Una simple cita y comparece, sin invitación, el espectro de la precariedad. Solo una de las integrantes de Mourn, Jazz Rodríguez (guitarra y voz), se persona frente a la pantalla a la hora acordada y excusa brevemente a su hermana Leia (bajo), a Carla Pérez (guitarra y voz) y Oriol Font (batería) porque sus empeños para sobrevivir más allá de los escenarios les han impedido atender esta entrevista.
Son 10 los años que estas tres jóvenes catalanas –Oriol se incorporó recientemente tras desfilar otros baterías– llevan vinculadas a este negocio. Jóvenes promesas, fichaje internacional e importantes giras. Y, sin embargo, sus economías distan mucho de granjearles la suficiente autonomía. “La música no ofrece estabilidad alguna”, comenta Jazz, mientras disuade a un gato que quiere entrar en escena. “Yo ahora estoy estudiando doblaje porque me gusta y para ir tirando. Hay que buscar maneras de complementar. Este verano he estado de camarera y casi me da un infarto, pero no me molesta tener un trabajo unos meses y luego ponerme a full con la banda. Es mi estilo de vida y me compensa”.
Un estilo de vida que no estaba ni someramente garabateado cuando Jazz y Carla se conocieron en un instituto de Mataró, con tan solo 16 años. “Las dos hacíamos Bachillerato Artístico. Ella se enteró de que yo tocaba la batería y yo me enteré de que ella tocaba la guitarra. Empezamos a quedar después de clase”, rememora Jazz. Y se hicieron amigas rápidamente. Tenían en común unos referentes musicales poco habituales entre los de su edad. “Había un chico que escuchaba a Nirvana y pensé ‘bueno, mira, al menos hay uno’. Y cuando conocí a Carla y empezamos a hablar de bandas y mencionó a PJ Harvey, flipé”.
Su fuente de inspiración fue, desde ese primer momento, la horquilla del rock alternativo de los 90, cuyas cadencias más pop alternan con urgentes ráfagas de hardcore melódico y enrabietados gritos punk. Su propuesta recuerda a Throwing Muses, Sleater-Kinney, Veruca Salt o L7 y, tras ese inevitable prejuicio de trazar similitudes con bandas de mujeres, surgen nombres como Built to Spill, Superchunk o Sebadoh, puntales a los que hay añadir otras muchas texturas que también sorprenden por anacrónicas.
En el caso de Carla el descubrimiento de ese universo pretérito llega a través de internet, explica Jazz: “Miraba tutoriales en YouTube para tocar la guitarra. Y, a partir de eso, empezó a buscar por su cuenta cosas en Spotify. Aunque la primera banda que le gustó fue The Rolling Stones porque su padre era superfan”.
Jazz lo tuvo aún más fácil. Su padre, el también músico Ramón Rodríguez (The New Raemon), tenía una gran colección de cedés y todo lo que llamaba su atención, ya fuera por el nombre de la banda o por el diseño de la portada, acababa en su cuarto. “Si mi padre me pillaba escuchando un disco que le gustaba, llamaba a mi puerta con otra pila enorme de cedés similares”. Y también debió aportar, de alguna forma, su temprano contacto con la escena underground barcelonesa del sello B-Core –que editaba a la entonces banda de su padre, Madee– y, muy especialmente, su relación con la banda The Unfinished Simpathy. “Eric Fuentes nos hacía de canguro a mí y a mi hermana cuando éramos pequeñas. También íbamos a sus conciertos y, ya de adolescente, me ponía sus discos porque me flipaban”.
Semejante entorno musical, a modo de vivero, desencadenó su precocidad. Grabaron su primer álbum, Mourn (2014), poco antes de cumplir la mayoría de edad. Leia tan solo contaba 14 años. Y lograron fichar por un prestigioso sello de Nueva York, Captured Tracks (Wild Nothing, The Lemon Twigs), de la forma más casual: a través de un primer contacto por Facebook. “Llegó un mensaje de Mike [Sniper], que es el jefe del sello, preguntándonos si habíamos sacado nuestra música en Estados Unidos y añadió ‘espero que no, porque me gustaría sacarla a mí’. Yo estaba flipando. Al final surgió y fue increíble”, recuerda una emocionada Jazz.
Desde entonces, han girado por Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón y han editado tres álbumes más, Ha, Ha, He (2016), Sorpresa familia (2018) y Self Worth (2020), además de una colección de versiones, Mixtape (2019), con Subterfuge. Todos con el beneplácito de la crítica, también la internacional. La revista digital especializada Pitchfork, por ejemplo, fue una de las primeras en ponerse sobre la pista de las de Cabrils al poco de formarse.
“Al principio no teníamos más pretensión que hacer algunos conciertos y ya está –explica Jazz– pero cuando empezamos a girar por Estados Unidos fue una pasada y es algo que siempre llevaré en mi corazoncito”. Diez años que, haciendo balance, y más a esas edades, es toda una vida. “Lo comentaba el otro día con Carla, nos hemos hecho adultas girando, durmiendo en cualquier sitio, viviendo la música de una manera supervisceral. Y sí que es cierto que ahora, sobre todo después del parón de la pandemia, todo se ha normalizado. Es tu día a día, como cualquier otra banda, ya no es aquello de ‘buah, amo mi vida’”.
