Cuando conviertes una antártica Sala Riviera en cualquier local de carretera de Colorado, puedes volver satisfecho al camerino. Todo el ambiente gélido que rodeó a los teloneros -unos estridentes Gold Lake- se transformó en cuanto salieron los de Denver con Submarines. Un soplo de optimismo disfrazado de toqueteos con el piano y golpetazos militares a la batería. No había tregua, Wesley Schultz prometió una noche cargada de emociones desde la presentación de un nuevo tema con alta connotación sentimental, Ain't nobody's problem.
Las paredes se iban descongelando. Wesley, Jeremiah, Neyla y sus dos eficientes acompañantes se movían por el diminuto escenario como si estuviesen controlados por los hilos de un titiritero. Cambiaban de instrumentos al galope y tocaban con todo lo que cayese en sus manos, el piano con una batuta, la batería con una pandereta o el mismo escenario con los tacones. Por muchas veces que hubiésemos escuchado Flowers in your hair, Classy Girls o Slow it down, estos trotamúsicos las hacían sonar como recién salidas del horno en 2005.
¿Quién dijo frío? El descontrol llegó, como no podía ser de otra forma, con su sencillo Ho Hey. Hasta entonces se había respetado la regla no escrita de liberar el horizonte de pantallas táctiles, pero ni los más considerados se resistieron a grabar en directo el fenómeno mundial. Como si de un videoclip coreografiado se tratara, los coros y las palmas del público se empastaron con las voces del escenario en uno de los momentos más hipnóticos de la noche. Lo consiguieron, ya estábamos en plena 'mother road'. Las barbas bermejas, los tirantes, los pies descalzos y las mandolinas parecían un atrezzo de Alabama Monroe y nos trasladaron a una probable inopia.
Sin secretismo
Si se rascan ventajas a que una banda cuente con un único disco en casi una década, es que tienen que llenar sus conciertos de obligatoria sorpresa. Y esta se traduce en temas nuevos a go-go. El trío presentó sin alardes lo que puede ser el cimiento de su próximo disco, unos sencillos que siguen la línea de The Lumineers pero dando más relevancia a los secundarios; es decir, que habrá vida vocal más allá de Wesley.
Bienvenidos a la era Neyla. La fémina del grupo se redescubrió fuera de su enorme chelo con un timbre potente que ensombreció al mismo vocalista en el dueto Falling in love. Los aplausos y vítores pedían a gritos más micrófono para la violonchelista, que apunta a escalar al número dos, por encima del virtuoso Jeremiah. Quien, por cierto, también tuvo su momento cantando a dos afortunadas Darlene y Elouise.
El mundo pulsó el botón de stand-by y los presentes enmudecieron cuando tres de los cinco músicos abandonaron el escenario con un inesperado paseíllo hasta el centro de la sala. Sus dos compañeros les miraban cómplices ante la expectación de las mil cabezas que se alzaban de puntillas con indisimulada curiosidad. Malena es nombre de tango, pero Darlene y Elouise lo son del folk más campechano, el folk a cappella. Acompañados únicamente por el tintineo de un xilófono, Jeremiah, Wesley y un tercero en discordia interpretaron los dos temas sin micrófonos, sorteando los piropos espontáneos y los silbidos de los fanáticos.
Finalmente, tras un falso amago de abandono, The Lumineers cerraron la noche con dos baladas de candencia irlandesa, Morning Song y Gale Song, otros dos temas nuevos y un guiño al espíritu folk. Stubborn Love y Big Parade se alargaron hasta el infinito en sus coreados estribillos, lo que hiciese falta para regalar al público unos minutos más de esa sensación volátil. Ellos recorrían todos los rincones del escenario, cambiando el banjo por la guitarra acústica, trepando por los pianos, lanzando al aire las panderetas, mientras que sus espectadores inmóviles apuraban los últimos tragos entre las nubes.