Francisco Contreras (Elche, 1985) huye de las etiquetas porque dice que pocas veces se usan como punto de partida para un diálogo. Y él lo sabe bien. Desde su comienzo han intentado colgarle la de cantaor -que la parte más purista del gremio rechaza- y la de tránsfuga del flamenco. La de polémico y la de falto de compromiso. Por último, en el gran debate nacional, le han tachado de unionista cuando hasta hace poco le llamaban vocero de la izquierda radical.
Su marca artística también es difícil de definir, algo que le encanta. En el toreo de este antitaurino a los medios especializados, el Niño de Elche ha pasado por capear la electrónica, el rock progresivo y el flamenco clásico, mal que les pese a muchos.
Con toda esa variedad se paseó por Canarias como parte del heterogéneo cartel del Womad, el festival del mundo. Antes de su concierto, donde interpretó el repertorio más político y poético de Voces del extremo (2015), nos reunimos con él en su hotel para hablar de Catalunya, la SGAE y, como no podía ser de otra forma, las etiquetas.
Ha participado en dos ediciones del Womad, en Canarias y Cáceres. ¿Qué tiene este festival para encajar con sus valores?
Encuentro afinidades en su discurso social y político, sobre todo en la cuestión del aperturismo; y en otras no tanto, como en el concepto de multiculturalidad. Ese me parece un tema a tratar con más tranquilidad.
¿Por qué? ¿Corremos el peligro de confundirlo con exotismo?
Sí, se puede confundir con eso. Se puede confundir con World Music, desde la perspectiva despectiva del género. Se puede confundir con apropiacionismo. Es un tema que abre muchas puertas y que es normal que no se pueda tratar en un festival de música.
Aunque ha lanzado proyectos nuevos, sigue tocando Voces del extremo. ¿Qué tiene este disco para que su mensaje (muy político) no caduque?Voces del extremo
Es un disco hijo del movimiento social que vivía España en ese momento. Fue post 15M, cuando me empecé a juntar con el encuentro poético Voces del Extremo. Es un disco que, paradójicamente siendo muy de su tiempo, es un disco atemporal. Es así por su mensaje político y porque llega de forma diferente a cada persona.
Muchas veces uno intenta decir una cosa y el discurso varía según el imaginario donde se reciba: revolucionario o crítico. Yo solo espero que se perciban los grises. Desde mi punto de vista, los discursos nunca son monolíticos.
“Que os follen, que os metan una gaviota con las alas abiertas por el culo”. El significado de estos versos no ha variado tanto en dos años. ¿Qué temas le encienden más sobre el escenario? estos versos
En un formato de festival, el tema Que os follen es el más apetitoso, el más funky. Siempre me viene muy bien vomitar. Pero ya no soy el mismo que grabó ese disco. Hay temas a los que me siento más cercano que otros, como Miénteme o Nadie me conoce, todos en contra de los partidos políticos. Con esos me sigo sintiendo 100% a gusto. También los que están escritos desde el género y la teoría queer.
Hablando de versos actuales, hay uno de Europa muda en el que dice: “Un arcángel rasgará las banderas asesinas, rasgará los himnos nacionales”. No puede estar más a la orden del día. Europa muda
La verdad es que sí. Y eso que se basa en el libro La marcha de 150.000.000, escrito por Enrique Falcón a principios de los noventa. Lo que decíamos antes, precisamente las cosas atemporales son las que son hijas de su tiempo. Los poemas de Falcón están tan conectados con nuestro ser, que pueden servir en cualquier momento.
Las lógicas son muy parecidas, por desgracia. La lógica de lo que entendemos por una nación, una bandera, el himno, ese imaginario no ha cambiado nada. Es una cruz que llevamos desde el siglo XX. No hay ninguna bandera limpia de sangre.
¿Eso incluye el uso popular y masivo de las dos banderas-la rojigualda y la independentista- desde el estallido de la crisis de Catalunya?el uso popular y masivo de las dos banderas
Los nacionalismos no son nada apetitosos para el común, no es verdad que unan. Si la palabra internacionalismo surgió en algún momento, fue por algo. Lo alucinante es que gente del mundo libertario, anarquista o de la izquierda apoye procesos orquestados por seres que no tienen nada que ver con esos conceptos del común.
Por eso creo que es una derrota para todas y para todos. No porque haya tanta gente apoye el independentismo, sino porque hayan perdido los grises y el pensamiento crítico. Porque vivan en el romanticismo de la palabra revolución y porque vayan acompañados por gente despreciable como los convergentes, parte de ERC o parte de la CUP. Es muy triste que por una utopía se pierda tanta masa crítica, que no tiene conciencia más allá de sus cuatro paredes.
Y también es una derrota que se polarice en los debates, que se señale conmigo o contra mí. Que un estado se arme de razón, de ley y de violencia para dar palos.