Irrumpieron en 2014 como una suerte de anomalía. Mujeres. Jovencísimas. Haciendo el tipo de música que bien podía escuchar sus padres a su edad. Encapsulando la nostalgia por una época que no les tocó vivir. Y sin una escena similar en la que adscribirse. “Sí que hay más bandas así noventeras, pero a lo mejor van hacia otro lado, más tipo midwest emo y así, no lo que hacemos nosotras. Y sí que a veces pienso ‘¿nos estamos quedando un poco atrás?’, igual si cantáramos en castellano y fuéramos un poco más popi nos iría mejor, pero a fin de cuentas, es lo que nos sale”.
Mourn son anglófilas como los fueron Sexy Sadie, Australian Blonde o Dover, bandas españolas de aquella Generación X que Ray Loriga retrató en Héroes (1993), algo insólito en la primera línea actual a excepción de algunos nombres como Hinds, Bigott o Nuria Graham. “Empezamos a cantar en inglés porque Carla ya tenía un par de canciones así. Hice las mías en inglés para que fueran iguales. No le dimos ni dos vueltas al asunto y ya se ha quedado así”. Una preferencia por el idioma de Shakespeare que probablemente prime la sonoridad pero que, además, desliza una cortina de intimidad a sus textos. “Es también como una máscara. Las letras son muy sinceras y un poco bestias depende de cómo las interpretes. Creo que si las cantara en castellano o en catalán [su lengua materna], a lo mejor me pondría a llorar”.
Cuatro años han pasado desde la publicación de Self Worth (2020), un álbum conceptual, de empoderamiento personal, en el que parecían decididas a dejar atrás toxicidades. Pero llegó la pandemia y esos buenos deseos se diluyeron, asomándose a un abismo que parecen haber exudado en su recién editado The Avoider (Montgrí, 2024). En él, no solo reproducen cierta angustia existencial, sino que también planean, durante sus escasos 30 minutos, temas como la salud mental (en Endless Looping o la homónima The Avoider), la incomprensión (Heal Hill), la dependencia emocional (At Midnight), así como la estigmatización social que todo ello conlleva (Scepter).
Ni siquiera la eufórica Could Be Friends, primer sencillo extraído del mismo, se libra de estas interpretaciones y bajo esos ritmos exultantes y acelerados se oculta una necesidad casi obsesiva por conectar. “Yo dejo que la gente lo interprete como quiera”, dice Jazz pero afirma que generalmente se interpreta la canción como “buenrollera” cuando “en el fondo sí que está ese grito de auxilio”.
Confiesa Jazz que sufre depresión desde hace cinco años y que escribir este álbum le ha servido de proceso terapéutico. “Algunas de las canciones las escribí cuando estaba en la mierda más horrorosa que he vivido jamás. Y he salido. Ahora hace un año o así que estoy en recuperación. Escribía como terapia. Al principio estaba muy reticente de utilizar estas canciones. De hecho, hay muchas que no las he utilizado porque consideré que eran cosas que tenía que dejar atrás y no creo que necesite amplificarlo. No quería que fuese un álbum negativo”.
Se trata de su primera referencia con Montgrí –sello de la banda Cala Vento–, un cambio que, tras negar desavenencias tanto con la discográfica estadounidense como con Subterfuge, únicamente responde a una búsqueda de familiaridad y, sobre todo, de comodidad: “Están aquí al lado, no tenemos que ir a Madrid para reuniones y cosas así. Y, la verdad, es todo más tranquilo y tienen una visión muy parecida a lo que nosotras queremos hacer”. Pero el sello no es lo único que ha experimentado transformaciones a lo largo de la década que cumple el proyecto Mourn.
Su madurez y experiencia –aunque sigan en la veintena– se aprecia en las tareas de composición y grabación. Llegan al estudio con los deberes hechos, abrazan la sencillez e incorporan elementos alejados de una concepción prejuiciosa y reduccionista del rock. “Ahora tenemos menos miedo a hacer algo más sencillo, más simple. Antes me solía romper la cabeza para desarrollar estructuras y acordes raros, y ahora estoy cómoda usando acordes abiertos y recursos más típicos. Ya no me da vergüenza. Soy yo. También hemos incorporado elementos como sintes, trompetas y hasta un xilófono, detalles que yo creo que lo elevan todo un poquito”.
El resultado es una colección atemporal, tan honesta y vulnerable en su contenido como demoledora en su forma, un cancionero atípico en la era TikTok que figurará entre lo más destacado del año y que bien merece una escucha atenta, de ser posible, en analógico directo. La ocasión se presenta en sus próximos conciertos: estarán el 14 de marzo en la Sala Sol (Madrid), el 15 de marzo en Microsonidos (Murcia), el 17 de marzo en Planta Baja (Granada) y el 11 de abril en 16 Toneladas (Valencia).