Elogio de la mediocridad y la idiotez
El título del único álbum de Leona Anderson es Música para sufrir. No hace falta decir más. Los oídos chirrían cuando escuchas su voz destemplada. Leona era una actriz de cine mudo que en 1958 relanzó su carrera con un número musical humorístico que le ha hecho pasar a la posteridad con el eslogan de “la cantante más horrible del mundo”. Elsa Lanchester es recordada por todos como la novia de Frankenstein en el film del mismo título. Menos conocidos son sus tres álbumes de canciones picantes. Elsa sabía cantar pero no tenía precisamente la voz bonita.
Era una gran actriz con tremenda vis cómica. En 1967 hizo de compi yogui de Elvis Presley en Easy come, Easy go. Su desenfreno interpretativo sin embargo, resulta ideal para las canciones de taberna con dobles y triples sentidos de sus discos. Chabuca Granda se ensañaba consigo misma definiéndose como “una bisagra con swing” y como “un San Bernardo cantante”.
Compositora de clásicos como La flor de la canela, Fina Estampa o Puente de los Suspiros, le gustaba tan poco su voz que solo se atrevía a cantar sus propias composiciones. Pero casi nadie se daba cuenta de los problemas de sus cuerdas vocales y sus canciones nunca suenan más bonitas que en su voz áspera y seca.
Madame St-Onge berreaba en falsete completamente fuera de tono los hits de 1965 como Help y La chica de Ipanema. Los oídos zumban y el plexo solar se estremece. Escucharla es un tormento. Llegada la era de Internet, su hijo ha desvelado que Madame St-Onge era una excelente cantante profesional, corista de los mejores cantantes canadienses del momento, y que sus horripilantes versiones eran solo una broma entre ella y uno de los cantantes con los que trabajaba.
Yoko Ono se convirtió en el terror de los beatlemaníacos cuando contrajo matrimonio con John Lennon. Su voz metálica y lacerante era un taladro que destrozaba los tímpanos y los corazones de los fans de los Fab Four. Ahora sabemos que, a pesar de las apariencias, Yoko había estudiado piano y canto lírico en su infancia y que eligió expresarse en el campo de la vanguardia y los experimentos musicales y artísticos. Toda su vida ha estado dedicada a escandalizar a los bienpensantes. John quedó fascinado por su personalidad fuera de lo común, por sus ideas osadas y, ¿por qué no?, también por su voz.
Florence Foster Jenkins era una rica heredera, una socialite del Nueva York de 1900. Le gustaba la ópera y todos los años daba un recital lírico cuyas entradas repartía ella misma a quienes juzgaba que lo merecían. Que no supiera cantar y que no lograse dominar su imponente catarata vocal no constituía para ella ningún problema. La voz femenina puede ser lo más maravilloso del mundo: Callas, Price, Fitzgerald, Franklin, Ross, Parton, Denny, Mina, Fairuz, Bonet, Gilberto… Pero también puede ser un verdadero instrumento de tortura.
La idea deleznable de la histeria femenina seguramente procede de algunas mujeres con voces destempladas y chillonas. Sin embargo, el arte de cantar mal puede convertirse en una herramienta de fascinación y las cinco cantantes citadas se han convertido en objeto de culto con miles de seguidores que no dejan que su recuerdo se pierda en el olvido. Concretamente, Florence es la protagonista del más reciente trabajo de Stephen Frears y Universal ha editado con todos los honores el álbum que recoge los cinco discos de 78 rpm que ella misma se financió con la fortuna familiar.
Florence no se cortaba a la hora de elegir piezas de virtuosismo que le venían enormes y dejaban patente su falta de habilidad como Où va la jeune Hindoue? de Delibes (Lakmé) o Der Hölle Rache de la Reina de la Noche de Mozart (La flauta mágica). La historia deja de ser divertida cuando descubrimos que Florence había contraído la sífilis muy joven y que el descontrol de su glotis y su tímpano eran seguramente debidos a la degradación neuronal causada por la enfermedad.
Al final, la de Florence se convierte en una historia ejemplar dado que consiguió debutar en el Carnegie Hall en 1944, haciendo realidad el sueño de su vida a los 76 años. Nada es imposible si te niegas a escuchar a los malos agoreros… y tienes dinero para vencer todos los obstáculos. Las entradas se agotaron rápidamente y grandes personalidades sociales, artísticas y musicales asistieron a su recital. Como era inevitable, las críticas fueron demoledoras. Florence murió dos días después de un ataque al corazón.
La fama de Florence se expandió por todo internet desde que la tecnología cambió el curso de la música y su historiografía y acabó con la censura previa de los llamados prescriptores del gusto de los demás. Muchos descubrieron a la antigua socialite y se dejaron contagiar por su extravagante fiebre de vivir. La película de Stephen Frears sobre Florence se estrenó el pasado día 12 con Meryl Streep y Hugh Grant como protagonistas y música de Alexandre Desplat.
En septiembre 2015, se estrenó Marguerite, film francés dirigido por Xavier Giannoli, sobre una cantante que no sabe lo mala que es. Recibió 11 nominaciones a los premios César y gano cuatro. La protagonista es Catherine Frot.