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Entrevista
Músico y cantautor

Nacho Vegas: “En el sector cada vez hay más sindicalismo y activismo cultural y esa es la única manera de plantarle cara a los abusos”

Nacho Vegas. Foto: Pablo Zamora.

Carmen López

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Una década de trabajo explicada en un álbum doble titulado Oro, salitre y carbón. Diez años de marxophonismo, 2011-2020. Es el nuevo trabajo de Nacho Vegas, que prefiere no presentarlo como un recopilatorio sino como el broche final a una época. Un recorrido por el pasado reciente del autor a través de 26 canciones que reflejan cómo han evolucionado sus composiciones a la par que lo hacía la situación política y social del país, muy presente en la mayoría de sus letras. A partir de aquí, lo que venga será diferente aunque en gran medida no se sabe de qué manera, como parece ocurrir con todo en este año tan incierto. 

Habla con elDiario.es antes del lanzamiento del disco y de empezar una gira que, por el momento, pasará por Bilbao, Madrid y San Sebastián. Una conversación sobre la crisis actual, la precariedad en el sector cultural, el activismo, la política, la fe en el ser humano y, por supuesto, su música. 

Se acaba la autoedición con Marxophone que empezó en 2010. ¿Por qué llegó el final?

No lo veo tanto un final como un cierre de ciclo, no quiero enterrar Marxophone porque lo importante era el concepto de fondo, que sigue vivo y que se basaba en una relación cooperativa con mi anterior oficina, Emerge. Mi nuevo hogar es Oso Polita y sé que con ellas podré aplicar las mismas dinámicas de trabajo y todo lo que he aprendido en estos años con Marxophone sumado a su propia experiencia. Demasiadas veces he visto a bandas que mantenían una relación con su sello discográfico muy recelosa, como si fueran enemigos. A veces con más razón que otras, todo sea dicho. Pero esto es lo que quise evitar con Marxophone y lo que sé que Oso Polita tampoco quiere: nuestro trabajo se basará en el compañerismo, la ética profesional y unos objetivos comunes. Aunque formalmente nuestra relación es la de sello-artista, los planteamientos no difieren mucho de los que teníamos en Marxophone. 

La autoedición integral es muy difícil en este mundo, implicaría disponer de muchos recursos y una gran infraestructura, por ejemplo, una distribuidora propia. Pero ni podíamos ni lo buscábamos, teníamos y seguimos teniendo una relación necesaria con Altafonte, que trabajan con mucho cariño y pasión por la música, premisas básicas para poder establecer una relación laboral sana. Y eso mismo lo veo también en Oso Polita, y por extensión en toda la familia de Last Tour.

¿Cómo fue esa década en el ámbito profesional? Lo mejor y lo peor.

Lo mejor ha sido haber aprendido a establecer lazos afectivos con mis compañeros y compañeras de trabajo que redundaban en una mejor relación profesional basada en el compañerismo: desde la familia de Emerge hasta por supuesto la banda, técnicos, tour mánagers, backliners… Toda esa gente que hace posible que la música se difunda. Me gustaba vernos como una tribu en la que nos cuidábamos mutuamente.

Lo peor no tiene tanto que ver conmigo como con una visión general del mundo de la música. Recuerdo escuchar voces ingenuas que decían que internet iba a democratizar la música. La realidad es que la gran industria musical está ahora en gran medida en la red y las plataformas digitales tienen mucho más poder del que tenían en los 90 las compañías multinacionales. El mismísimo grupo Prisa es un enano en la industria musical comparado con un gigante como Spotify, por poner el ejemplo más conocido.

Y el caso es que antes al menos los artistas tenían un pequeño margen de negociación con sus sellos, pero ahora los músicos y músicas no dejan de proveer de contenido a las plataformas sin tener ni voz ni voto y recibiendo unas retribuciones indignas por ello, salvo que seas alguien con muchos millones de visionados en YouTube, algo que en la música supone un tanto por ciento ridículo. Se ha precarizado el trabajo de millones de artistas mientras se cantaban las bondades de disponer de toda la música del mundo con solo tocar la pantalla de tu móvil.

