Madonna, Maluma y el dúo como burdo matrimonio de conveniencia para alcanzar el top 1
Basta con un vistazo a las listas de éxitos globales para comprobar que las diez primeras posiciones, sin excepción, incluyen la palabra feat y casi la mitad de ellas pertenecen al último disco de Ed Sheeran. El pelirrojo de Halifax se ha apropiado como nadie de la fórmula de la Coca Cola musical en No 6 Collaborations Project, publicado hace dos semanas y con el que ha conseguido colar nueve temas en el top mundial de Spotify.
No hay nada novedoso en la estrategia: varios artistas pujantes unen fuerzas en una canción con tintes comerciales para asegurarse un pasaje directo a la cumbre de la radiofórmula. Sin embargo, Sheeran ha sido el primero en comprender que no hay por qué conformarse con una cuando pueden ser quince.
Este británico de aspecto cándido ha demostrado tener un olfato digno de magnate discográfico y una confianza en sí mismo exacerbada para sus 28 años, algo que le sorprende a todo el mundo excepto a él. Pocos artistas son capaces de olfatear el mercado y trabajar al son de sus vaivenes sin perder personalidad por el camino, y la prueba es su No 6 Collaborations Project. Aunque no siempre ocurre así.
La unión es lo que hace la fuerza en el mainstream actual, y Sheeran ha tocado todas las teclas de golpe con 50 Cent, Eminem, Khalid, Bruno Mars, Justin Bieber, Cardi B y Camila Cabello.
Es difícil imaginar a exconvictos como 50 Cent o a un trapero argentino en el estudio de grabación de uno de los compositores de baladas románticas más escuchados del mundo. Pero justo ahí está la clave. Sheeran arrastra a públicos imposibles hacia su órbita hechizándolos con alianzas aún más disparatadas.
“Las colaboraciones en el canal mainstream siempre son endogámicas. Se busca que sean con personas que estén en ese mismo canal, aunque pertenezcan a géneros totalmente opuestos. Incluso mejor si es así, ya que aumenta las posibilidades de expandir el público”, explica por teléfono Carles Badal, musicólogo y profesor de Patrimonio Musical en la Universitat Autònoma de Barcelona.
Badal piensa que eso coincide con el género que lidere el éxito de masas, y en este momento no es otro que el ritmo latino y el reggaeton. Sus tentáculos han alcanzado a artistas tan dispares como Rosalía, Madonna, Beyoncé o Steve Aoki. Por supuesto, Ed Sheeran también se ha rendido ante el rédito comercial de lo urbano gracias al trapero Paulo Londra en Nothing on You.
“Las discográficas intentan sobrevivir como pueden porque no tienen el monopolio del negocio. Son grandes y poderosas, pero están constantemente luchando contra los gustos del público”, piensa Badal. El pico de colaboraciones responde, entonces, a una necesidad de imponer esos gustos captando dos corrientes de oyentes distintas.
“Hay una parte estrictamente comercial ideada por las discográficas, como cuando Madonna saca una canción con Britney Spears, y otra más cultural del mainstream, donde es moderno romper las fronteras entre géneros”, continúa.
No obstante, duda que estemos ante el futuro del consumo musical puesto que hay estilos que no se van a prestar a compartir créditos con cualquiera, como el rock o el jazz. Paradójicamente, dos géneros que han dado algunas de las colaboraciones más míticas de la historia sonora.
De callejeros a dentaduras de diamantes
Nunca fue extraño ver a dos artistas con carreras discográficas independientes colaborar de una forma u otra. No en vano, el primer festival registrado fue el Newport jazz festival en 1954 y allí se reunieron algunos de los exponentes del género más escuchado en la costa Oeste de Estados Unidos.
“La mezcla de artistas ha sido muy habitual en el jazz desde los años 50. Ahí se puede hablar de un interés creativo, como cuando Miles Davis se aliaba con Bill Evans”, explica Julio Arce, director del área de Musicología de la Complutense. Lo mismo ocurría en el rock, cuando nombres que por separado arrastraban masas se unían por un motivo concreto, como en un evento benéfico o una actuación especial.
Entre los ejemplos más legendarios se encuentra el concierto por Bangladesh de 1971, organizado por George Harrison y en el que actuaron los Beatles y Bob Dylan, o el Live Aid de 1985, con Bob Geldof, Bono, Paul McCartney y Queen.
También es fácil evocar cuando estos últimos invitaron a Elthon John y a Axl Rose para interpretar Bohemian Rhapsody o a Bowie para el hit Under Pressure. Algo que también hizo Elvis Presley con Frank Sinatra en 1960 y que revolucionó la emisión televisiva norteamericana aquella noche con su interpretación a dúo de Love Me Tender.
Si bien las colaboraciones actuales han perdido ese componente de eternidad, Arce no las critica. “Es legítimo que los intérpretes busquen notoriedad. Es normal que Madonna, a sus 60 años, se vincule a un chaval de veintipocos. Gracias a eso se ha mantenido durante todos estas décadas en lo más alto”, defiende. Además, cree que este fenómeno forma parte de una transformación sensorial en el consumo de la música, donde los oyentes ya no persiguen tanto el sonido como la experiencia.
“La colaboración es una pata más de la crisis de un sistema centrado en el album. La sacralización del trabajo discográfico que empezó en los años 60 con los Beatles se desbarata y el LP ya no tiene tanto valor. Ahora lo importante es el videoclip, tras su auge en los 80, y la fragmentación, es decir, sacar cosas por partes como hace Rosalía”, dice el experto. “Quizá ahí esté la clave de presentar una performance entre dos artistas de perfiles tan distintos”.
Carles Badal, sin embargo, cree que el mainstream ha absorbido una estrategia que siempre funcionó en géneros urbanos como el hip hop y el R&B, y lo está explotando para sacar rédito económico. “Pasa lo mismo con el trap actual. Son géneros hechos por chavales en la calle que se graban entre ellos y a los que les une un componente social de crítica al establishment”, compara.
“Es coherente que haya un deseo de colaborar con gente que piensa como tú”, pero de ahí se dio el salto al “colegueo millonario” entre artistas que seguían en el género a otros niveles, el de las cadenas doradas y las dentaduras de diamantes, como Jay Z, Kanye West, Notorius Big o Nas.
El siguiente paso es el de que ya no haga falta ni que los cantantes se conozcan en persona ni que compartan estudio de grabación. La colaboración es un matrimonio de conveniencia que dura lo estrictamente necesario para alcanzar el top 10 de las plataformas digitales. ¿Es eso malo? “El problema es que el gusto del público va por un lado y la crítica por otro totalmente distinto”, opina Arce. Si sirven para descubrir géneros desdeñados por prejuicios, bienvenidos sean, pero ojalá Miles, Freddie, John y Bowie sigan siendo eternos para reconciliarnos con el arte del dúo.