El retorno de Blur era una de las noticias musicales más peliagudas de este primer cuarto del siglo XXI. Enmarcado en un contexto de nostalgia noventera y de reactivación de la plana mayor de los grupos del britpop, reencontrarse con la banda y que en lugar de Blur fuera un bluf, habría sido el bochornoso epitafio para toda una generación musical. Pero no: fue una tormenta eléctrica (valga la metáfora).
Todo era excepcional en la noche del jueves en la sala La Riviera de Madrid. Primero, porque no estaba previsto. Si no hubiera llovido empecinadamente desde hace días, no habría quedado inhabilitado el recinto de conciertos del Primavera Sound Madrid (la reacondicionada Ciudad del Rock de Arganda) para celebrar la primera jornada de festival. El año más seco de la historia nos ha traído un improbable junio pasado por agua. A ello aludió Damon Albarn desde el escenario, insultando a los que no creían en el cambio climático. La reubicación de Blur en La Riviera fue la solución que pudo aportar la organización del festival ante la cancelación de los conciertos del día. Una salida que solo podía contentar a 2.000 personas y que lógicamente no compensaba a los que habían comprado la entrada para ver a New Order, Halsey, Le Tigre, Sparks, Pusha T, Perfume o Alison Goldfrapp.
Si no se hubieran sacado de la chistera este apaño, no se habría dado pie a una serie de reflexiones, tanto en la presencialidad como en las redes, sobre la experiencia de ver a un grupo en una sala frente a la vivencia en un festival. Un aspecto que aborda en profundidad el crítico musical Nando Cruz en su reciente libro Macrofestivales. El agujero negro de la música: “Todo en el mundo de los festivales es una cuestión de tamaño. Y el tamaño es el origen de todos sus problemas (...). Cuanto más grande sea, más números tienes para acabar viendo los conciertos desde lejos (...). Cuantos más escenarios tenga un macrofestival, más probabilidades hay de que varios de tus grupos favoritos estén actuando a la vez y el sonido de uno interfiera en el del otro”. Y avisa Cruz: “Hay macrofestivales que desbordan las capacidades físicas y mentales de su público. Hay festivales de escala humana y festivales sobrehumanos”.
Primavera Sound es el festival más grande de España por número de asistentes. Según los datos de 2022 publicados por la Asociación de Promotores Musicales: 500.700 asistentes (entradas vendidas cada día, en realidad) y 672 conciertos. El forzado ejercicio de reducción de escala que se vivió el jueves en La Riviera, convirtió el festival en un lugar ‘humano’ y propició una conversación recurrente en los corrillos: esto es otra cosa, qué pasada verlos de cerca, qué bien se oye, nunca pensé que los vería así, qué cerca se les siente, qué agusto se está; no había más que pegar la oreja al pasar entre la multitud. Lo dijo Damon Albarn —habló mucho en el concierto— con una tautología cargada de sentido: “Obviamente esto no es el Primavera, pero lo es”. Si no hubieran tocado anoche en La Riviera, algunos no habrían recordado que lo hicieron en ese mismo escenario hace exactamente 20 años, y la sala ni siquiera estaba llena, según cronicó Muzikalia.
Por tanto, por muy bienintencionada que haya sido la iniciativa del festival de ofrecer al menos este concierto, tiene parte de tiro en el pie, pues confronta de una manera muy cruda dos modelos de música en vivo: el del macrofestival frente al de la sala; mientras que el primero ofrece cantidad, el segundo te da intensidad.
Es difícil imaginar que la salvaje reacción del público ante el portentoso concierto que ofreció Blur en La Riviera hubiera sucedido a las dos de la madrugada en el recinto al aire libre del festival. Los vasos de agua con los que Damon regó al público, a veces incluso con chorros desde su propia boca, llegaban lejos. Como también las devoluciones aéreas de vasos de cerveza, que volaban desde las últimas filas a las primeras, llegando algunos incluso a los pies del grupo. Y todo estaba bien.
Había cuerpos en volandas navegando sobre mares de brazos, que difícilmente la seguridad conseguía hundir. Albarn y Grahan Coxon se volcaban en varias ocasiones sobre la carne de la primera fila, agarrados por los vigilantes por detrás, amasados por su público por delante. Había pogo, había gritos, había una energía juvenil recuperada a los 40, arriba y abajo del escenario, gracias a las mágicas propiedades de rejuvenecimiento que esconden las canciones, cuando son tan explosivas como Parklife, Song 2 o Girls And Boys, que por supuesto tocaron.
Pero el concierto empezó con una canción nueva, la muy poco pop y algo deslabazada St. Charles Square, incluida en el álbum de regreso de Blur que se publicará el 21 de julio, The Ballad Of Darren. Y no era la única inédita: la más redonda The Narcissist, primer single del disco, se pudo disfrutar en el bis. La primera parte del concierto estuvo salpicada por canciones de los primeros 90, como la fundacional Popscene (1992) o There’s No Other Way (del Leisure, 1992) o Tracy Jacks y Trouble in the Message Centre (ambas del Parklife, 1994). Los grandes hits llegaron en la segunda mitad, empezando por Coffee & TV, el momento de Graham Coxon del concierto, ya que es su canción y él mismo la interpreta. Entre volteretas en el suelo y acrobacias circenses con la guitarra, anoche recibió Coxon el cariño del público, que ya no le echa en cara el abandono de la banda en 2002. Damon le perdonó también en 2008 y es evidente la amistad y el entendimiento de los que fueron unos muchachos con el peso del éxito global y hoy, unos señores que están juntos por las risas.
Albarn, a sus 55 años y sus pintas de oficinista en casual friday, presto para pasarlo bien en el pub, salpicó con festival del humor sus intervenciones entre una canción y otra, aunque se fue moderando según avanzaba la actuación. Después de agradecer al público, en español, los aplausos por las canciones, se entregó a una explicación lingüística sobre la palabra “gracias”, pronunciada con seseo. El cantante le explicó a la atenta audiencia que el significado “literal” era “culo grasiento”, y a partir de ahí no pudo evitar reírse cada vez que decía “grass-ass” e incluso se daba palmaditas en la nalga.
En la segunda mitad del concierto cayeron Parklife, Song 2 o la emocionante To The End, que suena siempre a melancolía de tiempos felices. La balada Tender, que abría su áspero disco 13, entró también a la hora del bis. Menos humorístico y más tierno, Damon se acercó al borde del escenario y le arrancó una lágrima a más de uno: “Es raro, pero llegados a este punto sentimos que sois familia”, dijo, y añadió: “Espero que sintáis que también somos familia para vosotros”. Y ese es el significado de la música pop.