Tras la gira de Violética declaró en varias entrevistas que haría un cambio de ciclo. Uno de los aspectos era la despedida de cuatro miembros de su banda.¿Qué más va a cambiar?

Vaya, tal y como lo planteas parece que despedí a la mitad de mi banda (risas). Esos cuatro miembros son una de las mejores bandas de rock actuales, León Benavente, además de cuatro grandísimos amigos, y casi no hizo falta hablarlo para darnos cuenta de que no íbamos a poder seguir colaborando. No sé qué responderte a qué más va a cambiar porque no tengo nada claro aparte de que dedicaré el año que viene a trabajar en un nuevo álbum y de que estaré rodeado de gente bonita que me ayudará a llevarlo a cabo. 

Esas declaraciones fueron antes de que llegase la pandemia y lo pusiera todo patas arriba. ¿Mantiene sus intenciones o este caos le ha hecho replantearse ese futuro profesional?

Es todo muy extraño. En el concierto final de la gira Violética en Madrid me puse a llorar antes de terminar la última canción porque se juntaron muchas emociones, entre ellas la de saber que no iba a volver a estar de gira con parte de esa gente maravillosa que me acompañaba. Y resulta que unos meses después la pandemia ha provocado que León Benavente tuviera que rediseñar su gira y terminarla antes de lo previsto, así que dos de ellos, Luis Rodríguez y César Verdú, han encontrado tiempo y ganas para acompañarme de nuevo en esta minigira de 2020. 

Esto es anecdótico y no quiero frivolizar con esta locura que supone un drama para muchísima gente, pero lo cierto es que, como dices, nos ha puesto la vida patas arriba a todos de un modo u otro. Yo me puedo sentir afortunado porque lo peor que me ha ocurrido es padecer un bloqueo creativo del que aún estoy intentando salir. Si me permites hablar desde una perspectiva puramente egoísta, quisiera que pronto el 80% de nuestras conversaciones dejaran de girar en torno a esa cosa invisible pero letal que es el virus y sus consecuencias. Porque muchas veces las canciones nacen de las locuras propias de la naturaleza humana, pero en concreto este tipo de locura a mí no me resulta en absoluto inspiradora. Es como si el propio mundo nos hubiera caído encima, y además esta crisis sanitaria y social parece haber relegado la cultura a un plano muy secundario.

Empieza una gira ahora. ¿Cómo serán los conciertos? ¿Conseguirán las medidas de seguridad mantener la emoción de la música en vivo? Desde su punto de vista como persona que estará en el escenario.

No tengo ni idea. Tengo que ser sincero: no he asistido a un solo concierto desde que empezó la pandemia, y no ha sido por falta de ocasiones, sino porque no me encontraba nunca con el humor necesario para disfrutar de ellos dadas las condiciones. Por eso aprecio mucho el esfuerzo extra que hará el público que asista a alguna de las fechas de esta gira, y como artista lo único que puedo asegurar es que trataremos de que la emociones en forma de canciones que queremos transmitir hagan que realmente valga la pena ir.

Oro, salitre y carbón está compuesto por 26 canciones ¿Por qué estas en concreto? ¿Cuál fue el criterio que operó a la hora de escoger?

Todos son temas que publiqué o grabé desde 2011 hasta este mismo año pero que no figuran en ninguno de los tres álbumes que edité en esa década, y por ello han tenido un recorrido menor. Hay bastantes temas inéditos hasta ahora y otros que gran parte de la gente que me sigue no conocerá porque solo aparecieron en ediciones limitadas o porque formaron parte de discos como los de la serie Bestiariu, que son recopilatorios editados por La fabriquina en los que diferentes artistas asturianos grabamos canciones en nuestra lengua destinadas en principio al público infantil. Hay una canción que grabé para la campaña con la que Ecologistas en Acción celebró sus 20 años de existencia y que no había sido publicada en formato físico. Hay temas en directo y versiones diferentes de canciones antiguas. 

