El semáforo de salud mental entre los músicos indica claramente ‘peligro’

Nando Cruz

6 de enero de 2022 22:38 h

0

Pronto hará dos años que llegó la pandemia y todo cambió a mucho peor. Confinamientos, fallecimiento de familiares o personas cercanas, ERTE, desempleo y, en general, un futuro aún más incierto que el viejo presente de un negocio, el de la música, que con el hundimiento de las ventas de discos ya sufrió un severo terremoto. En los últimos meses, han sido habituales las reacciones de decepción, frustración y desesperación de incontables artistas. Algunos han arrojado la toalla. Otros desearían reciclarse. También los hay que siguen sufriendo en silencio una situación devastadora tanto en lo profesional como en lo personal.

Frente a este panorama, la pasada primavera circuló una encuesta entre músicos y discjockeys cuyo objetivo era sondear el estado anímico del gremio. Pau Rodríguez, psicólogo, psicoterapeuta y guitarrista del dúo Za!, elaboró un documento que combinaba preguntas sobre el impacto de la pandemia en los ingresos económicos y en la salud psicoemocional que reforzó con dos test estandarizados sobre depresión y ansiedad. El formulario circuló en primavera a través de la Coordinadora Sindical de Trabajadores de la Música, el Taller de Músics, la Escola Superior de Música de Catalunya (Esmuc), el Sindicat de Músics Activistes de Catalunya (SMAC!) y la Unión de Asociaciones de Trabajadores Autónomos y Emprendedores y generó 400 respuestas; principalmente de músicos de escenario, aunque también músicos de estudio y discjockeys.

El recuento posterior arroja un balance cuando menos preocupante. De los 365 test válidos, 330 apuntan síntomas de depresión en distintos niveles: 170 de depresión leve, 130 de depresión moderada y 30 de depresión grave. Un 56% de las personas afirman haber tenido ataques de pánico, episodios que Rodríguez describe como “crisis fuerte de ansiedad, de pensar que te morirás, fruto de un estrés muy intenso o muy prolongado”. De la encuesta también se desprende que 136 personas, más de un tercio, tiene problemas de ansiedad. Un último indicador: 58 de los encuestados muestran ideación suicida leve, moderada o intensa. “Cuando aparece una ideación suicida moderada o intensa, significa que la persona está sufriendo muchísimo”, alerta Rodríguez.

Rosana Corbacho es psicóloga especializada en la industria musical y no le sorprenden los resultados. “Están en la línea”, dice, “de un estudio de niveles de ansiedad de músicos que se hizo en Reino Unido”. Se refiere a Can Music Make you Sick?, publicado en 2017 por la Universidad de Westminster. Y, también, a otro que lanzó en 2016 la Victoria University de Melbourne, ampliado a todo tipo de trabajadores de la industria musical australiana, y que señalaba que los índices de ansiedad moderada o severa en este sector eran diez veces superiores a los de la población normal, que los de síntomas de depresión eran cinco veces más elevados y que los intentos de suicidio eran más del doble. El estudio también apuntaba que hasta un 25% de los artistas escénicos y la mayoría de roadies encuestados habían considerado o intentado suicidarse.

Rodríguez insiste una y otra vez en que los resultados de su encuesta no son conclusivos ni replicables. Para ello, habría que determinar si estas 400 personas son estadísticamente representativas de la población española. Pero sí son un indicador. “Este estudio indica que hay que hacer más estudios porque probablemente estamos ante un colectivo que ha visto afectado su desarrollo profesional de forma grave y que eso haya pasado factura en su estabilidad emocional y en su vida personal y profesional”. Las cifras también permiten intuir que aquí hay un problema. “Si de 365 personas más de 300 tienen síntomas de depresión, ¿qué te dice la intuición?”, sugiere Rodríguez. Dicho de otro modo: “Son como un semáforo. Y el semáforo está rojo: claramente rojo”.

Más psicólogos en la clásica

En septiembre se celebró en Madrid el primer Congreso de Psicología en las Artes Escénicas, un encuentro en el que quedó confirmado que los pocos profesionales de la salud especializados en música se mueven en el ámbito de la música clásica, donde los instrumentistas empiezan a formarse desde la infancia y con unos niveles de exigencia a menudo agotadores. Pero del mismo modo que en el mundo del deporte ya hay equipos con psicólogos al servicio de los jugadores, Rosana Corbacho detecta un tímido proceso de normalización de la presencia de la psicología en la música moderna. Ella misma visita a músicos y grupos enteros y ha colaborado en talleres para trabajadores de la multinacional Universal como integrante del Music Industry Therapist Collective.

