante de documentación concretada en citas y notas a pie de página.

Al fin y al cabo, entre las principales fuentes del libro están varias novelas del autor: El hombre en el castillo, Tiempo desarticulado, Ubik, Los tres estigmas de Palmer Eldrich... Sus temáticas y situaciones, constantemente puestas en común con la vida del autor, sirven de columna vertebral de diversos capítulos.

La recuperación de este volumen parece afortunada, ahora que varias series llevan a nuestros hogares y televisores las historias de uno de los grandes anticipadores de la posmodernidad, pero llevando esta fragmentación de las visiones del mundo hasta el colapso de cualquier rastro de realidad consensuada, o la revelación de su naturaleza falsa y artificialmente construida. En las obras de Dick, la angustia existencial se llega a convertir en un abismo de (falta de) significado, donde la abundancia de androides y réplicas sirve de elemento decorativo y de herramienta para propulsar preguntas más inquietantes: ¿es real la realidad?, ¿yo soy yo?

El abismo psicológico-literario de Dick

Con su libro, Carrère proporcionó una respuesta personal a la pregunta: ¿quién era Philip K. Dick? ¿Un escritor pulp que escribió cuentos y más cuentos y novelas redactados en sesiones maratonianas bajo los efectos de las anfetaminas, o un genio visionario? Dick también era el tipo raro capaz de hacerse amigo de un agente del FBI que le interrogó sobre las filiaciones comunistas de su novia. O el místico que afirmó que había visto briznas de su vida en otras lineas temporales paralelas.

No debe sorprender que quizá uno de los estudios introductorios más divertidos que jamás ha publicado Ediciones Cátedra sea el incluido en su versión de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela que inspiró Blade runner. Firmado por Julián Díez, el prólogo recoge una sucesión de anécdotas sorprendentes que puede apabullar al lector, desconcertarlo tanto como los malévolos giros finales de tantas obras de Dick. Leídas como una novela, los estudios de Carrère o Díez se asemejan a comedias negras o tragicomedias extravagantes.

Pero además de un propulsor incansable de anécdotas extrañas, Dick era una persona real que sufrió e hizo sufrir. Su vida incluyó obsesiones, trastornos, dramas (como intentos de suicidio), delirios y relaciones algo siniestras con las mujeres. Quizá lo más llamativo es que Dick, maestro en la manipulación de sus terapeutas, consiguió que una crisis paranoica suya se saldase con el internamiento de su esposa en un hospital psiquiátrico. En un momento real muy dickiano, el sistema sanitario dio más credibilidad a la persona con síntomas de manía persecutoria que a la mujer a la que este temía.

Quizá por pura resignación, permanentemente frustrado por sus trastornos mentales y sus desencajes sociales y amorosos, Dick se enorgullecía de cosas peculiares. Contaba que un psiquiatra le había juzgado indiagnosticable dada su mezcla de síntomas de varias enfermedades, a lo que se unía el consumo generoso de diversas drogas. Entre tanta extravagancia, no debe sorprender que Carrère quisiese aplicar una lectura de biógrafo a la narrativa del autor de Ubik.

¿Una obra plagada de androides, mutantes, futuros distópicos y viajes en el tiempo, marcada por la sensación de extrañamiento y el miedo al otro, a la locura propia, al engaño masivo de creer vivir una realidad ficticia, podía leerse en clave autobiográfica? Sí, entre otros motivos porque Dick percibió diversas veces en su cotidianidad algo que popularizaría Matrix: el detalle anómalo que nos hace sospechar o saber que vivimos en una realidad solo aparente.

Dick, en el cánon

Al final, ese niño grande que publicaba en revistas alejadas de los circuitos de la denominada alta cultura, se convirtió en uno de los mayores clásicos de la literatura fantástica. La Library of America ha publicado tres volúmenes que recogen una parte de su obra. A pesar de su prosa esquemática, que parece una versión fantasiosa y a menudo delirante de la rotunda simplicidad de la novela negra hardboiled, Dick se ganó el respeto de un lector tan duro de roer como Stanislaw Lem (Solaris).

El novelista y ensayista polaco le calificó como un visionario entre los charlatanes de la ciencia ficción estadounidense, a pesar de mostrar reticencias hacia su ejecución formal. Aún así, Dick acabaría enviando una carta al FBI denunciando a un supuesto colectivo Lem (al autor de Simulacro, que tendía a la repetición de esquemas y conceptos, le parecía imposible que las diversas obras de Lem se debiesen a la misma pluma) que estaría intentando atraerle al comunismo.

Esta es otra de las anécdotas recogidas en el libro de Carrère, que valora sin idolatrías la sorprendente riqueza de connotaciones de la obra dickiana. Y dimensiona su capacidad para introducirnos, mediante retruécanos a veces satíricos, en un clima de sospecha existencial.

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