En fin, cuando los fui recopilando me di cuenta de que podían dar una idea de lo que ha sido mi evolución en los últimos diez años. Lo que puedo asegurar es que no hay descartes de otros discos ni canciones que considere menores. Incluso podría haber habido algún tema más, pero tuvimos en cuenta el equilibrio a la hora de secuenciarlo. No es solo un recopilatorio, para mí Oro, salitre y carbón es el álbum oficial con el que cierro esta década.

La frase que da título al disco es de la canción Arriba quemando el sol, una versión de Violeta Parra. ¿Por qué escogió precisamente esta, escrita por otra autora?

Porque además de ser un verso precioso de una de las mayores artistas del siglo XX, recoge tres sinécdoques que representan aspectos que caracterizan a mi tierra, Asturies: esa luz tan particular de muchos atardeceres dorados que hace que algunos lugares se tiñan de tonos sepia transmitiendo señardá, un vocablo asturiano que en castellano significa nostalgia pero con un matiz añadido difícil de explicitar, como ocurre con morriña o saudade. El salitre del mar, tan presente en ciudades como la mía, construida en torno a una villa de pescadores. Y el carbón por tantas cosas que ha significado la minería en Asturies.

El disco contiene varias canciones en asturiano. ¿Activismo político o visibilización de la cultura sin más implicaciones? Si es que se puede separar una cosa de la otra, porque partidos como Vox son capaces de abandonar un Pleno de la Junta General si alguien habla en asturiano.

Desde que estaba en la facultad participo del activismo por la normalización del asturiano. Cuando nos llevan tanto tiempo privando de nuestros derechos lingüísticos, el objetivo de normalizar nuestra lengua pasa por una lucha política para conseguir un paso previo y necesario que es su oficialidad, algo que depende del gobierno asturiano y que hoy es una promesa que espero que la FSA cumpla. Que Vox abandone la Xunta Xeneral porque se habla en asturiano no es más que otra buena razón en favor de la oficialidad, con suerte conseguimos que se larguen para siempre. Dicho esto, canto en castellano y en asturiano por la única razón de que son las dos lenguas que me permiten expresarme con naturalidad.

Asturias no es una comunidad con muy buenas perspectivas desde hace décadas, con el cierre de las minas y una industria cada vez en más decadencia, una población envejecida porque los jóvenes marchan a buscar trabajo en otros sitios porque allí no hay. Ahora parece que la solución va encaminada al turismo –o por lo menos eso se vio este verano, aunque ya había empezado antes–, algo que ya salió mal en otros sitios. ¿Hay alguna salida alternativa? 

Con el gobierno actual lo dudo mucho. Asturies fue apaleada por la llamada reconversión industrial, que en realidad fue una destrucción laboral acompañada de fuertes medidas encaminadas a desmovilizar a la clase trabajadora y no nos hemos recuperado de eso ni hay voluntad real de hacerlo por parte de nuestros dirigentes. 

Sin embargo Asturies es una tierra muy rica en recursos naturales y para crear una industria propia y sostenible que no nos hiciera tan dependientes del sector terciario deberíamos empezar por poder gozar de autonomía plena y dejar de estar pendientes de lo que se decide en Madrid, donde la sensibilidad por lo que sucede en las periferias siempre ha brillado por su ausencia.

La crisis del coronavirus aparenta estar alentando a muchos habitantes de las grandes ciudades a mudarse a sitios más pequeños o a pueblos rurales para disfrutar de mejor calidad de vida aprovechando que pueden teletrabajar. ¿Una posibilidad para reactivar sitios deprimidos o fantasía bucólica de urbanita? 