Hay una identificación muy fuerte entre tu trabajo y tu persona que hace que cuando ves peligrar tu trabajo, tu identidad entera se tambalea

Entre los diagnósticos más habituales de los músicos que acuden a terapia están “el trastorno de ansiedad, los ataques de pánico, la depresión, el pánico escénico, los burn outs [sensación de estar quemado] y el abuso de sustancias, que viene como consecuencia de otros trastornos”. “El bloqueo creativo”, matiza, “no está clasificado como trastorno sino como una situación”. Todo ello, está íntimamente potenciado por un hecho muy particular de este oficio: “Una identificación muy fuerte entre tu trabajo y tu persona que hace que cuando veas peligrar tu trabajo, tu identidad entera se tambalee. Y ahí vienen los problemas de ansiedad que provoca el miedo a no poder dedicar más tu vida a la música. Si no hago esto, ¿quién soy?, ¿para qué vivir?”, escenifica.

En tan complejo contexto laboral y emocional, la aparición de las redes sociales no ha sido precisamente un alivio. “Las redes han democratizado algo que antes solo vivía la gente con mucho éxito: el hecho de sentirse el centro de todas las miradas”, plantea Rodríguez. “Las impresiones de los otros nos van construyendo y cada vez que recibes una impresión debes ponerla en consonancia con quien tú crees que eres. Eso genera mucha tensión entre quién creo que soy y cómo quiero que me reconozcan los otros”. Por otro lado, incide Corbacho, “con las redes sociales se activan los mismos circuitos del cerebro que con la adicción. Son pequeños estímulos que, aunque te hagan daño, te mantienen ahí. Y, aparte, surge la necesidad de compararte con otros, lo cual baja el nivel de valor que se supone que tienes y, como tu identidad está totalmente vinculada a tu rol, ya no es 'lo que hago está mal' sino 'yo no merezco la pena'”.

“En el mundo de las artes escénicas”, amplía Rodríguez, “se espera de ti siempre un estado concreto, y debemos entender que para llegar a él antes ha de haber un trabajo emocional”. Y respecto a las redes, señala que a menudo funcionan “como una capa que ayuda a tapar las fisuras de mí mismo que solo yo conozco, aquellas cosas que yo no tolero de mí mismo. Esa es otra función del narcisismo: la de poner tiritas en heridas profundas de la autoestima”. Pero, ante la creencia de que creadores e intérpretes son más propensos a los desajustes emocionales, lanza una advertencia: “El romanticismo ha pasado mucha factura en el mundo artístico. Hay una tendencia a ver el arte como un proceso de catarsis y no necesariamente por dedicarte al mundo artístico has de ser una persona más inestable o que vive las cosas de forma más dramática”.

Las redes han democratizado algo que antes solo vivía la gente con mucho éxito: el hecho de sentirse el centro de todas las miradas

Corbacho no solo se ha especializado en artistas, sino en todo tipo de trabajadores del sector. “El entorno musical tiene unas características particulares que ponen muchísima presión en los individuos que trabajan en él. No tener horarios, la inestabilidad laboral, la competencia, las horas de trabajo no remuneradas ni apreciadas, la tendencia al aislamiento...”, enumera. “El síndrome del impostor, por ejemplo, es muy común entre los tour mánagers”, explica, tras haber asistido a reuniones del colectivo internacional de tour mánagers The Back Lounge. “Son reuniones semanales que funcionan igual que un programa de los doce pasos en las que cada cual comparte sus ansiedades”, describe, comparándolas con los encuentros de apoyo mutuo de Alcohólicos Anónimos.

Bienestar emocional en el arte

El pasado 9 de noviembre la plataforma The Good Good organizó en Barcelona una sesión formativa para ahondar en el bienestar emocional en el entorno artístico. La subvencionaba el Departament de Cultura de la Generalitat y la impartió Pau Rodríguez. De todas las personas inscritas, solo una era varón. El resto, mujeres. Casi más llamativo que esta desproporción de géneros, fue escuchar a personas tremendamente jóvenes echar en falta ya en su etapa como estudiantes, una asignatura donde trabajar las emociones. “Estudio Bellas Artes, por un lado, y, por otro, voy al psicólogo”, resumía una asistente. Otra estudiante de arte dramático incidía en el mismo punto: la imposibilidad de adquirir herramientas para gestionar las emociones durante el proceso creativo.

