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La nueva fórmula: chica joven + estereotipo cultural = polémica

Infografía Twerking.

Lucía Lijtmaer

Hubo un tiempo en el que nos gustaban las galas porque ofrecían una ocasión inmejorable para comparar vestidos de lentejuelas, ver quién agradecía a su representante y comprobar quién iba tan colocado de pastillas que ni se inmutaba cuando perdía o ganaba un galardón. ¿Alguien se acuerda? Daba igual que fueran los VMA, los de MTV o los Grammy. Eran galardones de la industria musical, no hacía falta saber mucho más.

Pero en los últimos meses se ha ido instaurando una nueva fórmula. Es sencilla pero efectiva y dice así: chica joven + estereotipo cultural = polémica. Y de repente, todos empezamos a distinguir qué pasó, cuándo, dónde, y de un día para otro, teníamos todos una opinión sobre qué demonios está intentando hacer Miley Cyrus esta vez, eh, qué demonios.

Esto tiene que ser ofensivo para alguien

En cinco minutos y con unas bragas color carne, Miley Cyrus nos introdujo en el twerking [Wikipedia: un tipo de baile donde el bailarín, normalmente una mujer, sacude las caderas en un movimiento de rebote arriba-abajo que provoca que sus glúteos tiemblen]. Y parecía que era cosa de ella, pero poco después nos enteramos de que era un baile de origen africano, readaptado e introducido en Estados Unidos desde Nueva Orleans. Aquí se reabrieron los debates: ¿era empoderamiento?, ¿era machismo?, ¿era racismo o que molaba?, ¿a quién ofendía y por qué?

El asunto se habría quedado en anécdota si no fuera porque Katy Perry tomó ejemplo y sacó todo su arsenal en forma de barroco asiático en los Premios American Music Awards.

Enfundada en un supuesto kimono –que en realidad era una versión del traje chino cheongsam, modificado para enseñar muslo y pechuga–, su espectáculo recorría varias ceremonias niponas, cultura sobre la cual había declarado días antes: “Estoy obsesionada con esa gente, los amo, son tan monos que me gustaría quitarles la piel y llevarlos puestos como si fueran un Versace”. Frase que, intencionadamente o no, define exactamente la naturaleza del apropiacionismo cultural en el pop.

No vuelve; nunca se fue

Parece nuevo, pero en realidad nunca se fue. La adopción de elementos específicos de una cultura por parte de otra, despojándolos de su significado original, no es de ahora. Hay ejemplos de sobra, desde las rastas entre blancos de clase media en los noventa a la popularización de tatuajes aborígenes o celtas o la modificación corporal... Pero en el pop contemporáneo, este apropiacionismo parece crear mayor audiencia y controversia, a través de la banalización de otras culturas, el refuerzo de estereotipos, o, directamente, la suplantación.

Uno de los argumentos más comunes para la defensa del apropiacionismo es la popularización “didáctica” por parte de la estrella ante una cultura que resulta exótica y/o fascinante. Es el caso de Katy Perry, Miley Cyrus y Madonna antes que ellas en su reivindicación del vogue, propio de la cultura de clubes de Harlem en los ochenta. Aquí el apropiacionismo tiene una constante: sus secundarios.

Para explicarlo no hay mejor ejemplo que una de las mayores estrellas de este fenómeno, Gwen Stefani, que no lo ha hecho una, ni dos, sino hasta tres veces. De la misma manera que Miley hace algo más que copiar un hecho cultural, Stefani se disfraza y se encarna como gran diosa latina, japonesa y navajo, de una manera muy concreta: las latinas, japonesas y navajos que están al fondo funcionan como complementos de la estrella, cuando no directamente como un decorado sedante e inmutable, que no varía. El equivalente simbólico al papel pintado de una pared.

En la misma línea funcionó Selena Gomez, en los MTV Movie Awards, que emulando las danzas tradicionales indias portaba en la frente, además, un bindi, el símbolo espiritual usado por las mujeres hindúes.

Más allá de las bailarinas sexis y la ya conocida fórmula que vende en las galas de premios, Gomez ayudó a reforzar una tendencia que viene pegando fuerte: el símbolo religioso como complemento estético para la moda occidental.

Nómbrenlo, ya existe: el turbante sikh como gorro molón, la kufiyya tradicional de Oriente Medio como bufanda trendy, los tapices navajos como inspiraciones hipsters. Ante las críticas por su actuación, Gomez respondió en el show de Elvis Duran: “Estoy aprendiendo mucho sobre mis siete chakras, los bindis y esas movidas. Además, su cultura es hermosa”. Ahí queda eso.

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