Como decía Rodrigo Cuevas, al contrario de lo que sucede, debería ser la gente joven, cuando goza de mayor energía, la que viviera en entornos rurales y dejar la comodidad de las ciudades para nuestros mayores. No sé si realmente la situación actual ayudará a reactivar la vida de las zonas rurales más despobladas, pero eso sería algo positivo. Conozco bastante gente que se ha ido de la ciudad al campo y ninguno ha vuelto arrepentido. 

Aquí hasta los urbanitas estamos familiarizados con los entornos rurales, que están ya a diez minutos de cualquier núcleo urbano, pero desde luego irte al monte de finde no es lo mismo que vivir allí todo el año. Y me temo que no hay pandemia que frene los tratados internacionales de libre comercio, que son el mayor enemigo de la soberanía alimentaria en las zonas rurales. ¿Cómo podremos repoblarlas si nos van a robar hasta lo que produce nuestra tierra? Tendrían que cambiar muchas más cosas, me temo.

El pasado 18 de octubre, Lorena Jiménez, una de las directoras de la agencia de comunicación La Trinchera y una de las voces de Alerta Roja, declaró en el programa Utopías de Radio 3 que “podríamos dar nombres propios de técnicos con los que trabajamos habitualmente, de oficinas pequeñitas de giras, que están en Glovo repartiendo o en Amazon en el mejor de los casos” ¿Cuánto tiempo llevan sufriendo ese problema de ultra precariedad los trabajadores del sector? Porque como señalan desde el colectivo Caja de músicos, al cual pertenece, y que asimismo forma parte de Sindicato de músicas, no es algo precisamente nuevo aunque con esta crisis se haya agravado.

¡Desde siempre! Si no se ha visibilizado como debiera este problema es por una suma de factores que ahora tratamos de corregir. Entre ellos, la histórica falta de conciencia de clase de muchos trabajadores de la cultura que, aun trabajando en condiciones muy precarias, preferían enarbolar el discurso de “somos parte de una industria”, una idea engañosa y muy conveniente para el neoliberalismo que te puede impedir ser consciente de lo vulnerables que son músicos, personal técnico, etc. cuando se les niegan derechos tan básicos como el de poder ser contratados por la vía laboral y no solo por la mercantil. 

Divertia, que es la empresa municipal de Xixón que organiza los festejos, incumple la ley sistemáticamente al negar este derecho y decirnos a la cara que nos olvidemos, que “eso es inviable”. Parece ser que lo viable es contribuir a la precariedad de las trabajadoras y trabajadores de la cultura. Lo positivo es que algo está cambiando de un tiempo a esta parte, cada vez hay más asociacionismo, sindicalismo y activismo cultural a la par que una toma de conciencia colectiva. Y esa es la única manera de plantarle cara a este tipo de abusos.

Ha expresado en algunas entrevistas que tiene fe en el ser humano. ¿La sigue manteniendo? Desde el confinamiento hasta ahora se han visto gestos solidarios entre vecinos o los aplausos a los sanitarios pero también una tendencia al 'sálvese quien pueda'.

Sí, he comentado varias veces que para escribir canciones necesito tener un mínimo de fe en el ser humano y no sucumbir al cinismo. Pero la dura realidad es que en el capitalismo salvaje en el que vivimos el hombre es un lobo para el hombre. Basta ver cómo por palmaria que sea la necesidad de unos servicios públicos, universales y de calidad o importantes que se hayan mostrado los cuidados, la narrativa racista y clasista de la ultraderecha se ha hecho oír por encima de todo el ruido mientras que la gente que más lo necesita sigue sin recibir las ayudas más básicas. Por eso para rebatir la máxima de Hobbes ya no basta con invocar a Rousseau: hacen falta transformaciones materiales y medidas políticas radicalmente igualitaristas. 

Todo ello en un escenario en el que la izquierda rupturista se encuentra en momentos muy bajos en la mayor parte del Estado. Dicen que el pesimismo es contrarrevolucionario, pero incluso quienes militamos en la izquierda anticapitalista sabemos que ser optimistas a día de hoy es, sencillamente, del género bobo.

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