Decía Naomi Klein este fin de semana que Rajoy está practicando la doctrina del shock con Catalunya: aprovechando una crisis nacional para inyectar políticas neoliberales y jugar al despiste. ¿Estamos olvidándonos de lo importante?la doctrina del shock
Lo alucinante es que la izquierda piense que hay que entrar al juego del PP, ERC y Convergència. Y es una pena que la sociedad civil crea que es el momento de la ruptura del régimen del 78. Nos siguen engañando. Luego se sienten insultados cuando digo esto, porque dicen que les tacho de idiotas. Y algo de idiota hay, sin duda.
La izquierda ha visto su momento de Quijote. Tanto, que se da la paradoja de que el régimen del 78, como ellos lo llaman, va a salir totalmente reforzado. Y eso lo vamos a sufrir los demás. Porque, al final, llegarán a un acuerdo en el que Catalunya se lleve un poco más de dinero, o que los políticos digan que Catalunya tiene un poco más de dinero. Pero los civiles nos habremos perdido un montón de cosas.
Aunque es muy duro en sus críticas sobre Catalunya, tanto en entrevistas como en Twitter, no se posiciona en un bando. ¿Cree que se le castiga especialmente por esta equidad?tanto en entrevistas como en Twitter
Sí, se lo toman muy mal. Mis tuits son muy ácidos e irónicos, y no a todo el mundo le gusta que sea tan crítico con este romanticismo revolucionario. Por eso no me interesa definirme. Intento cuestionarme y superar prejuicios.
Además, este tipo de gente siempre te pide que te definas en unas cuestiones muy abstractas. Habría que definir opciones para organizar alternativas, entorno a la cohesión social y decidir una lógica representativa. Pero el debate de Catalunya no es ese: son rencillas más cercanas a lo futbolístico que a lo político.
¿Ha sentido esas presiones para definirse también por parte de algunos medios de comunicación?
Sí, últimamente me pasa mucho. Me hacen preguntas tendendiosas para apoyarse en mí. Pero pertenece más al imaginario de lo que los medios creen que soy que a lo que soy de verdad. Parece que quieran dibujar al artista a su imagen y semejanza, como un santo, y en el momento que nos salimos de ese discurso, ya no les valemos.
Lo político pertenece a mi vida cotidiana, y mis proyectos artísticos están basados en eso. No me importa hablar porque seguro que en un mes pensaré diferente. Es lo que tiene el pensamiento crítico. Ahora estoy haciendo un ejercicio: me leo todas las entrevistas que he dado y me replico a mí mismo, observando las tonterías que digo.
Algo que aparece mucho en esas entrevistas es la SGAE, con la que siempre ha sido muy crítico. Tras el escándalo de la rueda, ¿también piensa que debe renovarse o morir?Tras el escándalo de la rueda
La existencia de la SGAE no tiene mucho sentido después de lo que ha vivido. Está corrompida, es una sociedad que se se erige sobre un sistema antidemocrático. Pero, por otra parte, como dice un amigo mío, de algo hay que vivir. Entiendo que los músicos quieran cobrar derechos de autor, porque yo quiero cobrarlos también.
Solo que tendría que pensar cómo y en qué me baso para pedir esos derechos. Es un debate mucho más profundo que no se puede tener con la mayoría de artistas. Son muy pragmáticos y les basta un mecanismo para poder comer, lo que es totalmente entendible. Aunque la SGAE no te da para comer [ríe].
Entonces, en contra de la idea reformista de la SGAE y ante la dificultad de que los artistas la abandonen, ¿cuál sería la alternativa?
Como esa necesidad es real, creo que habría que crear una sociedad de gestión de derechos acorde a la necesidad de la mayoría de gente. Y hay que crearla de cero, ya que reformular la SGAE es una utopía, porque está corrompida hasta el tuétano y es la que tiene el poder. No se le puede pedir que renuncie a sus privilegios.
O intentamos reformularla, que lo entiendo pero no creo en ello, o que el Estado permitan a otras sociedades de gestión cobrar esos derechos. En este debate hay que llevar mucho cuidado porque no es un absolutismo, es muy grandilocuente. Estamos hablando de que habría que cambiar una ley con el apoyo de los músicos y artistas. Y ellos no están dispuestos a perder su limosna. La SGAE se sustenta de una gran masa de muchos -frente a muy pocos grandes nombres- que la necesitan y nunca se van a posicionar en su contra. Cohabitan en esa idea utópica de que es reformable, pero ya sabemos que no.
La corrupción nace de esa estructura antidemocrática. Critico más al gobierno que les da los privilegios. Si yo tuviese opción de cobrar derechos de autor de otra forma, me daría igual que la SGAE fuese corrupta, allá sus socios. A mí lo que me preocupa es lo externo, más responsabilidad de los políticos que de la sociedad. Hay que tener en cuenta ese foco: si la SGAE ejerce así es por culpa del Gobierno. Aún así, creo que nunca me haré socio.