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Walter Chandoha, el fotógrafo que prefirió los gatos callejeros a las modelos de pasarela

La fotografía de paisajes tiene a Ansel Adams, la documental a Diane Arbus y la callejera a Cartier-Bresson. Pero hoy día el monopolio de las imágenes no está protagonizado por prados ni rincones parisinos. Los reyes y completos dueños de Internet son otros: los gatos. Ya sea en forma de gifs, memes o vídeos, han convertido la Red en su propio templo virtual trasladando al presente aquella idolatría que ya se hallaba en el Antiguo Egipto. Pero ¿cómo comenzó esta fiebre?

Walter Chandoha (1920 – 2019) probablemente no sea un nombre tan conocido como el de otros profesionales habitualmente incluidos en las listas de fotógrafos referentes que deberíamos conocer. Aun así, su trabajo ha sido portada de más de 300 revistas, cientos de embalajes de comidas para mascotas y ha publicado 33 libros. Todo ello, sin contar tarjetas, calendarios o incluso puzles realizados con sus creaciones. El artista neoyorquino, con 76 años dedicados a las imágenes gatunas, definió visualmente el vocabulario de retratos de animales realizado durante generaciones.

“Si ibas a un supermercado podías ver paquetes de comida de perro en un lado y de gato en el otro. Casi todas esas fotografías eran mías”, recuerda el propio Chandoha de sus años como fotógrafo en la década de los 50, cuando su trabajo era prácticamente omnipresente. Esta es una de las tantas citas que se puede leer en el libro Cats (editorial Taschen), un repaso por las obras más significativas del ahora reconocido como “fotógrafo de los gatos” que además aprovecha para detenerse en su técnica, influencias y curiosidades.

La afición de Walter por la fotografía viene de lejos. A finales de los años 30, cuando estudiaba en un instituto de Nueva Jersey, leía cada libro sobre el tema que caía en sus manos y luego practicaba lo aprendido con una cámara Kodak plegable que tenía su familia. Hasta improvisó un cuarto oscuro en su casa, construido en el interior de un armario y usando los tazones de sopa de su madre para colocar los químicos.

Por entonces ya empezó a cultivar su mirada tras la lente, pero todavía estaba lejos de centrarse en el campo que acabaría definiendo su trayectoria. De hecho, pensaba que para ganarse la vida como fotógrafo debía orientarse hacia la moda, y por eso no tuvo reparo en ejercer de aprendiz de Leon de Vos, un artista publicitario de referencia, a pesar de cobrar solo 12 dólares a la semana.

Su carrera fue interrumpida por un suceso que paralizó al mundo durante seis años: la Segunda Guerra Mundial. Allí Walter demostró sus habilidades como retratista y le hicieron sustituir el fusil por la cámara, convirtiéndose en fotógrafo de guerra destinado en el Pacífico. Según cuenta en el libro, esto le sirvió para aprender el valor de pensar rápidamente e “improvisar con el equipo que tuviera disponible”. Retratando a los soldados adquirió unos reflejos que, pocos años después, le servirían para inmortalizar a otros sujetos completamente diferentes: a gatos.

Un maullido en una noche de invierno

Una vez terminada la contienda, Chandoha continuó la vida con su pareja y se fue hasta Nueva York para especializarse en marketing, probablemente atraído por la idea de combinar estos estudios con su afición por la fotografía. Sin embargo, todo cambió una gélida noche de invierno de 1946. El artista, como era habitual, salió de la universidad y volvió a casa andando cuando de repente escuchó un tímido maullido. Se acercó y vio a un pequeño gatito temblando a causa del frío, por lo que decidió llevarlo consigo a casa a modo de regalo para su esposa.

El animal tardó muy poco en hacerse al hogar, a pesar de que fuera un pequeño apartamento en el barrio de Queens. Pero tenía una particularidad un tanto extraña. Cada noche, a eso de las 12, acostumbraba a empezar a correr de forma frenética por todas las habitaciones y después frenaba en seco, quedándose con una actitud ausente. Esa performance la repitió día sí y día también, motivo por el que recibió el nombre de Loco. Chandoha, cautivado por las payasadas del felino, agarró su cámara y empezó a fotografiarle.

Aquellas fueron las primeras de las más de 200.000 capturas con las que acabaría contando su archivo. Y no solo eso: también el comienzo de su obsesión por los gatos. Junto a su mujer empezó a buscar otros mininos a los que retratar en refugios locales y shows callejeros, lo que igualmente provocó que acabara viviendo con una docena de ellos en su casa. “Todos esos años los pasé haciendo miles de fotos de cada tipo de gato, y hoy todavía me sorprendo cuando encuentro otro completamente diferente de sus compañeros”, afirma Chandoha en el libro.

Basta un vistazo a la fotografía Paula y el gatito, un disparo cercano de su hija y el pequeño felino, para comprobar el poder de la técnica de Chandoha. Conseguía involucrarse como pocos con los sujetos retratados porque le apasionaba aquello que contemplaba a través del visor, logrando de esta forma una intimidad analítica imposible de conseguir de otra manera.

Otra de sus claves estaba en la luz de sus retratos, claramente influida por su etapa como aprendiz de fotógrafo de moda y por el pintor holandés Johannes Vermeer. Chandoha abría la puerta de su imaginación a través de un pequeño estudio montado en su casa junto a seis focos con los que jugaba para modificar el resultado obtenido de la instantánea. No obstante, tampoco perdía la oportunidad de salir con su cámara para llevar su pasión gatuna más allá de las cuatro paredes.

No solo es un fotógrafo reconocido por sus carteles publicitarios en Manhattan, sino que también contribuyó a la historia de los memes de gatos. Recibió una propuesta de Ethicon, una división de Johnson & Johnson dedicada a fabricar productos médicos, para realizar un pequeño folleto con capturas divertidas. Lo llamó “Cat-a-log”, y en él se podían ver a gatos con posturas graciosas acompañados de frases. Por ejemplo, aparecía un minimo con una manta por encima acompañado del texto: “Enfermera… he tenido que tocar esta campana cuatro veces”.

A los protagonistas de estas fotos no se les escucha ronronear ni maullar, pero es como si lo hicieran. Solo falta ver una captura de Chandoha para sumergirnos en un universo gatuno del que no faltan fanáticos. Y, especialmente en lugares como Internet, ese fanatismo es incombustible.