De un modo u otro, todas las asistentes a aquella sesión buscaban lo mismo. Unas hablaban de herramientas de autoevaluación interna y otras, de estrategias ante el bloqueo. Unas querían trabajar el autoboicot y otras, lidiar con las expectativas propias y del entorno. Unas sacaban el tema de la autoestima y otras, las fluctuaciones laborales de una actividad tan inestable como la música o el teatro. Se habló de la angustia que genera no estar produciendo y de la inevitable presión laboral. Unas disparaban contra los dictados capitalistas del éxito y otras simplemente buscaban orientación para manejar la presunta horizontalidad de los procesos creativos en equipo y atender a los cuidados.

He pasado toda la sesión de terapia pensando en la cantidad de amigos músicos que hoy tendrían que haber estado aquí

Poco a poco aparecieron claros en tan nublado paisaje. Es fácil confundir agotamiento con poca valía. Es habitual romantizar el dolor. Es común forzarse a ser más productivo en etapas de flaqueza. Es normal que la vulnerabilidad emocional se traduzca en pensamientos de 'todo o nada'. Es necesario asumir que nuestro estado de ánimo es fluctuante. Es imprescindible aprender a surfear los picos laborales y de reconocimiento externo que van implícitos en los oficios creativos. En definitiva, debemos aprender a “adaptarnos con garantías a unos hechos que son normales sin que estos nos supongan un impedimento grave para mantener nuestra estabilidad y gestionar el día a día”, resume Rodríguez. Para ello hacen falta competencias emocionales. Helena Ros, cantante del dúo Tarta Relena, confesaba a la salida: “He pasado toda la sesión pensando en la cantidad de amigos músicos que hoy tendrían que haber estado aquí”.

Yo también voy a terapia

Rodríguez celebra que el tema de la salud mental esté más normalizado. “Cada vez es más habitual compartir conversaciones en las que se habla de parar por momentos complicados. Se va rompiendo el tabú, está más normalizado tener procesos de ansiedad o depresión y entender la psicoterapia como una herramienta que te puede ser útil en un momento complicado”, asegura. “Recuerdo a compañeros discjockeys, en charlas posteriores al concierto, hablar de épocas de su vida en las que iban a pinchar acompañados de su madre porque se estaban medicando”, pone de ejemplo. Como psicólogo, cada vez le es menos extraño conversar con músicos que le confiesan: “Yo también voy a terapia”.

Personas que, con buenas herramientas de prevención y autorregulación, podrían salir adelante, acaban entrando por la puerta grande: con intentos de suicidio, tras haber agredido o haber sido agredidas o con un coma

Más allá de los datos recabados en la encuesta, hay otro elemento que llamó mucho la atención a Rodríguez: la cantidad de personas que utilizaron el apartado de comentarios para “agradecer ser atendidas y escuchadas”. Agradecían haber recibido un simple formulario. También esto puede ser un indicador de una necesidad acuciante. Él mismo planteaba a la salida de aquella sesión de bienestar emocional en las artes escénicas que los sindicatos de músicos pudieran ofrecer a sus afiliados algunas sesiones al año que les sirviesen “de apoyo y orientación psicológica para decidir hacia dónde conducir su sufrimiento. A veces solo necesitas alguien que te diga: 'mira, tienes una depresión de caballo' o 'mira, tu trabajo como artista no encaja en tu estructura de vida'”.

Corbacho celebra que la industria musical esté “pasando de simplemente hablar de salud mental a empezar a buscar soluciones”. Mientras tanto, la atención psicológica en España es un artículo de lujo. “El seguimiento terapéutico no está incluido en la salud pública. La política es la reducción de daños. Eso significa que solo se atienden los casos más graves, pero se abandona la prevención. Personas que, con buenas herramientas de prevención y autorregulación, podrían salir adelante, acaban entrando por la puerta grande: con intentos de suicidio, tras haber agredido o haber sido agredidas, con un coma, con abusos de sustancias tremendos, con una depre de caballo o tras haber destrozado su vida profesional y familiar”. La apuesta de Rosana Corbacho trasciende el ámbito musical: “Igual que hay un médico de cabecera, debería haber un psicólogo de cabecera”. El horizonte de Pau Rodríguez no es menos ambicioso: “Que la salud mental forme parte de nuestros derechos como personas”.