Un día en la mansión de la fe y la devoción en La Moraleja: de Depeche Mode a Dardem

Elena Cabrera

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Al cumplirse 30 años del Songs Of Faith And Devotion de Depeche Mode, afloraron en la prensa española, el año pasado, historias que recordaron que ese disco se grabó, en parte, en Madrid. Se recordó aquellos días de 1992 como una locura, una gran juerga, una grabación que casi acaba con el grupo. Todo un acontecimiento sobre el que han circulado en voz baja muchísimas anécdotas y que puso en el mapa de la música, traspasando el famoseo, el nombre de La Moraleja, en un tiempo en el que tanto la urbanización como el grupo estaban en su máximo esplendor. Quién lo iba a decir.

Entre las historias, se conocía aquella de los que se encontraron al grupo comprando en el Continente de Alcobendas. O la de unos del club de fans que saltaron el seto, llamaron a la puerta y se colaron hasta la cocina, literalmente. O la del vigilante de seguridad que le regaló a un aficionado una púa que dejaron tras de sí, al día siguiente de abandonar esta nefasta aventura. Y también las de aquellos que se encontraban a Martin Gore bailando en clubes madrileños como Oh! Madrid o Morocco.

Además de las memorias, de aquellos días quedan fotos de tres de los cuatro miembros del grupo retratados por Anton Corbijn bajo los arcos de la plaza Mayor, unas imágenes que aparecen en la funda interior del disco. Y, debajo de ellas, otra fotografía en blanco y negro. Es Dave Gahan sentado encima de un amplificador, tocando la guitarra. Es el salón de una casa. A sus espaldas, una cristalera de arriba a abajo. Al otro lado, unas columnas recubiertas de ladrillo. En otra de las imágenes, el grupo se relaja en los sofás alrededor de una mesa baja de café. Se reconoce que es el mismo salón de las otras fotografías. En esa instantánea, Martin Gore se lleva una mano a la cara; parece cansado. Al fondo, hay un piano de cola con la tapa levantada.

En ese mismo salón, 30 años después, Pepe Rodríguez, del grupo Dardem, interpreta al piano su Canción de fe y devoción para el videoclip que dirige Lorenzo Ayuso y que elDiario.es estrena en exclusiva. No es el mismo piano, pero resuena en las mismas paredes. Cómo Dardem ha terminado rodando un videoclip en el mismo chalé de La Moraleja en el que Depeche Mode grabó Walking In My Shoes o Condemnation, es rocambolesco. A diferencia de los fans, y siendo Pepe Rodríguez uno de ellos, él nunca buscó ese chalé, el chalé le buscó a él.

Depeche Mode aterrizó en Alcobendas porque alguien tuvo la nefasta idea de que vivir y grabar juntos produciría el efecto especial que el nuevo disco necesitaba, después de una temporada de descanso tras el éxito masivo de Violator y la gira posterior. Cuando llegaron a Madrid, en cambio, descubrieron que ya no eran los de antes. Aquello ya no era un grupo de amigos. Dave Gahan había desarrollado una adicción a la heroína de la que no había hablado a sus compañeros, que solo recibían su ausencia, sus días continuados de encierro en la habitación. Martin Gore quería salir por Madrid y pasarlo bien. Alan Wilder solo quería trabajar, devotamente entregado a la construcción musical del disco. Andy Fletcher estaba desplazado, no tenía nada que hacer allí.

Dardem acaba en este día de junio de 2023 también en desintegración, pero no de una manera violenta como le pasó al grupo británico. Tras 17 años de carrera, Joe Melero (bajista) y Peter Bacan (batería) abandonan la banda, y queda ya solo el guitarrista Raúl Pacheco y el propio Pepe, que es cantante, teclista y productor; y el único que protagoniza el videoclip de una canción que irá trabajando durante un año, hasta llegar a hoy, pero que quiso aprovechar la oportunidad del destino y grabar primero las imágenes.

Pepe se sienta ante un sobrio piano Steinberg sin lacar de 1848, traído de Londres, propiedad de la familia que habita la casa. Él conoce bien ese piano. “Tiene una sonoridad muy potente”, advierte. Y para demostrarlo, toca las notas de Walking In My Shoes. En otra de las fotografías de la carpeta interior del disco, aparece Alan Wilder solo, tocando la batería. En primer plano, un piano de cola. Rodríguez habla con admiración del trabajo que hizo Wilder al piano para este disco, en esta misma casa. Aprecia lo meticuloso que fue el músico, lo que aportó a la carrera de Depeche Mode.

Pepe se ha vestido con ropa clara y se ha vendado los dedos. Su figura, alta y delgada, transmite una extrañeza liviana. “El vídeo simboliza el paso entre dos estados”, explica su director en una pausa del rodaje. Entre la fe y la devoción, entre el pasado y el futuro, entre la vida y la muerte.

El vídeo, y por tanto la canción, habla de las heridas como marcas que deja la vida a su paso. Su autor la compuso caminando por una avenida ancha de Leipzig, pensando en su hija, que vive allí. Él vive en España. La letra alude a las distancias. A partir de estos símbolos, parece que la canción va cobrando un sentido. Cuando supo dónde grabaría el videoclip, decidió cambiarle el título y de El himno pasó a llamarse Canción de fe y devoción.

Además de músico, Rodríguez es profesor particular de piano. En una clase, le dijo a su alumna cuánto le gustaba Depeche Mode. Ella le contestó que si sabía que habían grabado un disco aquí. “Aquí en Madrid, sí”, le contestó Pepe. “No –dijo ella–, aquí-aquí”, señalando el mismo suelo que estaban pisando. Rodríguez se quedó en shock. En ninguna de las clases que había ido a dar a esa alumna allí, se le ocurrió pensar que de todas las más de mil casas unifamiliares de La Moraleja, aquella era la mansión de la fe y la devoción.

Grabar un videoclip ahí mismo, conjurando los fantasmas del pasado del gran grupo de rock electrónico, fue idea de su alumna. Le ofreció la casa. Cuando Lorenzo Ayuso y su equipo de producción desplegaron sus cachivaches por el salón, vieron que en la mesita de café había un libro que destacaba entre los demás por su grueso lomo de color malva: es Depeche Mode by Anton Corbijn, un lujoso tomo de fotografías inéditas publicado por Taschen. Uno de los capítulos está dedicado a la grabación en Madrid, en el chalé. Se podría pensar que alguien lo ha traído para la ocasión pero no es así, ese libro está siempre encima de esa mesa, enlazando de manera mágica dos tiempos en un mismo espacio.

Con curiosidad, los miembros del equipo miran las fotografías y buscan los ángulos desde los que han sido tomadas. Para todos es asombroso estar allí y hay un halo reverencial del que nadie escapa, en parte por la carga simbólica del lugar, en parte por la propia canción de Dardem.

La palabra “halo” –que además remite a un conocido tema de Depeche Mode– la usa también Pepe Rodríguez para recordar cómo sintió el rodaje el año pasado. “Cuando me veo ahora, veo que estaba en un estado mental sensible, y creo que se nota”, explica. Además, asegura que la grabación allí influyó sobre la canción, que en un principio era una balada solo con piano a la que posteriormente se le han ido introduciendo coros y sintes modulares, similares a los que el grupo tenía en el chalé de La Moraleja, según se observa en las fotos.

“Haber coincidido en el espacio aunque no en el tiempo con Depeche Mode para mí tuvo una carga muy emotiva. El espacio que tú ocupes también te ocupa a ti. Las personas somos procesos a lo largo del tiempo y del espacio, y el urbanismo tiene mucho que ver con cómo la gente se relaciona entre sí. Tú le das y él te da ti”, explica el compositor.

Pero si para Depeche Mode, ese lugar fue traumático, para Dardem no es así. “Yo no sería el mismo musicalmente si no hubiera escuchado a los Depeche Mode. Por ejemplo, por la manera de tratar los temas, que tienen ese punto de poética oscura y descarnada, sin dejar de ser pop pero también con un acercamiento a un lado más oscuro, que sucedió cuando estuvieron en Madrid, y se produjo la escisión de la banda. Y a mí también me coincide que mi banda se escindió y fuimos ahí un fin y un principio. Pero para mí fue como si me hubiera quitado una pila antigua, como si se hubiera quitado un velo. Yo todo lo que he vivido en esa casa siempre ha sido de corazón, de buen rollo, de dar y recibir sin medida. No hubo una ruptura como le pasó a ellos. Yo viví una metamorfosis o una transformación. Haber estado allí me ha dado un empuje vital, para nada algo tan dramático como lo que vivieron ellos”, explica.

El tema –“una canción muy conmovedora y bonita aunque somos un grupo de rock”–, apunta Rodríguez es el primer adelanto del cuarto álbum de estudio de este grupo formado en Sevilla, que se titulará Fin y principio. Rodríguez y Pacheco se han rodeado de nuevos colaboradores, como el productor napolitano Enrico Barbaro (fundador de Mastodonte junto a Asier Etxeandía) y que aquí toca bajo y sintetizadores. También fue un fin y un principio Songs Of Faith And Devotion para Depeche Mode: Alan Wilder abandonó tras la gira y lo que vino después ya fue un grupo necesariamente diferente.

El realizador Lorenzo Ayuso –quien acaba de estrenar el cortometraje Extrema gravedad– es un colaborador habitual de Dardem, director también de sus videoclips La noche de San Juan, Alquímica, El reloj y Gilipollas. Su intención aquí es la de crear “un acto sacramental” en “un estadio fantasmático entre la vida y la muerte, o entre la muerte y la reencarnación, dejando que un Rodríguez herido se enfrente al pasado y afronte el futuro con un piano como su única arma”.